Virus es el primer film dirigido por John Bruno, un consumado realizador de
efectos especiales que supo convocar a sus mejores pares para elaborar a ese monstruo sin
rostro, relativamente novedoso que preside la anécdota. Una suerte de energía
inteligente, ubicua, que se mete sin permiso en la estación orbital Mir, cuyo sistema de
comunicaciones aprovecha para saltar a la Tierra, o más precisamente al mar,
infiltrándose en la computadora central del "Vladislav Volkov", un sofisticado
buque-laboratorio de bandera rusa. No está mal: como si fuera un programa que viaja por
módem.
Hay otro barco, el "Sea
Star", y es el modesto remolcador que transporta a los héroes media docena de
buscadores de tesoros más o menos piratescos cuando una tormenta los pone en
fuga... y se topan con la nave rusa. La abordan. Pues bien: hasta aquí el resultado por
lo menos equivale a la suma de las partes. La escenografía planta al buque ruso como una
efigie ominosa, decididamente temeraria. En el bando de los justos todavía destellan
ciertos rasgos pintorescos (tenuemente, es cierto, y sólo de la mano de Donald
Sutherland, que compone a un capitán cabrón, desaforado). La criatura
aun no se ha convertido en esa cruza de Mecano y Robocop, infantilmente vil,
caprichosamente asesina. El silencio, el aislamiento y los tripulantes desaparecidos
configuran una situación de suspense muy típica, un punto de partida conocido,
pero que sin embargo funciona. Y es curioso: su vigencia debe provenir del hecho de que
nadie ha conseguido derivar de él un relato medianamente interesante (ahí está Terror
a bordo, la historia añejamente desechada por Orson Welles y retomada por Phillip
Noyce con un primer acto magistral, e dopo...).
Lo que resta de Virus no
merece mayores comentarios. Esencialmente es un interminable juego del gato y el ratón.
Alternativamente víctimas y verdugos, el invasor y los terráqueos buscarán aniquilarse.
Mil batallas previsibles, previsiblemente, irán diezmando a las respectivas tropas.
Escotillas que se traban, héroes que se vuelven locos, una rusa que aparece al fin
para pasear su belleza y balbucear patéticas explicaciones
"científicas", estrategias gruesas, torpes, incongruencias a granel. Una
auténtica maratón para el aburrimiento, naturalmente coronada por el consabido enfrentamiento
final. De un lado quedarán los lindos (Jamie Lee Curtis, William
Baldwin). Del otro, un tendal de fierros retorcidos. O un pichón de Alien en
barbecho. O una 386. Qué más da.
Guillermo Ravaschino
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