Víctima de malas
experiencias en sus intentos juveniles por tener sexo, Andy decidió desistir
y mantenerse al margen. No lo volvió a intentar –ni siquiera con
profesionales– y ni siquiera se hizo consumidor de pornografía. Tampoco
tiene una vida social activa: al comenzar el film, sus únicos amigos son la
pareja de ancianos del piso de arriba, con los que algunas noches mira
televisión.
En una
época en la que se propicia el consumo de sexo a toda hora y en todas sus
variantes (televisiva, virtual, telefónica, paga, gratuita; cuerpo a cuerpo,
las menos de las veces), todas las prácticas están contempladas y han
desaparecido tabúes, pero el sexo ya no guarda misterio para nadie. Sí para
el protagonista de Virgen a los 40 años, a quien este voluntario
retiro le ha dado una inocencia mayor que al resto de los adultos. Rodeado
de muñecos de colección y de las mejores consolas de videogame, Andy vive en
el departamento ideal de un preadolescente. Una noche de poker, sus
compañeros de trabajo descubren su secreto y se proponen ayudarlo. Aunque le
facilitan el encuentro con diversas mujeres, Andy conoce a una sola que le
gusta –Trish, madre de tres hijas–, a la que no se atreve a confesarle la
verdad.
Virgen... hace
reír con recursos genuinos, no abusa de la parodia de la parodia ni deja
afuera a quienes no vieron una determinada película (aunque cita
oportunamente al David Caruso de Jade, y a la ópera-rock Hair).
Es zafada sin instalarse por completo en el terreno de la grosería, y
(aunque haya varios) no basa su efectividad en chistes que involucran
fluidos corporales. Tampoco muestra otra intención que la de divertir, pero
puede ir más allá, porque tiene algo que a muchas películas que nos llegan
de Hollywood les falta: un buen protagonista, inserto en un mundo creíble,
que interactúa con otros personajes que son más que la excusa para el
próximo gag. La lucha de Andy por perder la virginidad lo impulsa a
hacer amistades, a mejorar en su trabajo, a enamorarse, a querer cumplir
otros sueños.
Su
sinceridad me lleva a disculpar al film de algunos defectos: sí, tal vez sea
demasiado largo, aunque es cierto que decidir qué escena cortar debe haber
sido un dilema; algunas sirven para hacer avanzar la trama, pero otras son
meramente hilarantes. La de la depilación con cera, a la que el actor se
somete en vivo, será recordada por mucho tiempo. Y otra vez sí, en los
minutos finales, que incluyen malentendido, persecución, etc., el tono podrá
volverse moralista, pero las decisiones de Andy guardan coherencia con quien
él es.
Steve
Carell (protagonista y coguionista) está sencillamente genial. Mientras veía
su rostro impasible en las delirantes escenas de los créditos, recordé haber
leído que personificará al Superagente 86 en una nueva versión para el cine,
en reemplazo del (irreemplazable, inolvidable) Don Adams. Y entonces yo
también comencé una espera difícil de sobrellevar.
María José Molteno
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