Imagine un personaje
gris, un hombre dedicado por completo a una tarea. Sin una vida personal,
sin vínculos estrechos ni más ambiciones propias que la de hacer
meticulosamente su trabajo. Estamos en Berlín oriental en 1984, unos cinco
años antes de la caída del Muro. Gerd Wiesler es profesor y empleado de la
Stasi, la implacable policía del régimen que controla las actividades de
todos los habitantes. Además de sus miles y miles de empleados (se calcula
que unos 90 mil), muchos otros espías, voluntarios o no, conforman una red
que hace circular información sobre las actividades de sus amigos, esposos,
familiares. Y hay un estado de sospecha permanente.
Wiesler (una
interpretación contenida de Ulrich Mühe) es invitado a presenciar una obra
escrita por Georg Dreyman e interpretada por su mujer, Christa María
Sieland, una de las actrices más prestigiosas. Ambos conforman la pareja
dorada del ambiente artístico de la Alemania del Este; Wiesler sugiere a su
jefe comenzar a vigilarlos. Rodeado de grabadores y enormes aparatos, se
instala en el ático del edificio donde vive la pareja y comienza a escuchar.
Mientras participa de su vida cotidiana, y los oye conversar, pelearse,
reconciliarse, hacer el amor, su frialdad se quiebra.
La vida de los otros
parece querer explorar la posibilidad de redención humana a través del arte.
Muestra también las contradicciones entre los individuos en términos de su
participación en un régimen político: “Tú también te acuestas con el
sistema”, le dice en un momento la actriz al autor, cuando éste le recrimina
un affaire con un ministro.
A
pesar de esta intención inicial, la película opta por centrarse en una
especie de “enamoramiento” que surge entre el vigilador y Dreyman. Wiesler
comienza a vivir de manera vicaria la vida del otro: su patetismo y su
soledad son subrayados en una escena de encuentro con una prostituta. El
vínculo excluye a la actriz: el personaje interpretado por Martina Gedek, el
más ingrato de la película, es un engranaje de la trama al que se utiliza y
descarta con liviandad.
Ganadora del Oscar 2007 a la Mejor Película Extranjera, entre muchos otros
premios, y considerada en su país de origen como la mejor película alemana
de los últimos tiempos, su director Florian Henckel Von Donnersmark deja en
claro que trata un tema importante. El problema es que el film es
completamente consciente de su “importancia”, y esto lo hace caer en una
solemnidad apenas condimentada con unos pocos momentos humorísticos.
Quizá porque todos los regímenes totalitarios en un punto terminan por
parecerse, no hay particularidades en los métodos de vigilancia, espionaje y
seguimiento utilizados por la Stasi. De la misma manera, tampoco queda
explícita la ideología que los lleva a hacer lo que hacen, ni hay otro valor
puesto de manifiesto en sus opositores salvo el de la libertad (que no es
poco). El final se demora en una sucesión de epílogos que se prolongan
demasiado, hasta una conclusión que resulta algo forzada.
María Molteno
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