Miranda July es
la directora de esta pequeña película que ganó, entre otros premios, la
Cámara de Oro en el Festival de Cannes, y que vimos en el Bafici de 2005.
Con su apariencia de una de esas chicas modernas que visten de rosa y juntan
muñecas y figuritas a pesar de ser adultas, July es artista en varias
disciplinas, escribe cuentos, hace monólogos, videos, y hasta compone
música.
Christine (la
propia July) maneja un taxi para jubilados mientras espera tener su
oportunidad de exponer sus obras en una galería de Los Angeles. En uno de
esos viajes, conoce a Richard, un vendedor de zapatos y padre de dos chicos
(Peter de 14, y Robby de 7) que acaba de separarse. Christine reconoce en él
a algo así como su príncipe azul, y comienza a hacer intentos (un poco
torpes) por acercarse. En tanto, el compañero de trabajo de Richard tiene
fantasías con dos adolescentes que van al colegio con Peter. También está la
curadora del museo donde Christine presenta sus obras, y un anciano
enamorado de una mujer moribunda, entre otros personajes.
Las diferentes
historias que unen a este grupo (“somos parte de una comunidad”, lanza en un
momento Richard) son resueltas en escenas de pocos minutos de duración, y
algunas de ellas (como la de un pez dentro de una bolsa con agua olvidada
sobre el techo de un auto en movimiento) funcionan como microrrelatos. Todas
las viñetas tienen que ver con el encuentro, o con la posibilidad de
encontrarse. Tú, yo y todos los demás estudia una variedad de
relaciones humanas a principio de este siglo, e introduce con fluidez dentro
del lenguaje cinematográfico el (ineludible) tema del encuentro virtual.
Como guionista, July también se las arregla para parodiar la figura del
artista y el mundo del arte conceptual. Y desorienta: por momentos muestra
una mirada de pretendida ingenuidad; en otros, se revela capaz de generar un
asombro de niño al mostrar lo cotidiano con el brillo de lo extraordinario.
A diferencia de
Larry Clark, otro exponente del cine independiente yanqui, July acierta al
no presentar adolescentes hipersexualizados (sin caer tampoco en el
estereotipo naif de niños asexuados de Hollywood). Sus personajes son
retratados desde la compasión. Niños y adolescentes, por ejemplo, que están
preocupados por el sexo, ya fuere porque no saben bien qué es o porque no
saben cómo manejarlo. Hay dos chicas de quince años que le piden a un
compañero de colegio permiso para entrenarse con él en el sexo oral. Y una
niña de diez años que prepara el ajuar para su casamiento y sueña con los
ojos abiertos con la hija que tendrá...
Los adultos, en
cambio, están más preocupados por no revelar sus temores: miedo de sus
propios sentimientos (el vendedor de zapatos con fantasías pedófilas), miedo
al rechazo que puedan generar en el otro (la curadora del museo). Otros
personajes, tal es el caso de Richard y Christine, actúan como adolescentes:
“Tenemos una larga vida para pasar juntos pero no puede empezar hasta que me
llames”, le ruega ella a su teléfono celular, cuando su enamorado no la
llama.
En la música
realizada con sintetizadores, que comenta de manera impostada las escenas, y
en su propuesta estética general, Yo, tú y todos los demás se
aproxima a los lugares comunes de la típica película “artística” estadounidense.
Pero sus 90 minutos (que parecen muchos menos) desbordan sinceridad,
simplicidad y sentimiento, y eso no es poco.
María Molteno
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