Esta es una película rara, interesante, inapresable por momentos,
fascinante en otros. No del todo consistente, pero a la que vale la pena
asomarse.
De eso se trata, ya que el director
belga Frédéric Fontayne no invita a meterse de lleno sino a pispear
en la relación que un hombre y una mujer de unos cuarenta años
sostienen durante algunos meses. La historia, que reposa casi exclusivamente
en estos dos personajes (Sergi López y Nathalie Baye), arranca con un aviso
que publica ella solicitando compañero para
realizar cierta misteriosa fantasía "pornográfica". El responde
y se dan cita en un bar de París. Es el primero de una serie de encuentros
que, con pocos cambios, se prolongan como un ritual: el pedirá un cognac,
ella un café (o un té), cruzarán unas pocas palabras y dejarán el local
rumbo a un hotel cercano, adonde consumarán esa fantasía a solas. Bien a
solas: la cámara, y con ella el espectador, quedarán una y otra vez afuera
del cuarto 118.
Una relación particular (Una
relación pornográfica en el título original) descuella precisamente
por eso: un punto de vista coherente y riguroso. Ella es "ella" y
él es "él" porque parte del convenio implícito entre ambos
supone que sus nombres, como sus trabajos y sus familias –es decir la historia
de cada cual– quedarán completamente al margen de esas citas que los unen una vez
por semana con puntualidad matemática. No sabemos más de ella que lo que
sabe él (y viceversa) y quedamos tan afuera de la fantasía como los
interlocutores invisibles (¿sus terapeutas?) ante quienes uno y otra
reconstruyen las alternativas de una relación que –esto se sabe desde el
vamos– ya forma parte del pasado. Esta
mirada "filtrada" genera tensión, siembra expectativas, sugiere
preguntas. Estas últimas, a su vez, se ahondan con las reconstrucciones
verbales de los hechos, en las que ella y él nunca coinciden por completo,
y en todos esos primeros planos (hay muchos, y en buena hora) que expresan
tanto como lo que parecen esconder.
Llega un momento en que la relación
se estanca. En palabras de él: "primero vi su belleza; después,
su belleza y sus defectos; más tarde ya no percibí ninguna de esas cosas:
había empezado a acostumbrarme". Film isomórfico si los
hay (quiero decir que sus formas se parecen a su materia dramática), Una
relación particular también se estanca en este punto. Como si los
pocos datos, a esta altura, no fueran ya suficientes para infundir tensión.
Como si nos faltasen demasiadas piezas.
Todo repunta con una pregunta de ella:
"¿Y si lo hiciéramos normalmente, de verdad?" La
propuesta reactualiza la vigencia de la fantasía sexual (a la que teníamos
un poco olvidada) y plantea un desafío concreto: el de su superación.
Pongámoslo así: ella propone conectarse un poquito más, meterse
más el uno con el otro. El film no se queda atrás: nos mete a
nosotros, por vez primera, en la habitación 118, para que presenciemos
desde muy cerca ese primer coito "como la gente". Que no sólo
está muy bien filmado, sino que no deja de ser original (algo ya casi
imposible en términos de puesta en escena cinematográfica).
Lo que queda por delante quizá pueda
adivinarse: los "beneficios", pero también los riesgos, de una
relación estable en términos convencionales. Ese territorio en el que los afectos y las pulsiones, o
la sexualidad y el amor, se codean, pero también se mezclan y
–claro está– pueden llegar a anularse. ¿Será transitado por
nuestros héroes?
Juraría que acá, justamente acá,
Frédéric Fontayne se perdió la oportunidad de imprimir un nuevo,
definitivo salto a la narración. Que en lugar de crecer, se afloja.
O se dispersa, y esto tiene que ver con la subtrama de un viejito infartado
de la que el film podría haber prescindido perfectamente. No está todo
dicho, sin embargo: hay un final (o pre-final) vigoroso, que abre
nuevas puertas y fortalece el impacto de la película.
Nathalie Baye está muy bien. A Sergi
López se le hubiera agradecido una cuota extra de fuerza expresiva, que
complementase esa suerte de sonrisa en ciernes, esbozada, casi permanente alla
Delon. Respecto de Fontayne, es indudable que expuso el tema, los temas, aunque quizá hubiese convenido que utilizara menos palabras, y más
imágenes, para desarrollarlos.
Guillermo Ravaschino
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