Julian Noble es
un asesino a sueldo sin habilidades para relacionarse con otras personas. En
el bar de un hotel de Ciudad de México, se encuentra con Danny Wright, un
hombrecito correcto y esforzado que responde con amabilidad a sus preguntas.
Y cuando éste le cuenta que tres años atrás perdió a su hijo, Julian ensaya
un chiste verde y pide otra copa para los dos. No es que no se compadezca
(tampoco que le importe demasiado). Simplemente, no sabe manejar estas
situaciones. Conozco gente que no se gana la vida matando a nadie, y que
también es así.
Cuando cumplía 53 años, los dueños de la franquicia Bond obligaron a Pierce
Brosnan a jubilarse del personaje del agente secreto, y lo reemplazaron por
un actor quince años más joven. El irlandés soportó el desplante como un
caballero y, a modo de respuesta, se metió en esta suerte de comedia negra
con un personaje lo más “anti Bond” posible. Con The Matador
(producida por su propia compañía, gracias al dinero obtenido como 007),
Brosnan demuestra que se puede sobrevivir a James Bond sin quedar
encasillado en él para siempre.
La película se apoya en el contraste entre los dos personajes principales,
Julian (Brosnan) y Danny, interpretado por Greg Kinnear. En un punto
decisivo de sus vidas, ambos añoran aquello que nunca tendrán, y que en ese
primer encuentro vislumbran en el otro.
El relato está dividido en dos. La primera parte transcurre en México DF.
Allí, el director Richard Shepard revela su habilidad para los diálogos en
la secuencia de la corrida de toros, en la que Julian le demuestra a un
fascinado Danny cómo se hace para matar a alguien en un lugar público, con
guardaespaldas y policías rondando, sin que nadie lo note.
La segunda parte, en donde el interés decae y las situaciones se tornan
reiterativas, comienza seis meses más tarde, en casa de los Wright: una
pareja adormecida por la rutina, cuya máxima transgresión consiste en hacer
el amor encima del lavarropas. Julian toca el timbre ante la sorpresa de
Danny y Bunny, su mujer. La ocasión es propicia para que Hope Davis (la
actriz de American Splendor y Las confesiones del Sr. Schmidt)
se luzca con su retrato de una esposa aburrida, subyugada por el tipo que
acaba de aparecer (“¿Puedo ver tu arma?”, es lo primero que le dice). Julian
desea ser adoptado por los Wright y, a la vez, necesita ayuda: tantos años
en el gremio han hecho mella en él y ahora sufre de ataques de ansiedad que
le impiden cumplir con el trabajo.
Esta versión del tema del doble –viejo en el cine y en la literatura–
encierra la idea de que las personalidades son intercambiables, pero sólo
por un rato, porque no existe posibilidad de una transformación definitiva.
Pero tal vez Shepard no haya querido ir tan lejos, y su única pretensión
haya sido la de entregar una historia algo cínica, con un protagonista más
memorable que la película en sí.
María Molteno
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