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UN AÑO SIN AMOR

Argentina, 2004


Dirigida por Anahí Berneri, con Juan Minujín, Mimí Ardu, Carlos Echevarría, Bárbara Lombardo, Osmar Núñez, Ricardo Merkin.



Homosexualidad, SIDA y sadomasoquismo como ejes temáticos de una película argentina. ¿No da, a priori, un poco de miedo? El cine nativo convencional no ha dado muestras de madurez a la hora de retratar problemáticas complejas, y menos aquellas que implican a minorías (sexuales en este caso). Los más talentosos integrantes del denominado Nuevo Cine Argentino, por su parte, suelen crear mundos perfectos, pero paralelos a la realidad, y siempre enfrascados en sus juegos narrativos relacionados con lo espacio-temporal. Sin embargo Anahí Berneri, con Un año sin amor, vino a dejar en claro que se puede ser frontal y duro sin perder la elegancia ni el pudor, y siendo totalmente personal en lo formal.

Berneri adaptó la novela autobiográfica del escritor Pablo Pérez, en la que narra a manera de diario íntimo su viaje solitario en búsqueda del amor. Claro que hay un par de datos relevantes: Pablo es HIV positivo, homosexual y su camino de descubrimientos lo llevará hasta el circuito leather porteño (aquellos que vestidos de cuero se azotan por goce). Con estos tópicos uno no sabía qué esperar; los peligros estaban latentes. Aunque la presencia del propio escritor en el trabajo sobre el guión aportaba un poco de tranquilidad.

Lo primero que salta a la vista en Un año sin amor es que no hay ningún elemento que funcione como escandalizador; ni nada que resulte lavado y pulido por corrección política. Pablo es expuesto sin dobleces en toda su dimensión: el personaje es así, tal cual se lo ve. No hay indulgencia en la mirada sobre él, ni una observación crítica sobre los placeres a que se entrega. Esto permite que la película no se transforme en una historia con moralina final. La cámara se dedica a seguir al personaje en su pesquisa constante. Lo muestra rastreando posibles novios en revistas de contactos, en sus visitas a cines porno. Pero también en las clases de francés que da en su departamento para subsistir, o en los amenos encuentros con Nicolás (Carlos Echevarría), su mejor amigo.

El tiempo del relato es 1996, cuando gracias a los nuevos cócteles de drogas el SIDA pasó de ser una enfermedad mortal a una crónica. Pero Pablo duda sobre cómo funcionarán esos medicamentos sobre su organismo. Duda y escribe. La elección formal típica en estos casos es la de la voz en off contando lo que se redacta; un recurso que habitualmente termina siendo vulgar. Sin embargo los apuntes que el escritor realiza sobre su propia vida aquí pierden todo cinismo. Berneri entendió que la única manera posible de hablar sobre el protagonista era mediante la utilización de su propia voz.

Es fundamental que para la directora el SIDA, la homosexualidad y los latigazos leather sólo sean funcionales a la trama, y nunca se posicionen en el relato como fines en sí mismos. Son elementos que sirven para contar la historia, como el vestuario, el maquillaje y la utilería. Un año sin amor no es una película sobre los gays, y si bien están claras las decisiones sexuales de Pablo, en realidad el tema es la difícil búsqueda del amor y la felicidad, agudizada, en este caso, por la cercanía de la muerte. "¿Podría seguir escribiendo todo esto estando enamorado? Me apuro porque sospecho que en el caso de enamorarme no podría seguir escribiendo...", se cuestiona el protagonista, conocedor de que ciertas brechas en el alma sólo se abren bajo los influjos de la soledad. El resto es goce, y a ese goce intenta entregarse cuando decide participar de las sesiones de sadomasoquismo.

Todo lo que podría haber estado mal en la película está bien y correcto. Las escenas en el club leather están filmadas de manera sencilla, despojadas de todo morbo. Pero atención: esa forma medida –y hasta pudorosa– de narrar, que es el mayor acierto de Berneri, también es su peor defecto. Un año sin amor es una película prolija y, sobre todo, honesta. Pero ese medio tono que maneja, ese cuidado casi excesivo y cierta frialdad calculada que busca evitar cualquier sentimentalismo impiden, o cuanto menos dificultan, que el espectador se comprometa de lleno con lo que se le cuenta. Tal vez la intención de la directora fue no jugar emocionalmente con su personaje. Y es comprensible, teniendo en cuenta el material que tenía en sus manos y la posibilidad latente de sensacionalismo... pero no estuvo del todo lejos de que su película resultase apenas un viaje sin vida ni interés. Por suerte contó con Juan Minujín en el protagónico, quien realiza una composición compleja y sutil, entendiendo a su Pablo desde bien adentro. El actor nunca cae en modismos ni tics, es totalmente creíble y su entrega es conmovedora. Lo mismo, en menor escala, se puede decir del resto del elenco.

Sobre el final hay un par de escenas que chirrían. En función de las formas contemplativas de la historia no parecían necesarios esos apuntes que reflejan el desprecio de la familia hacia el escritor (de hecho parecen agregados al relato original). No obstante, Berneri maneja esos momentos con el mismo registro, por lo que el exceso no resulta tan notorio. Un año sin amor tal vez no sea la película definitiva sobre los temas que toca –y seguro que no busca serlo–, pero no deja de ser un interesante espejo para que el cine argentino, de cara al futuro, se mire y aprenda a contar otras historias con esta elegancia.

Mauricio Faliero      


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