Cuando
me puse a pensar Tiempo de valientes recordé un tema de Serrat, de
hace unos años, que se llama "Buenos tiempos": "corren buenos tiempos para
equilibristas, para prestidigitadores (...) tiempos como nunca para la
chapuza (...) buenos tiempos, preferentemente para los de toda la vida, para
los mismos de siempre."
En su segunda
película, luego de la pretenciosa y aguada El fondo del mar y de la
sobrevalorada serie televisiva "Los simuladores", Damián Szifrón vuelve a
arremeter con(tra) el cine como si las horas permanecidas frente a la
pantalla de los "Sábados de Superacción" dieran carnet para ello. No se
puede negar el ojo que tiene para contar historias que buscan la completa
complicidad del público pero de ahí a sospechar que el exitoso joven
es un hacedor de películas a lo Hitchcock media un despropósito que sólo
algunos pueden sostener confundiendo originalidad con recuerdos de infancia,
gustos personales con "lo popular" y televisión con cine.
Mariano
Silverstein (Diego Peretti) es un psicólogo que por una probation
judicial debe ofrecer una suerte de "asistencia móvil" a un policía, Alfredo
Díaz (Luis Luque), que ha sufrido el engaño de su mujer y se siente algo
deprimido. El problema es que la sesión de terapia transcurre entre
cadáveres, robos de autos y demás pistas que van conformando un caso que se
complica cada vez más. Y el analista parece no poder zafar, en una especie
de obnubilación, de comprometerse más de la cuenta en una cadena de sucesos,
a cual más increíble, en una trama que incluye robo de uranio, servicios de
inteligencia y heroísmos por doquier.
Después de un
comienzo bien construido, esta supuesta comedia policial nos adentra en el
género de las buddy movies (parejas desparejas, tan afines al cine
yanqui de acción) y, a pesar de practicar una inversión de roles, no
consigue detener la mengua de interés hasta perderse en un anodino, pero
peligroso, ensayo de construcción del héroe, por no mencionar el rescate
para el imaginario colectivo de la fuerza policial.
La ideología rancia que destila la película (tras el escudo del
entretenimiento mal entendido) es tan evidente que huelgan las palabras,
pero digamos que va de la misoginia (las mujeres son traidoras, infieles,
histéricas e inútiles... y eso es lo que se infiere porque el único
personaje femenino, mínimamente desarrollado, debe soportar, en una escena
que no alcanza más de dos minutos, los siguientes epítetos: forra, marmota,
pelotuda, boba, hija de puta, hija de mil puta) a una sospechosa mirada naif
sobre el mundo, las relaciones humanas y la misma fuerza policial, que
aunque puede ser corrupta no pasa del nivel de "crímenes menores",
graciosos, perdonables (y son todos camaradas fieles y arriesgados, sagaces
y de profundos códigos, casi con la misma estatura que el mito del vigilante
de la esquina de la infancia de nuestros padres). El Estado es débil o está
corrompido, pero los uniformados podrán enseñarnos el camino correcto y
serán nuestro ideal a alcanzar.
Los
estereotipos están a la orden del día y exceden el marco que el género
requiere. Los diálogos, cuando no son la formulación explícita del sentido
común, subestiman al espectador definiéndolo todo (ahí están la explicación
de la probation, los comentarios psicológicos, la jerga policial, lo judío).
El humor que pretende ser absurdo no puede negar su artificio y aparece
forzado, salvo en contadísimas ocasiones (la escena en la casa de
Silverstein intentando vencer al asesino que han enviado a despacharlo).
La recurrencia
de las citas cinéfilas en las puestas en escena, acciones, diálogos y hasta
la misma banda sonora no alcanza para ubicar a Tiempo de valientes en
la categoría cine. No es más que un capítulo televisivo con presupuesto.
Javier Luzi
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