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TODO VALE
(Telling Lies In America)
Estados
Unidos, 1997 |
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Dirigida por Guy
Ferland, con Kevin Bacon, Brad Renfro, Maximilian Schell, Calista Flockhart, Paul Doodley, Luke Wilson, Ben Saypol.
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Con tres años de retraso, llega a Argentina otra película de Joe
Eszterhas, no hace mucho uno de los guionistas mejores pagos y más
requeridos de Hollywood, ($2.500.000 por la mediocre Jade, la piel del
deseo, de 1995), quién transitó diversos géneros casi siempre con el
mismo trazo grueso de irritante simplismo didáctico, no usando tanto las nobles
tradiciones como los lugares comunes de cada uno de esos géneros, para
combinarlos con la desmesura hasta anular la posibilidad de que nos
preocupemos por el destino de los personajes. Muy parecido al efecto Oliver Stone, ese alertador de conciencias del cine americano
contemporáneo.
En Todo vale, basándose en su propia experiencia de crecer en EE.
UU. siendo un inmigrante de origen húngaro, Eszterhas se remonta a 1961, en
Cleveland, y cuenta la historia de Karchy Jonas (Brad Renfro), un
adolescente nacido en Hungría que espera muy pronto pasar la última
instancia para convertirse en ciudadano americano, junto a su padre, ya un
tanto anciano, interpretado por Maximilian Schell. También espera poder
perder su virginidad y enamorarse, aunque no necesariamente en ese orden.
Karchy tiene como ídolo a Billy Magic (Kevin Bacon) , un disc-jockey tan
talentoso como inconstante y embustero. Billy tiene un programa en la radio
y, a través de un concurso, convierte a Karchy en su asistente personal.
Ahora, Karchy es admirado y envidiado, a la vez, por sus compañeros de la
muy exclusiva escuela secundaria que su padre paga con mucho esfuerzo.
Karchy está transitando el camino al sueño americano, o por lo menos eso
cree. Pero por las dudas, miente. Como Billy, sólo que para el disc-jockey
ya no hay sueño americano posible.
Todo vale retrata el pasaje de la adolescencia a la madurez y de la
inocencia a la desilusión. Y en algunos aspectos no deja de ser una
sorpresa: no hay desmesura, no es efectista, no ensordece; tanto Kevin Bacon
como Calista Flockhart
que interpreta al primer amor de Karchy son más
que convincentes; Brad Renfro brilla, con esa sensibilidad y naturalidad del
adolescente que Eszterhas dibujó con la ternura de la nostalgia. Una
nostalgia que se respira en cada cuadro de la película, con la cuidada
fotografía y los clásicos del rock and roll.
Aun así, no convence. El modo en el que se articula el recorrido del
viaje hacia el conocimiento es demasiado formulaico: revisita todos los
lugares comunes, pero lo hace sin pasión, sin energía, sin frescura. Todo
ya está muy visto. Y, ahora, el trazo de Eszterhas es débil,
desprolijo, anémico. El personaje de Maximiliam Schell está apenas
dibujado, y poco puede hacer el actor por levantarlo de su chatura; la misma
chatura en la que va cayendo la película a medida que avanza, con un tramo
final estúpidamente aleccionador. Casi como siempre, sólo que menos
declamado.
Pablo Suárez
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