Marcello Mastroianni no sólo fue un enorme actor, sino uno de los más famosos, con lo
que su vida y obra distan de ser una caja de sorpresas para nadie. El interés de este
documental realizado por Anna Maria Tatò su compañera de los últimos 20
años no pasa en todo caso por allí. Sí, en cambio, por la intimidad que el
protagonista de La Dolce Vita establece con el espectador a partir de las
anécdotas e impresiones que hilvanan la película. Esta ha sido concebida libremente, sin
ninguna veleidad formal, y sigue a Mastroianni por diversos países europeos. Puede
vérselo en Roma, sobre la Via Apia, al pie de una de las célebres moradas que habitó,
recordando los viejos tiempos. Sobre un bote a motor, por los canales de Venecia,
filosofando acerca de su tabaquismo: 50 cigarrillos diarios durante 50 años, dice, suman
un millón (y es casi cierto). Lo que no evita que mientras habla, fume. O acunado por las
sugestivas praderas portuguesas, durante un alto en la filmación de Viaje al
principio del mundo, definiendo cariñosamente al aun más veterano Manoel de
Oliveira, director de aquel, su último trabajo en el cine de ficción.
Yo recuerdo arranca con la
silueta del actor recortada contra un fondo blanco, dando rienda suelta a los ecos más
recónditos de su infancia. La imagen permanece demasiado tiempo en la pantalla. Los
recuerdos, sin embargo, se sostienen por la intensidad que empeña Mastroianni al
evocarlos, como si presintiera en este film su despedida (murió poco después, en
diciembre de 1996, a los 72 años). Esto ocurre varias veces a lo largo del documental, a
tal punto que, por momentos, surge la impresión de que Marcello no sólo estuvo delante
sino detrás de cámaras. Decidiendo qué, cómo y cuándo recordar, ordenando a su piaccere
las memorias de cara al público. Mastroianni se entrega a esta tarea con una inmensa
calidez. Y no podría sonar más franco.
El resultado es obvio: no hay mayores
brillos fílmicos para destacar. Lo que vale es la presencia de Marcello, prolongada en un
puñado de fragmentos más o menos ilustres de su filmografía (a la que dedica menos
comentarios de los que cabía esperar). Acerca de Federico Fellini, respecto de quien
fuera reiteradamente señalado como alter ego, desliza unos cuantos apuntes
jugosos. Algunos para desmentir, precisamente, esa leyenda del "otro yo"
edificada por la crítica. Otros, para pintar al director como un genio caprichoso,
excepcional, capaz de plasmar una obra maestra a partir de un dibujo borroneado: puede
verse el de un hombre nadando, con un pene gigantesco, que le entregó Fellini cuando
Mastroianni le solicitó el guión de La Dolce Vita.
Se diría que Yo recuerdo
cumple con sus pretensiones. No habrá de defraudar a ningún fanático de Marcello
Mastroianni. Los demás, seguramente la dejarán pasar.
Guillermo Ravaschino
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