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    Julia 
    Solomonoff, directora de Hermanas, concibe en su segundo largometraje una historia de amistad infantil 
    centrada en la inmersión en la sexualidad, en la toma de conciencia ya 
    definitiva acerca de la misma y en el descubrimiento del otro como pasaje 
    hacia el autoconocimiento. Durante el último Bafici (en cuya competencia 
    oficial internacional participó sin cosechar premios), muchos críticos 
    vieron en esta película un 
    rejunte improductivo de films como La ciénaga, La rabia y 
    XXY. Pero El último verano de la boyita es más que eso.
 
    Solomonoff narra con gran 
    confianza, sutilmente, sin manipular al espectador 
    –a quien se van 
    revelando los detalles fundamentales con paciencia y delicadeza– ni a los 
    personajes en función de tal o cual ideología predeterminada. Hablamos de 
    una cámara que, lejos de toda intención de emitir juicio, parece limitarse a 
    observar los acontecimientos (aunque en contadas ocasiones cede a la tentación del esquematismo y las sentencias fáciles). Su 
    sostén principal son las atmósferas, los climas, los silencios, las miradas, 
    el roce de los cuerpos. Una 
    evolución importante para la realizadora, lograda al transitar un camino 
    inverso al de su ópera prima, que estaba marcada por la ambición pero también por 
    la tendencia a incurrir en el trazo grueso. El minimalismo se ha convertido en un 
    gran salto. Rodrigo Seijas      
    
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