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UNA HISTORIA VIOLENTA
(A History Of Violence)

Estados Unidos, 2005



Dirigida por David Cronenberg, con Viggo Mortensen, María Bello, Ed Harris, William Hurt, Ashton Holmes, Peter MacNeill
.



Primera escena: un par de asesinos consuma una masacre tan monstruosa como gratuita en un motel de ruta. Segunda escena: una adorable niña despierta a los gritos, aterrada porque ha soñado con monstruos. Toda su familia acude a calmarla y le asegura que los monstruos no existen, o que en todo caso permanecen en la oscuridad. No hay cabida para los monstruos en esa familia tipo norteamericana de un pueblito cualquiera en Estados Unidos: la hermosa niña tiene un hermano adolescente manso y tranquilo, su madre es una abogada en el pueblo y su padre tiene una próspera cafetería; todos cumplen el sueño americano, se aman y son amados y respetados por la comunidad. Incluso su apellido, Stall, entre otras cosas significa establo. Casi, casi, una caricatura. Y sin embargo, lo monstruoso irrumpe en ese ámbito inmaculado: los asesinos intentan otro acto de vandalismo y son reducidos por el padre de familia, quien se muestra asombrosamente diestro en el manejo de las armas, y pasa a convertirse en el héroe local. Su celebridad atrae a otro monstruo, en el personaje de un magnífico Ed Harris de rostro desfigurado, que llega junto a otros seres sospechosos e insiste en que el héroe no es quien dice ser, y vienen a cobrarle una deuda. A partir de allí, se instala un clima hitchcockiano de paranoia y esquizofrenia, en donde todo lo que sucede es pasible de contener más de un significado. ¿Qué hacen los mafiosos en el ámbito casi sagrado del pueblo medio americano? ¿Cuál es la verdadera identidad del héroe? ¿Este héroe es en realidad un asesino? La cara del bueno de Viggo Mortensen –quien ya fue héroe en la saga de los anillos– parecería despejar todas las dudas. Pero allí están la iluminación baja, la música suspensiva que nunca resuelve, y un dato no menor: el film siempre parece ir en una dirección, y después cambia hacia otra.

El canadiense David Cronenberg ha realizado un film clásico, heredero del western y el cine negro, tan cercano al cine de Hitchcock como al universo de David Lynch, un film de acción aparentemente convencional que abre una reflexión muy profunda sobre la cultura norteamericana y sobre la naturaleza de la violencia, y que plantea cuestiones ontológicas acerca de la identidad y destaca la fuerza del destino. ¿En qué medida el individuo va tejiendo la red de su propia vida, generando su propio destino del cual le será imposible escapar (porque lo reprimido, ya lo sabíamos, siempre retorna)? ¿Hasta qué punto nuestro camino es producto de una decisión personal? Podrá sorprender en un primer momento este film de Cronenberg, tan realista, tan abocado a lo psicológico y social, acostumbrados como estábamos a los artificios, disecciones y experimentaciones con el cuerpo de sus películas anteriores. Sin embargo, en sus últimos títulos las mutaciones no son físicas sino morales, y el director se dedica a investigar los interiores de la psiquis, como en Spider o Crash, siempre haciendo foco en los dilemas de la identidad.

Estrenada en nuestro país pocos días después de la visita del presidente de Estados Unidos, durante la cual su imagen circuló con la leyenda “Criminal de guerra”, la lectura política podrá sonar obvia, pero resulta insoslayable. ¿Qué esconde la cultura norteamericana detrás de su alineamiento con el “Bien”? ¿Qué significa el estallido de violencia irracional en Francia, cuna de la razón y la elegancia? Todo exceso en un sentido genera su contrario, que tarde o temprano irrumpirá inexorablemente en la escena; toda represión genera una sombra personal o colectiva que de una u otra manera interactúa, presiona o estalla brutalmente.

Una historia violenta desmiente la tradicional oposición entre el film de arte y el cine de espectáculo. En una ajustada conjunción, maneja una sabia medida en la combinación de suspenso, intriga, acción y humor, con una puesta en escena y un estilo fílmico impecables. En esta magistral construcción dramática sobre el tema de la sombra personal y el lado oscuro, tan importante como las actuaciones es el trabajo con la luz: progresivamente va pasando de los colores exteriores de un otoño bucólico a los interiores menos iluminados, hasta llegar a las tinieblas nocturnas del centro de la mafia. Los lugares comunes (el ámbito pueblerino, la cena familiar, tan sana, tan colorida, tan estereotipada, el juego luz-sombra), que en cualquier otra película podrían funcionar como meros tópicos, en el film de Cronenberg nunca molestan, no están de más sino todo lo contrario, resultan esenciales al drama, están allí como funcionales al planteo moral y filosófico. Como ejemplo, las dos escenas de sexo, antes y después del punto de inflexión. Podríamos llamar a una iluminada y a la otra en sombras, una ingenua, pseudo-adolescente, en la cama conyugal, y la otra una violación consentida y brutal, en la escalera y en tinieblas.

La representación de la violencia física toma aspectos a veces perturbadoramente atrayentes, porque Cronenberg sabe trabajar como pocos la representación de los cuerpos, y convierte un cadáver sangriento en una imagen fascinante, siempre la última y resultado de cada pelea. La aparición monstruosa de Ed Harris tiene un eco en la presencia final de William Hurt como elegante capomafia, en una performance totalmente inusitada, en la cual con un humor despiadado se transforma en una sola escena en el amo de la película.

La nueva generación será la que mejor sepa integrar la violencia que existe en su seno (tengamos en cuenta que el título original no es Violent Story sino en realidad Una historia de la violencia, porque esa brutalidad ha tenido su pasado pero tiene también un futuro); violencia que, a esta altura, ha dejado de ser monstruosa.

Josefina Sartora      


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