Con apenas unos minutos de proyección uno entiende por qué le dieron el
Oscar a El último día: el film pretende ser una crítica audaz, y
cumple con todos los requisitos... para no terminar de criticar a nadie;
es directa, está plagada de escenas "fuertes" diseñadas para
emocionar y divertir al espectador (en el estilo de cualquier
producto de Hollywood); ofrece toques pintorescos sobre los bosnios y los
serbios y su moraleja es tan cruda como obvia: la guerra es terrible. Algo
que uno intuye sin tener que atravesar ninguna.
Pero analicemos un poco. Desde el comienzo se nos muestra a los
integrantes de los dos "bandos" (así se reduce la complejidad
de los multiestados étnicos de la ex Yugoslavia a un problema de vecinos
que se disparan por arriba de la medianera) como personas que tienen que
pelear y que no saben muy bien qué hacen allí, lugar común de los films
bélicos que no quieren entrar en política; es decir: "algo
nos llevó a esto, no sabemos qué y sufrimos mucho por ello". Esta
visión, que es la típica, hoy no puede estar más desactualizada: el
mundo está plagado de guerras tan payasescas como tenebrosas (Golfo,
Afganistán), en las que los motivos de fondo son siempre alevosamente
económicos y expansionistas. A partir de esta coyuntura real, mostrar la
guerra como un mal que nos toma por asalto me parece en el mejor de los
casos ingenuo, sobre todo en lo referente al genocidio interétnico que se
llevó a cabo en la ex Yugoslavia a comienzos de los años noventa.
Sin embargo, en El último día hay comentarios graciosos, se
intenta hacer simpáticos a los personajes y cuando se dispara el
conflicto (un bosnio y un serbio quedan atrapados en una trinchera,
heridos y sin saber qué hacer el uno con el otro) entramos en un
dramatismo que supera la chatura moral de Saving Private Ryan. Las
recriminaciones son del tipo "Ustedes empezaron la guerra",
"¡No, fueron ustedes!", y de una manera forzada se cuida la
imagen de los dos, tratando de que el espectador se identifique con esa
situación teatral. La verdad es que no tiene sentido que se salven uno al
otro, a menos que se busque desesperadamente una empatía con ellos. Da la
sensación de que el director no intenta retratar a sus compatriotas y a
sus enemigos sino recrear la idea que tiene el Primer Mundo sobre
"esos países lejanos": que los pueblan seres pintorescos,
toscos, con una visión rara (funny, en buen inglés) del mundo.
La única crítica al mundo civilizado que el director bosnio Danis
Tanovic se permite pasa por un formato ampliamente tolerado: la
sátira. Es decir, en lugar de detenerse en las muchas razones que se
esconden tras los infortunios y las injusticias... busca "hacer reír
con la realidad", relegando la denuncia en favor del buen gusto.
En El último día hay más de esto. Lo que determina la guerra
no son salvajes pujas de poder sino... la burocracia. Hay unos militares
ingleses que acompañados de secretarias con lindas piernas se rehusan a
salvar la vida de los dos soldados en la trinchera hasta que aparece el
periodismo y se arma una situación mediática donde los cascos azules se
ven obligados a intervenir. Claro que hay algunos cascos buenos,
que por seguir órdenes de un par de burócratas no pueden ayudar al
bosnio y al serbio respectivamente. No es el aparato el que falla, es la
gente. Y así se cuestiona un poquito (hasta un poquito mucho) a los
ingleses, a los franceses, y –por suerte para Tanovic, que se garantizó
la estatuilla– no a los norteamericanos, porque no hay que olvidar que
el Oscar es made in USA. Lo que ha sido trabajoso es esquivar la
presencia norteamericana, habida cuenta su actuación dentro del terrible
conflicto que nos ocupa, ya que Estados Unidos, via OTAN, fue el mayor y
más cruel interventor en esta fácilmente llamada "guerra
étnica". Estados Unidos y Europa disputaron sobre esta zona
devastada por el liderazgo mundial. EE.UU. apoyó a los bosnios, a los
musulmanes-bosnios –a los que después dejó de lado– para mantener su
hegemonía, su posición de gendarme planetario. Y por qué no mencionar
que, desde años anteriores, el FMI y el Banco Mundial venían quebrando
socialmente a la región con órdenes y mandatos no sólo económicos sino
políticos e institucionales (¿no suena conocido esto último?). Estas
canalladas del Primer Mundo, que intentó justificar su intervención
militar con el mote de "ayuda humanitaria", no aparecen en un
film que hizo asco de todos los riesgos. Lo que no le falta a El
último día es el final amargo, pero no valiente, típico de las
sátiras elegantes. Es que la tragedia puede ser tremenda, pero no debe
sacudir la estantería.
Como si no hubiera motivos para esta guerra, el conflicto se presenta
como una especie de ente maligno que aterrizó por un oscuro designio en
(y así lo dice uno de los personajes) esa bella tierra. Se insiste en la
guerra de vecinos que arrastran odios ancestrales, algo que EE.UU. moldeó
como argumento de intervención. Una mirada pasteurizada de la masacre que
resulta triste, mediocre, especialmente cuando la distancia que aportan
los años habilitaba –reclamaba– un punto de vista crítico y
responsable.
No es casual que esta película gane el Oscar justo ahora: la Academia
le agradeció a Tanovic que haya mostrado a la guerra como un "drama
a secas", sin nombrar a "ellos" como patoteros
maquiavélicos, remarcando lo que justamente EE.UU. quiere hacer de
Afganistán y de cualquier guerra en la que tome partido: un conflicto
fuera de control que necesita ser regulado. Los motivos que incendiaron la
ex Yugoslavia están escamoteados en El Ultimo Día; esa es la
clave para agradar a un país que necesita buenos y malos que no dicen
nunca por qué se matan. Como ocurre ahora, que nos quieren hacer creer
que la invasión a Afganistán es consecuencia de los atentados del 11 de
septiembre y no de la lucha por el control del petróleo, o a causa de la
alicaída imagen de la administración Bush, o de los escándalos
financieros internos que necesitan de la distracción de una masacre a
nivel global.
Quizás algún día se trasporte el argumento de El último
día a una película estadounidense ambientada en Afganistán; tal
vez, incluso, un productor ya haya comprado la historia. Claro que no
veremos a un soldado americano junto a un talibán en la montaña, ni
escucharemos cómo se comentan que todo ese quilombo se resume en un
asunto de petróleo, ni sabremos que las tácticas de combate aprendidas
por Bin Laden provinieron de la CIA. No. Veremos a dos hombres asustados,
astutamente humanizados, obligados a odiarse ciegamente, intercambiar
cigarrillos, renegar de la guerra y –por qué no– hasta a matarse
sobre el final, porque las pasiones despertadas durante las guerras,
evidentemente, nos convierten en animales. Y eso se merece un Oscar.
Julián Monterroso