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Silvia Prieto y el viejo "nuevo cine nacional"


Raro peinado nuevo



Algo raro, muy raro está pasando con cierto cine nacional. Me corrijo: algo raro está pasando con cierto cine nacional. Y algo muy, pero muy raro está pasando con la crítica argentina cuando se pone a comentarlo. Lo raro con el cine son las reacciones que ese monumento al prejuicio y el lugar común conocido como "cine argentino" está provocando en algunos directores. Lo raro con la crítica es que los corona en bloque, a rajatablas, por unanimidad. Y saluda con alborozo –ya por enésima vez– al "nuevo cine argentino" esperado durante tantos años.

Me ocuparé de Silvia Prieto (1998), la película de Martín Rejtman bienvenida como "un relato que empieza a ponerle el cuerpo a un cine argentino distinto" por Clarín, bendecida como "una de las comedias argentinas más divertidas en siglos" por Página/12, definida como "una bocanada de aire puro" por Los Inrockuptibles...

A primera vista se diría que el artífice de Silvia Prieto hace asco de las bienodiadas "tradiciones criollas". El lo dijo. Y aunque sería deshonesto conferirle a su opinión otra relevancia que la de un observador o utilizarla contra su obra, me voy a permitir coincidir con algo que dijo Rejtman de Silvia Prieto en una entrevista que le concedió la revista El Amante. Textual: "Soy alguien que ve mucho cine y cuando veo el cine argentino detecto un montón de cosas que no me gustan. Entonces empecé a ver qué había acá, cuál era el territorio, qué elementos me podían servir para construir algo. Uno no puede construir algo de la nada, a esta altura de la historia del cine, y yo no encontraba nada. Entonces decidí ir un poco para atrás. Por ejemplo, nunca me gustaron los diálogos en el cine argentino. Entonces me planteé empezar de cero. Si de todos estos elementos no hay nada que me interese, ¿cómo puedo hacer yo algo bueno dentro de este caos? Entonces traté de reducir todo." Eso hizo. Pero eso no es conducente en términos cinematográficos. Ni artísticos. Ni políticos...

En primer lugar porque semejante modo de renegar de la "tradición oficial" no hace otra cosa que entronizarla. A ese "montón de cosas" que no le gustan –y que no nos gustan– el director las convirtió mecánicamente en su única referencia. ¿Por qué Martín, que dice ver mucho cine, a la hora de hacer el suyo decide abrevar en ese, y sólo en ese "territorio", árido por definición, antes que en cualquiera de los muchos, y tanto más fértiles, que ha dado el cine de cualquier bandera a lo largo de los tiempos? Hoy en día nadie encara ciertas discusiones ontológicas. El cine es un arte universal, humano, y punto. Y hace rato que, por lo demás, el cine "no argentino" bueno y malo, más o menos industrial conquistó el favor de los espectadores de este bendito país. Desde entonces, y permítanme ponerlo así, el "cine argentino" dejó de ser dominante. No sólo ha saturado a los críticos y a los directores como Rejtman, sino al público. Decididamente al de clase media, y en buena medida al de clase alta, que sigue siendo tan tilingo como en la década del '30 y prefiere "mantenerse al margen". (El de clase baja no existe como tal: la miseria galopante vedó las salas a la mayoría, y los que van, cuando van, lo hacen convocados por mitos extracinematográficos de los que son público cautivo antes y después de la función: caras y caretas de los medios gráficos, la radio y la tevé.)

Graciosamente, pues, ha resignado Rejtman cualquier fuente nutricia originada en otras latitudes. Se define por oposición a un cine en el que no ve más que cosas que lo irritan... y las reduce a cero. En términos matemáticos, lo que queda es cero. Pero como esto es una polémica sobre cine hay que ponerlo así: a cambio de los consabidos diálogos ampulosos, groseramente intencionados, Silvia Prieto propone intercambios triviales en tono de robots. En vez de los torturantes chistes con "doble sentido", los ofrece con ninguno. En lugar de los famosos anabólicos dramáticos que el cine criollo utiliza para engordar los argumentos, administró aplastantes dosis de inmunodepresivos. A los actores los invitó a no actuar. Debe ser la primera película en la que "no pasa nada"... por decisión explícita del director. Pero el cine "no argentino" –y honrosas excepciones argentinas, aunque sin comillas– ha dado miles de muestras de cómo pueden idearse diálogos, plantearse chistes y edificarse personajes como Dios manda. A eso, precisamente a eso, es a lo que renunció Silvia Prieto. A colocarse en el lugar del cine.

Así no se supera al "cine argentino". A lo sumo, se lo utiliza como excusa.

Guillermo Ravaschino     

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