El Vikingo es un hombre de familia.
Aficionado a las motos. Vive en un barrio humilde, con su mujer, dos hijos y
un sobrino a su cargo. Cuando encuentra a Aguirre
–un par en
gustos; un desconocido que guarda secretos del pasado–,
lo invita a su casa y lo incorpora a su mundo. Así iremos desandando el
camino de la cotidianidad de estas personas-personajes.
José Campusano cruza el documental con
la ficción y definitivamente no cuaja. Si bien la narración fluye hay
evidentes problemas de montaje y de edición, por no mencionar los registros
de actuación que son nada creíbles. Si es documental no saben hacer de sí
mismos, y si es ficción aflora el “feísmo” y una mirada sobre este mundo
bastante miserable (¿por qué lo sexual y la mostración de los cuerpos en los
pobres siempre se dan casi como animalizados por la mayoría de los nuevos
directores argentinos hombres?).
Western urbano, del Oeste bonaerense, asombra el
maniqueísmo planteado de buenos y malos, como si una postura naif lo
sostuviera. Más allá de los valores ultraconservadores familiares que se
exponen y pregonan, la simbología crística tiene su lugar también (obsérvese
las dos escenas sobre lavatorios de pie y la posición en cruz del cuerpo de
Aguirre), con una marcada exaltación martirológica de un “héroe” al menos de
dudosa calidad humana.
Extraña mezcla de Martín Fierro y Vizcacha, Vikingo consigue
levantar las banderas de la tradición más rancia disfrazando el
conservadurismo con la ropa de cuero y las supuestas bondades de una tribu
urbana. Sobre los valores que ensalza, mejor hacer un análisis más profundo.
Para destacar: la escena del recital, que es la única que consigue
transmitir realidad y cine sin esfuerzo alguno.
Javier Luzi
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