Maurice
(Peter O'Toole) es un actor grande (en edad y en reconocimiento) que aún
sigue ofreciendo su arte especializándose en personajes muertos o "a punto
de", pero en su vida cotidiana goza de una vitalidad asombrosa. Su ex esposa
Valerie (Vanessa Redgrave) es, ahora, a la vuelta de la vida, una gran
amiga. Su amigo Ian (Leslie Phillips) es un poco hipocondríaco y de aquellos
a los que les gusta sentirse cuidados y atendidos, por lo que acepta que la
hija adolescente de una sobrina, Jessie (Jodie Whittaker), se instale en su
casa. Desde su llegada las cosas se complican sin medida porque la joven no
tiene ninguna intención de ser la Galatea de ningún Pigmalión y procura
utilizar su estadía en Londres para cumplir sus sueños de modelaje. Maurice
conectará con ella en una relación de tintes extraños para lo que la mirada
social permite, y se acompañarán consiguiendo –sin buscarlo– que ciertos
cambios se produzcan en cada uno.
Venus es la diosa
romana del amor y de la belleza, nacida de la espuma del mar según el mito
(no por nada el inicio y el final de la película tienen que ver cercanamente
con el agua), y como el arte es también uno de los tópicos que se cruzan en
el film "La Venus del espejo" de Velázquez se asoma como un símbolo que
trasciende y se vuelve parte del texto fílmico.
Entre los lúcidos
apuntes sobre la vejez (que es mostrada crudamente y con el realismo
necesario), las conveniencias y los problemas que la celebridad otorga, las
diferencias generacionales que lucen infranqueables en su superficialidad, y
la amistad que supera las edades o el mismo paso del tiempo, se tensa la
anécdota que desgrana un guión inteligente y humano elaborado por el
reconocido escritor Hanif Kureishi (Ropa limpia, negocios sucios) y
que con mano certera hilvana Roger Michell (Notting Hill). Desde las
imágenes hasta la banda sonora, en donde se entretejen las canciones pop con
la música clásica, podemos observar que la búsqueda pasa menos por la
oposición que por la (de)mostración de la, posible y a la mano, confluencia
de las antípodas que, entonces, uno bien puede sospechar no tan enfrentadas.
La tensión sexual
entre los protagonistas es tan poderosa y se ofrece tan desinhibida que
puede causar lo menos extrañeza, por no decir incomodidad, pero es una
elección formal sumamente plausible que coadyuva a reforzar el contenido y a
separar al film de la media que suele tocar estos temas con
idealización y demagogia.
Con un humor british –como no podía ser de otra manera– siempre sutil
y filoso, una ironía agridulce y las mejores armas para acercar al
espectador a la empatía con los personajes, la cinta ofrece también escenas
sumamente conmovedoras (la despedida de Maurice y Valerie y la visita de los
amigos a la iglesia en cuyas paredes se encuentran las placas de los actores
muertos alcanzan el clímax buscado sin golpes bajos y con admirables
lecciones de actuación). Un gran elenco donde O'Toole demuestra su
versatilidad incuestionable (por este papel alcanzó su octava nominación al
Oscar, que le sigue siendo esquivo) y una banda de sonido encantadora suman
para hacer, junto a los otros aciertos referidos –y pese a ciertos toques
melodramáticos y alguna repetición o subrayado innecesario que sobra pero no
malogra–, de Venus una película para reflexionar y emocionarse.
Javier Luzi
|