Una
mujer infiel
es la adaptación libre de un best seller de John Irving (autor de "El mundo
según Garp" y "Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra", novelas
también llevadas al cine) y resulta, por de pronto, una película fallida.
El matrimonio
que forman Marion (Kim Basinger) y Ted Cole (Jeff Bridges) está naufragando.
El accidente automovilístico que se ha cobrado las vidas de dos de sus hijos
y las diferentes posturas asumidas por ambos, que no han servido para
resolver la tragedia, han hecho estragos en la pareja. El, escritor de
cuentos infantiles y pintor, se ha volcado al cinismo, a las relaciones
extramatrimoniales y al alcohol. Ella se ha encerrado en su dolor y no puede
hacerse cargo ni siquiera de su pequeña hija Ruth (Elle Fanning). Ted
selecciona a Eddie O'Hara (Jon Foster) como su asistente. El joven, con
ínfulas de escritor y admirador de su obra, encontrará en Marion su objeto
de deseo y de alguna manera será correspondido. Ese verano juntos modificará
las vidas de todos indefectiblemente.
El film
–demasiado largo para el obvio desarrollo narrativo que plantea– sufre un
quiebre en su mitad que procura, infructuosa y forzadamente, sumar humor y
situaciones cómicas a una historia que venía transitando por otros carriles.
"Parte de escribir es un poco manipular" le espeta Ted, como consejo de
escritura, a su asistente, y eso no es más que lo que el guionista y
director Tod Williams ha hecho en su película. Manipular y estereotipar.
Nuestro protagonista, con la liberalidad que ¿se espera? de un
artista, se pasea desnudo (de espaldas, o de frente pero en planos medios de
la cintura para arriba), bebe copiosamente, pide extravagancias, ambiciona
relaciones sexuales con madres e hijas. Pero, eso sí, defenderá con uñas y
dientes a su propia hija de una madre desamorada.
El director se
vuelve obsceno, y no me refiero únicamente al plano sexual. Muestra sin
medida y sin respeto, expone, literaliza. Denigra al personaje de Mimi
Rogers (la Sra. Vaughn, amante de Ted) con un desnudo total que resulta
impúdico e injuriante, y no por la situación en la que asoma sino
directamente por la puesta en escena. Lo mismo padece Kim Basinger en un
momento en que la cámara se regodea en sus lágrimas mientras está
manteniendo sexo con el joven. Eso sin contar el parecido de Eddie con uno
de los adolescentes muertos (que además se enuncia) ni la escena en que los
amantes son sorprendidos por la pequeña mientras practicaban sexo anal. Por
otra parte, la manera en que se decide relatar el accidente y lo que allí
sucede es otra muestra de la intencionalidad del director que no
aporta a la construcción de los personajes (que a esta altura ya están
plenamente menoscabados). Redundantes, explícitas, innecesarias –como el
contenido del escrito final que da cuenta de todo lo vivido–, las escenas se
acumulan, agotando.
Una película
que pretende hablar de "las complejidades del amor" y se reviste de una
tragedia que la desborda. En el camino quedan pasillos que asfixian, fotos
que resisten e insisten, altillos con puertas ocultas: metáforas que se
explicitan echando a perder el poder fantasmático que portan. Un elenco que
hace, bastante bien, lo que puede, con un guión que se las da de profundo y
no resiste ni el raspado de una uña sobre su superficie.
Javier Luzi
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