Syndromes
And A Century
(Síndromes y
un siglo. Tailandia-Austria-Francia, 2006. Dirigida por Apichatpong
Weerasethakul). En el primer número de la presente edición de “Sin Aliento”,
el diario del Bafici, Ezequiel Schmoller dice que esta película “comienza
siendo difusamente narrativa”. Anoche, cuando planeaba estas líneas, pensé
que el modus operandi de Apichatpong Weerasethakul (Mysterious Object At
Noon, Blisfully Yours, Tropical Malady) es el de la
disgregación del relato, el de la digresión exquisita en el tiempo y el
espacio que se dispersa sin perjuicio (ni prejuicio) alguno para la película
o el espectador. Claro que esto requiere de una mirada dispuesta a dejarse
llevar, a dejarse ir, a interesarse por el destino de una doctora o de un
monje budista que hubiera deseado ser cantante pop tanto como por la belleza
de un conducto de ventilación que, por obra y gracia de la cámara hipnótica
del tailandés, puede ser una serpiente, un hormiguero o lo que se nos
ocurra. Debajo de su aparente inmovilidad, Apichatpong descubre el
movimiento secreto, atómico, de las cosas, y les concede tanta relevancia
como a las personas. La dispersión que le atribuí al principio se revela
como una forma alternativa de organización. Objetos, cuerpos y palabras por
un lado, planos, secuencias y banda de sonido por el otro, se conectan entre
sí por una lógica secreta pero física que busca nuestra más amorosa entrega.
Marcos VieytesStill
Life
(Naturaleza muerta. China-Hong Kong, 2006. Dirigida por
Jia
Zhang-ke).
Sobre
el final de la película, el protagonista se queda viendo a un equilibrista
que camina sobre un cable tendido entre dos edificios a punto de ser
demolidos. Uno de los sentidos de Still Life y de las otras películas
de Jia Zhang-ke (Xiao Wu, Platform, Unknown Pleasures y
The World, único film suyo estrenado
comercialmente en
la Argentina) se hace
explícito en ese plano, el único en el que se vale del cine como excusa para
hablar de China y de los chinos. Porque ese es el gran tema del cine
de Jia,
pero no su mecanismo usual de abordaje.
Su mayor mérito consiste,
justamente, en supeditar el contenido a la forma,
y esto a pesar del
claro interés político que lo anima en su acercamiento al cine. Salvo en ese
último plano demasiado obvio, demasiado transparente. Pero sería injusto y
obtuso concentrarse en el único exceso retórico de una película prodigiosa,
minuciosa, escrupulosa y fresca (o hermosa, así extendemos la rima).
Still Life cuenta la historia de un minero que sale a buscar a su hija y
su mujer, y de la esposa de un empresario-funcionario público
que dejó el hogar hace dos años por trabajo y puede que ya tenga otra
mujer y, sin lugar a dudas, otra vida. Pero sobre todo, es la historia de
una ciudad que desaparecerá bajo las aguas de una represa en vías de
construcción, y de los hombres y mujeres que desaparecen –estén vivos o
hayan muerto– bajo el peso de la Historia (en este festival también se ha
proyectado Dong, el documental de
este mismo cineasta sobre este
mismo hecho).
