Todo lo que hagas puede ser visto, cada paso que des puede ser filmado.
Muchas advertencias, pocos resultados, en este, el primer largometraje de
ficción de Néstor Sánchez Sotelo.
Dos jóvenes marginales de Buenos
Aires vislumbran un buen negocio. Majo (Carolina Touceda), mientras se
prostituye, lleva encima una filmadora, que registra secretamente todo lo
que pasa con sus clientes. Federico (Martín Loza), su novio/gigoló, se
encarga de extorsionarlos, amenzando con entregar las evidencias a sus
familias en caso de no aceptar el chantaje.
Paralelamente, un investigador
privado le pide a Majo que se involucre con un importante empresario para
inmiscuirse en su vida, y así confirmar sus sospechas de participación
activa en una secta satánica. Ella, un alma sin rumbo, será atacada y
manipulada por todos lados. Y en medio de este tironeo, se planteará por
primera vez otro camino para su vida... si no es demasiado tarde.
En Testigos ocultos, el
principal problema que salta a la vista es el de las actuaciones. Además
de no convencer, se ven alimentadas desde del guión por acciones y
reacciones nada coherentes por parte de los personajes, incluso al borde
de la ridiculez. Esto hace que aun cuando parece que van a repuntar, las
situaciones se tornen insalvables.
Ni hablar de las apariciones que a
nada vienen, como la del "periodista policial" Enrique Sdrech
haciendo de sí mismo. Quizá se haya incluido a este personaje de nuestra
realidad para sugerir que hechos tan terribles como los que vemos en la
pantalla pueden estar pasando aquí y ahora en la Argentina. A esto cabe
contestar que, por suerte, incluso en la situación de crisis generalizada
que se está viviendo sigue habiendo buen cine, aunque cueste sudor y
lágrimas y no abunde. El suficiente como para no conformarnos con una
mala película; siempre se puede esperar mucho más.
Promediando el film, Majo y una
niña que conoce dentro de la secta en la que queda prisionera sueñan con
escapar. Juntas se imaginan frente al mar, como quien añora un oasis en
medio del desierto. Más allá de que como escena no logra causar la
ternura y la sensibilidad que sin duda busca, me sentí identificada con
ese deseo de salir del cautiverio. El mismo que a mí me generaba saber
que no podía abandonar el cine hasta que terminara la proyección. Menos
mal que existe el mar, pensé. Lástima que a Testigos ocultos la
costa le quede tan, pero tan lejos.
Cecilia Pérez Casco
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