La vida por Perón
es uno de los estrenos argentinos mas interesantes en lo que va de 2005.
Digo esto de entrada, porque la película ha enfrentado (desde su
presentación en el BAFICI) desmedidas –aunque previsibles– reacciones de
incomprensión. La crítica (mas afín a las pequeñas historias) la ha
ignorado, los peronistas (numerosos en los poderes del Estado y de la
Cinematografía) la detestan, el público (acostumbrado a la estética de los
'90) no la entiende: tal vez todo esto, paradójicamente, también habla bien
de ella. Porque es indudable que ha logrado tocar –vaga pero íntimamente– el
paradigma irremediablemente perdido de una época en la que era posible, y
aun deseable, dar la vida por algo. Y no lo hace a través de la
distancia intelectual (presente en otras buenas películas –como Un muro
de silencio o El ausente– que intentaban hablar de los '70
mas que dejarlos hablar, como en este caso), sino desde la inmersión
sensitiva (sin condescender a la falsa mimesis de aggiornar la imagen de
época según el paradigma actual que dicta el Realismo).
A través de ese
expresionismo (deudor del teatro de Ricardo Bartis y Pompeyo Audivert),
La vida por Perón logra condensar –mas que destilar– ciertos sentidos
profundos, tocando el nervio de la Historia. (Algunas actuaciones son
notables, algunas líneas de dialogo son reveladoras, y la atmósfera general
–de asfixia creciente, de extraño reconocimiento– está conseguida.) No es
poco para una película que se mete con la historia argentina de la primera
mitad de los '70 (la dictadura y sus consecuencias han sido abordadas muchas
veces, pero no así la etapa previa, ese "huevo de la serpiente" que aún
permanece soslayado, y no sólo por el cine).
La crítica (que siempre
parece incómoda si no puede clasificar o poner estrellitas) sólo se atrevió
–en los grandes medios– a glosar la historia: el día de la muerte de Perón
un grupo de militantes revolucionarios irrumpe en una casa convirtiendo el
velorio del padre del protagonista (un "perejil" recién "encuadrado") en una
conspiración para sustituir el cadáver del General. Pero la película es más que la anécdota que cuenta, y escapa de
cualquier intento de normalización: lo que intenta describir, más que
narrar, es el clima de una época precisa (de hecho, la elección del
día de la muerte de Perón no es gratuita: aquel día se inició, de alguna
manera, la debacle final del peronismo en el poder, que llevaría a la larga
noche de la dictadura).
La vida por Perón
no es una película absolutamente lograda (más de una vez cae o pierde el
rumbo) pero –lo mismo pasa con Géminis, otro estreno importante del
cine argentino reciente– uno tiene la sensación de que hay una búsqueda
(ética y estética). Y son preferibles las búsquedas (aunque fallidas) al
facilismo de la costumbre y el costumbrismo de lo fácil. Películas como
estas son respetables porque corren riesgos. Y el mayor de ellos es ser
malentendidas.
La película –ha dicho Luis
Ziembrowski, autor y actor– "apuesta a una mirada inteligente y sensible".
Quién sabe si la encontrará. Porque –como sabemos– no es fácil meterse con
el peronismo y con la violencia política de los '70, y mucho menos no
hacerlo de modo complaciente. Y La vida por Perón (título que
recuerda –con mas ironía que respeto– una de las consignas de la enceguecida
Juventud Peronista) no apela al drama condenatorio, ni a la comedia de
costumbres, ni al thriller político (aunque juegue un poco con esos y otros
géneros).
Y no es su menor virtud
–aunque eso desespere a críticos y espectadores– carecer de género. A fuerza
de abusar del Realismo (en el lenguaje, sobre todo, que busca las
inflexiones de una época precisa) se vuelve irreal, logrando un clima
cercano al delirio (compartido en aquel momento por toda la sociedad, desde
la derecha a la izquierda): ese es el único demonio.
No se trata sólo de críticar el
militarismo en el que cayeron ciertas organizaciones (y cómo los militantes
de base fueron víctimas de conducciones mesiánicas): La vida por Perón
muestra que ese mundo cerrado es el emergente de un fuera de campo
–la
Historia determinando la historia–
que sólo logramos atisbar (así como asistimos al verdadero velorio del
"padre" por medio de la TV, o al más que simbólico enfrentamiento
generacional entre distintas versiones de la Patria Peronista). Y la película logra
mostrarlo sin grandilocuencia: a través de la luz (que es de un verde
putrefacto, ideal para una historia que gira alrededor de un cadáver), de
la música (que llena la escena final de una ironía amarga: Bellotti usa la
"Marcha de San Lorenzo" como Bechis usaba "Aurora" en Garage
Olimpo) y del develamiento de la historia –y la Historia– a través de
los personajes (en una trama en la que es clave lo que se intenta hacer
decir a un muerto). En una tradición –siempre necrófila– que se remonta
al "Facundo" de Sarmiento, se trata de evocar una sombra para apropiarse de
una voz, de un sentido, de un Fin.
La vida por Perón
es el tercer largometraje de Sergio Bellotti, y sigue de algún modo el
camino que había comenzado con Sudeste (después de la fallida
Tesoro mío): el develamiento de ciertas zonas de la "argentinidad" a
través de historias prestadas, géneros inciertos y miradas laterales. Esa
mezcla de tradiciones se relaciona con la tradición de la mezcla: la misma
que practicaban Haroldo Conti y Rodolfo Walsh (autores largamente citados
por Bellotti, también ellos guionistas ocasionales), o el mismo Daniel
Guebel (coautor de todos sus guiones). Lo que pone en juego esa tradición
irreverente es la dificultad de la representación (artística y política), y
en esta película esa (im)posibilidad es central: como en "El simulacro", el
cuento de Borges en el que un pueblo pone en escena el velorio de Evita,
La vida por Perón juega con la fuerza de la alusión, sin caer nunca en
el realismo falsificado o en el simbolismo vacío. Indaga en las imágenes, en
las palabras, en el imaginario, tratando de dar cuenta de un paradigma (el
lenguaje como esencia de una época, la política impregnándolo todo) que ya
es inconmensurable. No es poca cosa.
Nicolás Prividera
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