Puede que el anonimato sea, en verdad, el gran tema de Jia Zhang-ke. El
anonimato comunista o el anonimato capitalista, pero siempre la anomia de la
masa o la del individuo, y esos retazos de fantasía como espejitos partidos
de colores que nos rescatan apenas: un thriller hongkonés con Chow Yun Fat
que alguien mira por televisión en el culo del mundo, o esos edificios en
ruinas que por obra y gracia de la poesía digital de Zhang-ke toman forma de
naves espaciales y despegan hacia el infinito y más allá. Marcos Vieytes
Summer ’04
(Verano
’04. Alemania, 2006. Dirigida por Stefan Krohmer). El segundo largo del
alemán Stefan Krohmer arranca con una familia de esas que parecerían tener
todo resuelto: papá y mamá cuarentones, cultos y de muy buena posición
social, simpático hijo adolescente con hermosa novia… todos de vacaciones en
soberbio chalet a metros del mar báltico. Cuando la nena cae con un
nuevo amigo –otro cuarentón–, el primero de muchos conflictos afectivos se
esboza. ¿Es aquel hombre un amigo o, en realidad, un amante? ¿Qué actitud
tomará el novio de la chica? En lugar de preguntarse eso, la mamá del novio
(inigualable Martina Gedeck) toma cartas en el asunto: increpa al hombre en
cuestión, acusándolo veladamente de abusar de la muchacha. Y las cosas se
ponen buenas. Pero mejor se ponen cuando esa misma mujer, que casi pasaba
por puritana, exhibe signos de atracción hacia el supuesto abusador. Lo cual
nos lleva a preguntarnos, entre otras cosas, adónde irá a parar esa familia
que tan pocos minutos atrás parecía modélica. Lo de Gedeck es realmente
memorable, porque expresa la insatisfacción burguesa con la misma, enorme
potencia con la que también expresa la satisfacción, el placer y la
necesidad sexual. También vale el erotismo (la química entre los
intérpretes está muy por encima de la acostumbrada) y la habilidad de un
cineasta que se da el lujo de prescindir de toda música incidental sin dejar
caer por ello el pulso narrativo. Lástima que la historia, y más exactamente
su guión, llega a un punto de empantanamiento, de agotamiento. Y a partir de
allí se estira, se deshilvana, forzando finalmente un giro brusco a partir
de un episodio trágico que resulta inverosímil. Guillermo Ravaschino
Nightmare
Detective
(Akumu Tantei.
Japón, 2006. Dirigida por Shinya Tsukamoto). Shinya Tsukamoto es grande.
No digo
que es un grande, sino que ya es grande.
Que está grande
como para andar filmando una película como esta, pensada para alimentar el
fanatismo acrítico de sus seguidores, que lo ha elevado a la categoría de
director de culto después que filmara su opera prima Tetsuo, una
fábula cyberpunk que parece haberlo eternizado en un rictus de cineasta
border que no les deja ver (ni a él ni a sus acólitos) la sucesión de clisés
de su cine al que no es ajena está película. Decía, entonces, que Shinya
Tsukamoto está grande para andar haciendo demagogia y, acaso, creyéndosela
(que es el destino final de todo demagogo: engañarse a sí mismo). El
detective del título es
Ryuhei Matsuda,
cuyo rostro de efebo perturbador es aprovechado por Takashi Miike en A
Bing Bang Love: Juvenile (comentada más abajo, en esta misma página); un
muchacho que tiene el don de introducirse en las pesadillas ajenas y sanear
la patológica actividad onírica de sus ¿pacientes? ¿clientes? Vaya a saber
uno cómo llamarlos y vaya a saber uno por qué cuernos dicho joven anda
siempre vestido como El Hombre Misterioso, de Liniers, con largas túnicas
negras y cara de constipado poeta romántico. En fin, esas cosas del Arte. Lo
cierto es que cuando empieza a suicidarse gente mientras duerme, la policía
decide llamarlo para detener al soñador serial responsable de los crímenes y
entonces sucede un enfrentamiento final a puro frenesí de montaje, planos
detalle, close-ups y cerrados encuadres que no duran ni un segundo,
aburren por acumulación e intrascendencia, y embarran la cancha hasta
infatuar la más pueril de las explicaciones traumáticas. Marcos Vieytes
O Céu De Suely
(El cielo de Suely.
