| Como todos los años, Woody 
    nos entrega una más de sus reflexiones cinematográficas sobre las 
    dificultades del amor y las tribulaciones del artista. Una más de las 
    variaciones sobre el mismo tema que atraviesa toda su obra (“escribo siempre 
    el mismo poema”, decía Borges). Todo resulta muy familiar en La vida y 
    todo lo demás: el protagonista (Jason Biggs) es un escritor de guiones 
    para comediantes incapaz de enfrentar la vida por sí mismo (“no puedo dormir 
    sin una mujer a mi lado”, confiesa Jerry); su pareja idealizada (Christina 
    Ricci), joven aspirante a actriz, parece estar más interesada en hacer el 
    amor con otros hombres (¿o está harta de su verborragia imparable?) y lo 
    vuelve loco con sus contradicciones de mujer histérica.
 
    En films anteriores, hemos 
    visto la manera en que Woody se proyectaba en sus protagonistas, con 
    distintos actores que oficiaban de alter egos del realizador, mientras él se 
    limitaba a dirigir el guión de su propia vida: en Celebrity, Kenneth 
    Branagh encarnaba al escritor inmerso en el mundo del espectáculo, e imitaba 
    todos los gestos y la plástica corporal de Allen; en Disparos sobre 
    Broadway, John Cusak volvía a reemplazar al director en la pantalla, en 
    su interpretación de otro escritor del espectáculo. La gran novedad de esta 
    nueva entrega reside en que se produce el desdoblamiento de ese personaje 
    omnipresente: el muy joven Jerry escucha a un colega veterano que oficia 
    como su mentor –encarnado por el propio Woody Allen–, algo loco y 
    supuestamente sabio. Sus paseos por el Central Park acompañan largos 
    diálogos plagados de consejos sobre el trabajo y las relaciones, que no son 
    de mucha utilidad para ninguno de los dos. A tono con la época, el maestro 
    expresa la paranoia norteamericana, y trata de convencer a Jerry de que por 
    su condición de judío debe estar permanente armado. Pero el 
    tema del espejo –del doble, podríamos decir– no termina allí. La novia de 
    Jerry lleva a su madre (Stockard Channing) a vivir en su exiguo 
    departamento. Es una mujer algo desquiciada que desea dedicarse al canto, y 
    funciona a manera de un espejo adelantado de su propia hija. Ambas expresan 
    una preocupante imagen de la mujer. Desde 
    hace varios años, el cine de Woody Allen atraviesa una etapa de reciclado de 
    su cine anterior, en la que tanto los temas como los diálogos y los chistes, 
    o la magnífica imagen de Nueva York, suenan –lucen– como algo ya visto y 
    oído demasiadas veces. El hombre torpe y de palabra ingeniosa, las 
    variopintas dificultades que enfrenta con las mujeres, las bromas sobre el 
    psicoanálisis hacen a un dejà vu constante, y aquí encontramos además 
    ecos muy reconocibles de films anteriores como Annie Hall o 
    Broadway Danny Rose, o... sigue la lista. De todas maneras, La vida y 
    todo lo demás supera las últimas películas y, por supuesto, está 
    maravillosamente filmada, con una luminosa y cálida fotografía de Darius 
    Khondji, una estupenda banda de sonido con Billie Holiday, Cole Porter y 
    otros grandes y el bonus de las actuaciones de Channing y Danny 
    DeVito (como el agente de Jason), pero justamente todo esto nos mueve a 
    preguntar: Anything else, Allen? 
    Josefina Sartora      
    
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