Gran premio de la
Semana de la Crítica en Cannes en 2004, triunfadora en la sección La Mujer y
el Cine del 20° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (de donde se
llevó el premio a Mejor Dirección), La trama de la vida, ópera prima
de Eléonore Faucher, llega ahora a las pantallas de Buenos Aires. Una
película chiquita, sin ampulosidades ni desbordes, que alcanza momentos de
gran belleza y profunda esperanza a partir, sobre todo, de su joven
protagonista.
Claire
(Lola Naymark, angelical en su rol), una adolescente de 17 años habitante de
un pueblo de provincias en Francia, se descubre embarazada y toma la
decisión de tener a su bebé –sola– y entregarlo luego. También decide
ocultar su estado a toda costa, al punto de explicar su sobrepeso en nombre
de enfermedades terminales. Empleada como cajera en un supermercado pide
licencia y, aconsejada por una amiga, se ofrece como aprendiz de bordado (su
verdadera pasión) en el taller de Madame Melikian (notable Ariane Ascaride),
una mujer mayor, viuda, solitaria, que acaba de perder a su hijo en un
accidente de moto y que cumple encargos para casas de haute couture
en Paris.
La
relación laboral irá creciendo lenta pero sinceramente, involucrando
afectos, solidaridades, complicidades, presencias en los momentos más
necesarios y una empatía que trasciende la pantalla y, en la narración,
determina la modificación de decisiones y conductas hasta establecer una
especie de vínculo materno-filial. Las ligazones sanguíneas, sin correr por
los mejores carriles, tampoco se desbocan en estereotipados contrapuntos
sino más bien en verosímiles y conocidos desencuentros que, por ejemplo,
alcanzan su paradigma en la escena entre la joven, mostrando su panza, y su
madre no pudiendo comprender lo que realmente ocurre.
Puntada
a puntada (como el velo que Claire prepara para ayudar a su jefa durante su
internación, y que se va cubriendo de pedrerías y strass), la vida de estos
personajes empezará a aproximarse a lo que quieren y a tomar distancia de
las consabida preocupación por el qué dirán. La alegoría que vertebra
a la película nunca se literaliza, volviéndose un parlamento
aleccionador o moralista, sino que el desarrollo del film imbrica oficio y
vida, casi naturalmente. Sin diálogos altisonantes, enhebrando hechos y
gestos en un espejo de los trabajos que se materializan, podremos ver cómo
se construye el tapiz, la trama oculta de lo que en la superficie sabe
relucir, pero este backstage, del que somos espectadores
privilegiados, no quiebra el encanto sino que apenas (y no es poco, en estos
tiempos) exhibe y desarrolla la profundidad de cualquier unión afectiva que
se precie.
Y así
como se espera a los amores que tardan en llegar (Guillaume) sabiendo que
quizá serán fugaces, se opta por el hacerse cargo, por la ausencia de
reproches, por la pasión y el empeño en este film que sorprende por su
frescura y su fuerza vital. Una película esperanzada, que de algún modo
enseña a trasferir el don recibido, o la virtud ejercitada en el trabajo, a
las relaciones cotidianas de la vida. Bordar relaciones con el esfuerzo que
ello presupone... y ahí están los resultados, al alcance de las manos.
Asumir las responsabilidades y desterrar las falsas culpas son las dos caras
de una misma moneda, que en La trama de la vida equivale a una
práctica necesaria e imprescindible no sólo para crecer, sino para continuar
viviendo.
Javier Luzi
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