Brasil-Francia, 2006. Dirigida por Karim Ainouz). El director de Madame
Satá vuelve más relajado, pero sin perder la frescura y el desenfado. La
historia de Hermila, quien vuelve a su pueblo con su hijito, reencontrándose
con su hermana y su abuela al mismo tiempo que busca al padre del niño, es
todo un tratado sobre la fidelidad hacia un personaje. Para la cámara sólo
importa Hermila, nada más. Y actúa en consecuencia, protegiéndola a toda
costa de cualquier giro desestabilizador del guión. Contribuye aun más la
actuación de Hermila Guedes en el rol protagónico, dueña de un ángel y un
carisma fuera de lo común (debo admitir que la conocí personalmente, así que
en cierto modo mi fascinación es inevitable). Y por cierto: la banda sonora
original, junto a la de Reprise, han sido las mejores del festival.
Rodrigo Seijas
Brand Upon
The Brain!
(¡Marca en el
cerebro!
Canada, 2006.
Dirigida por
Guy Maddin). La película-acontecimiento del festival. Porque se
daba en un teatro, con música en vivo y director de orquesta checo; porque
era muda y con efectos de sonido manufacturados sobre el escenario; porque
Geraldine Chaplin era la narradora y hasta un castrati era parte del
show. Guy Maddin, de quien sólo se ha estrenado en nuestro país La
canción más triste del mundo, sigue haciendo de los comienzos del cine
la materia prima del suyo. Dice adscribir a la idea del cine como arte
satánico, nocturno, espectral (propuesta de Jean Epstein y los
expresionistas), pero se vale del humor para evitar la pose de artista
maldito y acercarnos a las preocupaciones contemporáneas de sus personajes.
En este caso, dos hermanos (chico y chica) que viven en un faro lleno de
huérfanos y tiranizados por una madre castradora y un padre siempre
concentrado en su trabajo que resultan ser más ridículos que terribles. La
llegada a la isla de la joven heroína de una saga de novelas policiales para
adolescentes desatará el deseo sexual, la confusión de identidades, la
desobediencia, el placer y la revolución doméstica. Aquelarre de imágenes
montadas con calibrado desafuero, retazos de color, cierres en iris, que
hace foco menos en la crueldad que en la estupidez de los adultos y en el
hecho inevitable de que todos acabamos por convertirnos en uno. Brand
Upon The Brain! es una trepanación meticulosamente primitiva, un
artificio a veces feliz y otras doloso que por momentos es cine y por
momentos otra cosa, singular e indefinible como la voz de un castrado.
Marcos Vieytes
Le Dernier
Des Fous
(El último de
los locos. Francia, 2006. Dirigida por Laurent Achard). En el comienzo
está la casa. Y la casa nos remite inmediatamente a la de Caché en el
recuerdo de la infancia que persigue al protagonista y le ha creado no sé si
el trauma, pero sí el problema que en la actualidad lo aqueja. Y la remisión
no es azarosa porque los traumas infantiles serán el plato principal de esta
película de Laurent Achard. La casa se viene abajo como la familia que la
habita: una madre mentalmente enferma y encerrada en su cuarto, un padre
ausente, un hermano mayor que oculta su homosexualidad y cuyo amante, un
vecino del lugar, lo deja para casarse, una abuela déspota y la mucama,
única compañía más o menos "normal" pero bastante pedestre. El pequeño
Martín será el testigo presencial de cada hecho familiar que convoca al
desastre final. La suma de disloques y eventos que se disparan sin límites
es de un nivel de violencia latente y explícita que abruma. Temer parece ser
la consigna a cumplir en semejante familia, y la herencia que se lega sin
culpa alguna. Apoyándose en las excelentes actuaciones y sin el uso de
música, el manejo de la tensión se instala en el espectador
inconscientemente en mitad de la película acercando datos que serán los
elementos claves para un final que juega a entroncar el castigo divino, como
operación de un deux ex machina, y apenas es el grito desesperado de
lo que supimos construir. Javier Luzi
Woman On
The Beach
(Mujer en la
playa. Corea del Sur, 2006. Dirigida por Hong Sang-soo) Las películas de
Hong Sang-soo,
como las de Rohmer o las dos de Andrew Bujalski
(la recientemente
vista en Mar del Plata Mutual Appreciation y la recién estrenada
en Buenos Aires
Funny Ha Ha), son parte de un cine del placer oral que demuestra el
alto valor que puede tener el uso de la palabra en un medio audiovisual
(cuando
no está pensada sólo como sustituto descriptivo de la imagen, concepción que
desmerece a una y otra).
