Señor o señora profesor o profesora de escuela:
Le
escribo para informarle que en el día de ayer tuve la oportunidad de ver
Troya. Después de padecer esa aberración leí, simplemente para alimentar
mi propio morbo, una serie de críticas argentinas y extranjeras que
elogiaban el mamarracho aduciendo que se trata de una representación
perfecta del poema homérico. Uno de estos redactores, extranjero él,
escribió en una publicación llamada Gazette que este film incluso puede ser
una herramienta para que los educadores enseñen a sus educandos la cultura
griega de manera “divertida”.
Fue en
ese momento cuando me di cuenta que a usted, señor o señora profesor o
profesora de escuela, podía ocurrírsele decir a esos simios con poco pelo
que usted cariñosamente conoce como alumnos las siguientes palabras: “Ya que
estamos por tocar el tema de la mitología griega, ¿por qué no van a ver la
película Troya para informarse un poco?”
Grave
error señor o señora profesor o profesora de escuela. Inmediatamente después
de que los chicos vean Troya, usted se verá en grandes dificultades.
Se las
enumero a continuación:
1. Ante
las reiteradas quejas de sus alumnos tendrá que ver la película para
comprobar si realmente es tan mala como dicen, y esas serán dos horas y
cuarenta minutos que usted habrá desperdiciado de su vida.
2. Acto
seguido, y exceptuando el caso de que sus alumnos hayan leído por cuenta
propia a Homero (algo bastante difícil teniendo en cuenta que la generación
actual está más cerca de cometer un matricidio que de agarrar un libro),
tendrá que explicarles las 300 mil libertades que el film se tomó a la hora
de adaptar el relato clásico. Y que incluyen, entre miles de otras:
criaturas que quedan vivas en la obra homérica y que acá perecen,
confusiones de identidad que en la "Ilíada" no existen, personajes
completamente diferentes a los imaginados durante la Grecia clásica (Helena,
vanidosa en la mitología, acá es altruista; Aquiles, un carnicero impiadoso,
en la película es un hombre recio pero de buen corazón; Patroclo, guerrero
experto, está retratado como un mero aficionado a las armas).
3.
También tendrá que contarles que no entiende cómo Wolfgang Petersen, su
guionista David Benioff y otros cómplices hicieron caso omiso de la
contradicción que significa exaltar la figura del guerrero por un lado (algo
bien visto por la moral griega) y hacer una película antibelicista por el
otro (algo que tiene mucho más que ver con la moral –doble moral– actual). Y
deberá agregar que plantar a la maravillosa figura de Aquiles (Brad
Pitt) subrayando que las habilidades guerreras y las matanzas de este hombre
van a hacerlo memorable por miles de años, alabando su decisión de morir
gloriosamente en batalla… y al mismo tiempo pintar los horrores de la guerra
tal como los concebimos hoy, subrayados a su turno por los insoportables
dichos de Briseida (que la capacidad de matar de Aquiles es un defecto, que
de haber optado por amar a una mujer para toda la vida hubiese sido un ser
más noble y más feliz), es una reverenda estupidez.
4.
Deberá enunciar lo insultante que le resulta que en una producción que
supera los cien millones de dólares, con un director que supo de épocas
mejores y que hasta exhibió un verdadero talento para filmar en ciertos
títulos anteriores (Una tormenta perfecta), se note tan poco esfuerzo
para crear imágenes originales o tan siquiera interesantes. Que teniendo
entre manos una épica de semejante magnitud y todo el dinero para
representarla es realmente desagradable que se haya optado por rodar la
mayor parte de la película con una pereza y un desgano increíbles. Que no
hay excusa posible para tomar una y otra vez a los actores en reiterativos,
monótonos primeros planos que no dejan lugar a un plano general que resalte
la belleza del paisaje o la ostentosa vida de los monarcas, cual si lo que
se estuviese ofreciendo es una telenovela diaria, de esas que se hacen a las
apuradas, y no un film de esos que prometen imágenes espectaculares.
5.
Tendrá que devolverles el precio de las entradas, más un dinero extra por
daños morales, pedirles perdón de rodillas por hacerles ver semejante basura
e implorarles que no procedan a su muy cruel –y bastante merecida, diría yo–
muerte por lapidación. Si sus alumnos se apiadan, quizá se salve de ser
apedreado o apedreada (lo dudo).
Bien
señor o señora profesor o profesora de escuela: dicho todo esto, espero que
siga mis muy sabios consejos. De no hacerlo, mis más sentidas maldiciones ya
que usted es una persona horrible.
Afectuosamente,
Hernán Schell
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