Los primeros quince minutos de los 136 que dura The
Matrix ofrecen una pizca de ese thriller futurista, con misterio y alucinantes
efectos especiales, prometido por la millonaria campaña que la promocionó. Un diez por
ciento, digamos, que es mérito exclusivo de la gracia con que Larry Fishburne interpreta
a Morfeo. Morfeo es una especie de gurú que induce a Neo (Keanu Reeves) a internarse en
The Matrix (tal vez, sólo tal vez, podría traducirse como "la matriz"). Neo es
Keanu Reeves: esbelto, carilindo, inexpresivo, relativamente asexuado. Y, además, un
hacker capaz de penetrar los más inexpugnables sistemas informáticos.
A Neo lo persigue la policía o
"el sistema", como se sabrá luego y por eso acepta el reto de Morfeo,
quien sugiere que The Matrix es un viaje que lo alejará definitivamente de su
cotidianidad. Claro que antes, y aun después de embarcarse, Neo no dejará de formular
una pregunta: ¿Qué es The Matrix? Pero esa es la pregunta del millón: nadie, nunca, la
responderá. Lo que no deja de llamar la atención, si se tiene en cuenta que The
Matrix es uno de los "thrillers" más conversados de la historia. A falta
de coherencia y contundencia el film de los hermanos Wachowski se prodiga en
ampulosas chácharas filosófico-existenciales. Mayormente vía Morfeo, que hablará de
dos mundos: el que se tiene por "real", que es una realidad virtual generada por
computadoras, y el verdadero, un planeta devastado, pos-humano, en el que el futuro de la
especie depende de un puñado de individuos en guerra contra las monstruosas producciones
de la inteligencia artificial. Todo es tan absurdo que si las intenciones de los Wachowski
hubieran sido cómicas, seguramente The Matrix sería una película para
recordar.
Pero la esencia de The Matrix
no radica en el absurdo sino en el siniestro esquema que preside su evolución. Parte de
especulaciones relativamente científicas (es decir, de ciencia ficción) a las que jamás
se toma el trabajo de desarrollar. Antes bien, las obtura progresivamente con toda clase
de datos infantiles, confusos y contradictorios. Nunca se sabrá, por caso, cómo es la
conexión entre los "mundos", si es que los separa el tiempo, cuáles son las
reglas que rigen el tránsito entre uno y otro, cuál es la entidad de esos
"agentes" (demasiado parecidos a los de Hombres de negro) entregados a
sembrar el Mal, etcétera. Cuando la cancha está bien embarrada, empero,
comienzan a caer, como frutas maduras, las respuestas. Estas no tienen nada que ver con la
ciencia, ni con la ficción, sino con esa suerte de religión maniquea y ultrasimplificada
que caracteriza a ciertos dibujos animados japoneses. En este caso combinada más
bien revuelta con profecías bíblicas y reminiscencias del rol que los hebreos
atribuyen al Mesías. Ahí está Morfeo, ahora acompañado por la "Pitonisa" y
el "Oráculo", apuntando con el dedo a El. Ahora lo llaman "el
elegido", le atribuyen superpoderes. Y ahí está él, el elegido (sí: ¡Keanu
Reeves!), preparándose para salvar a la raza humana. Por si fuera poca ensalada, en esta
fase preparatoria Morfeo oficia de instructor, con lo que The Matrix usurpa no
pocos clisés del consabido esquema "maestro-pequeño saltamontes".
¿Qué resta por decir? Que los efectos
especiales no ofrecen nada nuevo bajo el sol. Que el film de los Wachowski no ha sido
elaborado, como parece, para asquear el paladar de cualquiera que ame medianamente el
cine, sino para reventar de teenagers todos los cines del planeta. Es
preocupante. Esta gente no da puntada sin hilo. Mandan a hacer estudios de mercado,
encuestas y relevamientos que insumen más dinero que varias películas completas de las
que se ruedan por aquí. ¿Qué ha pasado con la juventud, Cruz Diablo?
Guillermo Ravaschino
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