Después del
espectacular suceso de Amores perros, Alejandro González Iñárritu
consiguió reunir para esta película a un elenco de primera línea, encabezado
por Sean Penn, Naomi Watts y Benicio del Toro. Pero a pesar de todo, 21
Gramos no consigue mejorar los resultados de su ópera prima.
El título
remite a una teoría que afirma que el cuerpo humano al morir pierde 21
gramos, que equivaldrían al peso del alma. Iñárritu se propone no
sólo explorar el tema de la muerte, sino también el de la vida después de
una tragedia, la venganza, la culpa, el arrepentimiento, la religión y la
relación con Dios. Ambición no le faltó, y eso es algo que ya había
demostrado en su primera película. Aquí vuelve a apelar a un relato coral
compuesto por tres historias que convergen en un accidente automovilístico:
la de un delincuente (Del Toro) que intenta reformarse por el camino de la
religión pero atropellará a un hombre y sus dos hijas; la de la madre (Naomi
Watts) que deberá afrontar la pérdida de su familia; y la del hombre enfermo
(Sean Penn) al que le trasplantarán el corazón del individuo muerto en el
accidente. El primero irá a la cárcel por propia voluntad y su fanatismo
religioso enfrentará una crisis gigantesca que dañará también a su familia;
la segunda caerá en la adicción a las drogas para tratar de ahogar su pena;
el tercero se obsesionará con la idea de saber quién fue su donante.
Iñárritu confirma ciertos
valores y convicciones que lo movilizan, como su capacidad para retratar la
crudeza de la vida urbana y la creencia de que no hay casualidades, sino que
todo está planeado, predestinado de alguna manera. Pero si en Amores
perros los personajes buscaban rebelarse a ese destino que parecía
tenerlos prisioneros –tropezando, cometiendo errores e incluso saliendo muy
mal parados–, en 21 Gramos la rebelión apenas si se insinúa en la
forma de algunas rabietas. Los componentes del relato transitan errantes,
librados a esa especie de voluntad superior que lo decide todo. El amor, la
revancha, la muerte, la ira, todos los sentimientos obedecen, así, a la
predeterminación. Si la energía que movía a Amores perros era la de
sus personajes, el motor que impulsa todos los acontecimientos en 21
Gramos es la Fatalidad (para bien o para mal). En cierto punto, todo se
convierte en una gran tragedia en la que todos tienen que juntar los pedazos
(propios y ajenos) para intentar seguir adelante. El guión refuerza esa
sensación con una estructura particular, en la que la narración, que es no
lineal, anticipa de algún modo los hechos.
En
verdad, los mayores méritos de 21 Gramos pasan por los nombres
propios del elenco: las actuaciones son excelentes. Y aunque este film
confirma al cineasta mexicano como un hacedor de imágenes impactantes, con
respecto a Amores perros no deja de ser un retroceso. Esto no
constituye ningún desastre, teniendo en cuenta el alto nivel de aquel
largometraje. Pero uno no puede evitar abandonar la sala con la sensación de
que tanto pesimismo y tantas desgracias planificadas es sencillamente
demasiado.
Rodrigo Seijas
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