| Poco se sabía de la producción cinematográfica uruguaya, quizá porque 
    apenas existe y casi nunca llega a la Argentina, a pesar de que el país 
    oriental se encuentra cruzando un charco. Pues bien, ocurrieron dos 
    milagros: en un breve lapso, dos películas uruguayas tuvieron distribución 
    comercial: El viñedo y 25 Watts; y esta última resultó un 
    ejemplo del alto nivel de calidad que puede alcanzar el cine de Uruguay, y 
    de un estilo propio que puede llevarlo muy alto.
 Este film trata básicamente de una práctica muy ejercida entre los 
      jóvenes del mundo entero: el alpedismo, también conocido como 
      rascarse, huevear, etc. Para enseñarnos en toda su dimensión 
      este noble deporte, 25 Watts se encarga de mostrar las veinticuatro 
      horas de un trío de varones que... bueno, tienen poco y nada que hacer. El Leche (Daniel Hendler, el inefable "Walter" de las propagandas de 
    Telefónica) se encuentra a un paso de terminar el Liceo. El último y gran 
    escollo es Italiano. El Leche está muerto con Beatriz, su profesora 
    particular, y esto lo termina perjudicando. No se concentra, cuando estudia 
    relata monólogos de enamorado en italiano. La solución es entonces ver 
    televisión usando a la abuela, literalmente, de antena. Porque el objetivo 
    es claro, no pensar demasiado. Javi (Jorge Temponi) terminó el Liceo, pero ir a la Facultad es para él 
    una utopía. Se gana sus mangos manejando un autoparlante, trabajo que 
    aborrece y tiene ganas de mandar ya sabemos adónde. El jefe, amigo de su 
    padre, no para de martirizarlo con lecciones de responsabilidad y 
    cumplimiento del deber. Para colmo, su novia María quiere terminar la 
    relación. En cuanto a Seba (Alfonso Tort), el más chico de los tres, es callado e 
    ingenuo. Parece estar siempre fuera de contexto. Sin embargo, siempre por 
    casualidad, se ve rodeado de sujetos no muy pacíficos, metiéndose en 
    situaciones insólitas que lo asoman a un mundo desconocido. Rodeando a los tres protagonistas, una larga lista de personajes 
    secundarios enriquece el relato: Kiwi (que no para de decir y contar 
    estupideces), Pitufo (quien no para de repetir que el único uruguayo que 
    figura en los Récords Guinness fue uno que aplaudió cinco horas seguidas 
    aunque no sabe por qué), Sandía (cuya existencia gira alrededor del fútbol), 
    Gerardito (un simpático tontín que despierta un sentimiento de protección en 
    todo el grupo de amigos) y la Abuela de Leche (una versión femenina y 
    uruguaya de De la Rua), entre muchos otros. A lo largo de estas lentas y tranquilas veinticuatro horas, el espectador 
    tendrá ocasión de asistir a una inmensa cantidad de situaciones disparatadas 
    y a la vez ambiguas, plenas de significado. Así, la preocupación que tiene 
    Leche por pisar caca es un reflejo de sus inseguridades con respecto al 
    futuro examen y su relación con la profesora; la escena en que Javi alimenta 
    con comida para perro al hámster que le regaló su novia muestra el enojo que 
    él tiene con su pareja y la obsesión de Seba con las películas pornográficas 
    es un síntoma de su ansiedad por descubrir nuevos aspectos de la vida. Más allá de la tristeza y melancolía que genera, este film uruguayo 
    despierta una gran atracción por la identificación que generan los 
    protagonistas. Ellos son vagos e irresponsables, y su dificultad para 
    relacionarse con otras personas es evidente, pero son seres graciosos y 
    queribles, y el que mire la película se encontrará deseando que superen sus 
    problemas y frustraciones. El film de los directores y guionistas Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll 
    presenta un tono urbano que no le quita el aire sereno, casi pueblerino, a 
    esa ciudad antigua y de techos bajos que es Montevideo. Sólo en algunos 
    lugares de Buenos Aires se pueden encontrar barrios de casitas de un solo 
    piso, habitadas por gente que abre la puerta sin preguntar "¿Quién es?", con 
    calles por las que apenas si transitan automóviles. Filmado en un correcto blanco y negro, a un costo ínfimo, 25 Watts 
    se muestra sin embargo como un film trabajado al máximo. Los realizadores 
    apelan hábilmente a cortos flashbacks para explicar algo que esté diciendo 
    un personaje con respecto a un hecho sucedido en el pasado, manejan con 
    mucha soltura la cámara y logran un montaje ágil. Influida por Jim Jarmusch, Raúl Perrone y dos notables exponentes de la 
    Nouvelle Vague francesa como Francois Truffaut y Eric Rohmer, y ganadora en 
    el Festival de Cine de Rotterdam, esta película se sitúa en la cresta de la
    Nueva Ola Uruguaya. Cruzando el Río de la Plata está habiendo 
    muy buen cine señores. Rodrigo Seijas     
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