En El viaje de Felicia Atom
Egoyan vuelve a demostrar que es un director personalísimo, y con esto
queremos decir que no se parece a nadie, que no responde a ninguna
convención de género, y que es única su manera de contar historias y
crear climas sugerentes. Tiene en este caso la ayuda extraordinaria de Bob
Hoskins como actor, en la adaptación de una novela de William Trevor.
Egoyan es hoy el realizador más importante y reconocido del Canadá y
niño mimado del festival de Cannes. Nacido en Egipto en el seno de una
familia armenia pero formado en Canadá, adonde además de al cine, se
dedica a la ópera y la televisión.
Como anuncia su título, se trata del viaje hacia la identidad de
Felicia (Elaine Cassidy), una chica irlandesa, joven e inocente, quien
sale de su pueblo en busca de un novio que ha partido hacia Inglaterra sin
dar más noticias. Los datos que ha dejado el muchacho son pocos y
difusos, tal vez mentirosos, y la búsqueda no será fácil. En su camino
encuentra al señor Hilditch, un gourmet mitómano y solitario que ha
sabido llevar su oficio de gerente de catering en una fábrica a un grado
de tratamiento exquisito. Ambos son dos individuos que no han podido
integrarse a su medio, y el hombre mayor pretenderá ayudarla en su
búsqueda, mientras se gesta un cariño entre ellos. Sutilmente, con una
información entregada a cuentagotas, nos enteramos de que Hilditch es un
ser con un pasado oculto y siniestro, que vive atormentado por el recuerdo
de su madre, que lo ha marcado para toda la vida. Solitario y voyeur,
antes de Felicia ha tenido la compañía de algunas muchachas que conserva
grabadas en videos, cuyos destinos parecen haber derivado en el horror.
Sutil, contenidamente, el melodrama se desliza hacia el thriller
psicológico. La lección de Hitchcock ha sido asimilada. Con maestría,
Egoyan va construyendo la historia lentamente, saca el máximo provecho de
recursos muy escasos y deja asomar paulatina y sugerentemente las
verdaderas identidades de sus criaturas, generando el suspenso.
La película está estructurada en un contrapunto entre los dos
protagonistas: la narración va y viene entre el presente de ambos y flashbacks
alternados que informan sobre el pasado de cada uno de ellos y muestran la
relevancia de la figura paterna y materna, respectivamente. Al mismo
tiempo, la línea argumental de cada personaje está sonorizada con dos
tipos de música muy identificables: las baladas irlandesas siguen a
Felicia en su viaje, y Hilditch está acompañado de almibaradas melodías
de los '50, época en la que parece haber quedado fijado. El contraste es
entre dos nacionalidades, tan cercanas aparentemente, y tan
irreconciliables. Desde lo visual, la verde campiña irlandesa, bucólica
e idealizada, contrasta con las inhóspitas áreas industriales de
Birmingham en las que Felicia deambula sin orientación, cada día más
desesperanzada.
Film de atmósferas, la primera toma con los títulos es un largo y
hermoso travelling que recorre la vivienda de Hilditch, una casa
suspendida en el tiempo, donde él acumula objetos viejos y organiza
ceremonias gastronómicas acompañado por los videos de su madre. Ya en El
dulce porvenir, Egoyan había incursionado en el tema de las
difíciles relaciones familiares, en el complejo y vulnerable vínculo
entre padres e hijos. Aquí vuelve sobre el tema, en un film sobre la
soledad y el dolor, sobre la huída y la locura.
Las actuaciones son excelentes: la joven Cassidy sabe dar a su Felicia
el toque ingenuo y romántico de quien inicia un viaje hacia la madurez, y
Arsinée Khanjian, esposa y actriz fetiche de Egoyan, está estupenda como
la maestra de cocina que sigue estigmatizando a su hijo desde la pantalla
de TV durante sus obsesivos rituales culinarios. Pero el mérito mayor
corresponde a Hoskins, quien demuestra la amplitud de su registro como
actor, y es aquí un maestro en su composición contenida de un hombre
cuyas emociones reprimidas lo arrastran a la violencia. Su fuerte acento
obrero contrasta con la estudiada entonación paternal y protectora, que
utiliza para ganar la confianza de la joven. Hoskins trasmite de tal
manera la intensidad de los sentimientos del hombre, su desgarro y
sufrimiento, que terminamos por tenerle lástima y no miedo. Lo logra en
base a la expresión y el gesto ambiguos, la mirada fugazmente
desesperada, que sugiere lo abyecto de sus intenciones.
Sorprendentemente, al final la película quiebra el clima que había
elaborado con tanta delicadeza y casi descarrila. Pese a ello, sigue
siendo una obra original, perturbadora.