La ópera prima de Sandra Gugliotta, premiada en el Festival de Berlín, posee
el extraño mérito no de anticipar, como afirman algunas voces, sino de
documentar la situación que sofoca a la Argentina de los últimos años. Sólo
que lo hace en un tiempo que difiere del presente. Pero la mayor virtud de
este film no es su postura frente a la "realidad social" sino la forma en
que expone el lenguaje y el comportamiento de los jóvenes inmersos en el
sombrío panorama que nos toca atravesar.El relato transcurre durante los
famosos cortes de energía eléctrica del verano de 1999. Eran días de mucho
calor y bronca, en los que las bebidas y alimentos escaseaban, incrementando
la ira de la gente. Este es el contexto que rodea a Elsa (Valentina Bassi),
indecisa sobre su futuro, harta ya de las pequeñas changas –como repartir
volantes o muestras de productos y realizar encuestas– que sabe que no la
llevarán a ningún lado. Animada por los relatos de su abuelo (el veterano
comediante Darío Vittori) acerca de Italia y por un amor loco de una sola
noche con un joven italiano, decide partir hacia allí en busca de un destino
mejor. Mientras procura ahorrar unos mangos para el viaje, se dedica a pasar
el tiempo libre con sus amigos (interpretados por Damián de Santo y Lola
Berthet) y conoce al personaje de Fernán Mirás, quien le moverá el piso,
como quien dice.
Son los momentos de rutina y aletargamiento entre amigos los que
adquieren mayor vuelo en este film: las conversaciones y bromas sin sentido
alguno, la fumata de porros, las escenas íntimas entre Mirás y Bassi (más
allá de que los dos atraen al público femenino y masculino respectivamente).
En cambio, los tramos con marcada "carga ideológica" recuerdan los antiguos
vicios declamatorios del cine argentino. Cuanto más se aproxima la directora
a los personajes, dejando de lado lo exterior, mayores niveles de
autenticidad logra. Un día de suerte basa sus aciertos en la
apelación a la subjetividad.
Este aspecto se puede apreciar muy claramente en la actuación de Vittori,
como el abuelo de Elsa. Cuando el guión inserta tramos demagógicos, el
trabajo de Vittori se vuelve impostado, excesivo, al borde de la
teatralidad. Sin embargo, en la escena en que el abuelo describe a Elsa el
gran amor de su vida, al que tuvo que abandonar, Vittori alcanza (junto a
Bassi) un momento verdaderamente conmovedor. Es en ese momento cuando se
sugiere la desilusión y el desarraigo que puede llegar a sufrir Elsa luego
de llegar a Italia.
Un día de suerte fluctúa permanentemente entre estos dos estilos:
uno muy anticuado y declamatorio; otro más vital, fresco y renovador. Todo
un muestrario del paisaje del cine argentino actual.
Rodrigo Seijas