Los momentos que vivimos requieren, parece, una recomposición de valores
éticos y morales y con ese fin Hollywood recurre a los géneros clásicos
que han cimentado la tradición de heroísmo, lealtad, honor. No es
casualidad que en este año 2000 se estrenen U-571, un film que
recupera todas las características del género bélico, y Jinetes del
espacio, que sin dejar de ser una reivindicación de la tercera edad
también es un regreso a otro añejo rubro hollywoodiano: la conquista del
espacio. En cada uno de estos films un grupo de hombres lleva adelante una
tarea que ayudará a su país, y al mundo, según el ideario yanqui.
La historia de U-571 nos sitúa en la Segunda Guerra, junto a un
grupo de marinos que deben cumplir una misión ultrasecreta. Como tantas
bandas de héroes, salen a la búsqueda de un tesoro, que en este caso es un
equipo supersecreto de comunicaciones llamado Enigma, transportado por un
submarino nazi. Obtenerlo permitirá a los aliados controlar los mensajes de
los enemigos y ganar la Batalla del Atlántico.
El comienzo de la película es bastante sorprendente, pues durante unos
veinte minutos asistimos a un episodio de riesgo al interior del submarino
alemán, y sufrimos con ellos ante la amenaza, el suspenso, el ataque y sus
consecuencias. Este prólogo anticipa escenas ulteriores, en las que serán
los yanquis quienes atraviesen similares situaciones de peligro bajo el mar.
Los encargados de revelar la misión la comparan con el caballo de Troya,
dado que para obtener el tesoro ensayarán una simulación que evoca
a esa mentira histórica. Lo que no se imaginan es que, por un golpe del
destino, la metáfora del caballo tendrá una vuelta de tuerca, y quedarán
presos en su propia trampa.
Después del fracaso en Vietnam y tras las múltiples manipulaciones en
torno de la Guerra del Golfo, los estudios Universal y el exitoso Dino De
Laurentiis consideraron conveniente volver a la gran epopeya de la Segunda
Guerra Mundial, forjadora del poderío yanqui en el mundo. Guerra
precomputadora y prenuclear (hasta el final al menos), en la que la astucia,
la imaginación y las destrezas personales tuvieron un valor que también
parece hacerse perdido y merece recuperarse.
El resultado es un respetable film bélico, que cumple con todos los
tópicos clásicos del subgénero guerra en submarinos: buenas
escenas de suspenso, clima claustrofóbico del mundo cerrado de esa caja de
hierros que crujen sometida a la presión de las profundidades, primeros
planos de rostros sudorosos que miran hacia arriba porque de allí proviene
el peligro, emoción en los ataques, buen manejo de los tiempos de tensión
y reposo, efectos especiales. Un buen film de entretenimiento en el que la
música, que pretende ser heroica y mover emociones equivalentes, es
un desastre.
Cada miembro del grupo, hasta el más antipático, tiene su momento de
heroísmo. Y salvo el protagonista y comandante de la misión, encarnado por
Matthew McConaughey (Amistad, EdTV), que supera sus rencores
personales en nombre del deber, los personajes carecen de desarrollo, son
estereotipos de una tripulación de submarino. Pero no están mal. El elenco
se formó con nombres ya muy familiares, que tienen un desempeño correcto y
parejo: el bueno-para-todo Harvey Keitel es el jefe de máquinas veterano de
la Primera Guerra y guía del héroe, acompañado por Bill Paxton (Un
plan simple), Jake Weber (¿Conoces a Joe Black?), el cantante y
actor Jon Bon Jovi y, contrapunteando, el capitán alemán (cruel y sucio)
de Thomas Kretschmann. Los otros protagonistas son los torpedos y las bombas
de profundidad, que nos tienen en vilo durante dos horas.
La historia fue imaginada por el director Jonathan Mostow (Sin rastro)
a partir de hechos reales, aunque la Historia –la real– dice que el
rescate de Enigma fue tramitado por la flota británica. Este dato apenas se
menciona en los títulos finales (con la sigla HMS identificando a los
submarinos), lo cual provocó la airada protesta del gobierno británico.