Los protagonistas de su cine son siempre los mismos: dos hombres y una mujer
o dos mujeres y un hombre, pero esa figura geométrica triangular abre un
mundo de formas posibles. Como le muestra un personaje a otro mientras
dibuja, con dos puntos puede hacerse una línea (con el número dos nace la
pena,
dijo Marechal), pero con tres hay una forma abierta a diversos sentidos y
dibujos. La escritura de un guión no es ajena a esta poética del azar
representado y Hong Sang-soo
(Virgin Stripped Bare By Her Bachelors, Turning Gate, Tale
Of Cinema)
concibe el
diálogo entre imagen y sonido como un juego amoroso. Como el flirt,
sólo en apariencia leve, al que se entregan sus personajes. Detrás de la
ligereza insustancial e inconsecuente que parece destilar cada situación, se
adivina el trabajo de un orfebre fileteando la felicidad. Marcos Vieytes
The Sci-Fi
Boys (Los chicos de la
ciencia ficción. Estados Unidos, 2006. Dirigida por Paul Davids). Una
pequeña, humilde, divertida muestra de amor al cine. Diversas personalidades
(Ray Harryhausen, Steven Spielberg, Roger Corman, John Landis, Peter
Jackson, William Malone) van desfilando, comentando sus visiones y
pensamientos sobre el género de ciencia ficción y el oficio de los efectos
especiales. Son como niños hablando de sus juguetes, sus sueños y sus
fantasías. Y también adultos, con una llamativa autoconciencia de sus
posiciones como autores y visionarios de un mundo que aún no alcanzó sus
límites. Rodrigo Seijas
A Big Bang Love:
Juvenile
(Japón, 2006.
Dirigida por Takashi Miike). Miike dirige varias películas por año.
Insertado en la industria, dicen que no le hace asco a nada y por ello se
hace difícil para uno encasillarlo tanto como para él sostener una
producción pareja. "¿Qué
clase de hombre quieres ser?", se oye al comienzo, y de ese rito de madurez
o de ese pasaje parece querer dar cuenta el film. Trabajando el espacio como
uno teatral, minimalista, vacío de innecesariedades, o construyéndolo desde
las luces y las sombras, apostando por los encuadres asombrosos y la puesta
en escena certera, esta historia de dos hombres jóvenes que se cruzan en
prisión y, de alguna manera y como sólo pueden o se permiten, se ofrecen la
única relación de la que son capaces es un alarde de imaginación y un
desborde de locura. Miike enmarca la historia dándole un aire
shakespeareano en su monólogo inicial que va a hablar de aquello que
dominará el film: la cuestión del tiempo y el espacio. En un recinto cerrado
cargado de violencia contenida y desatada brutalmente, el pasado y el futuro
se cruzan y muestran todo lo que los constituyó como tales. Para ello el
director echa mano a los colores, las texturas, las pieles mostradas en
planos detalle, las repeticiones constantes de situaciones, las nuevas tomas
desde distintos ángulos, la no linealidad del relato. Y tiñe de intriga
policial lo que en el fondo es casi un tratado filosófico sobre el amor, la
herencia, la imposibilidad de cambiar, la venganza, la asunción de la
fatalidad como destino, la creación.
Javier Luzi
I Don’t
Want To Sleep Alone
(No quiero
dormir solo. Taiwan-Francia-Austria. Dirigida por Tsai Ming-liang). ¿Qué
significa decir que Tsai Ming-liang es un autor? Aquí y ahora (quiero decir
para mí y en este texto que garabateo mientras voy en colectivo) significa
que no debe haber más de cinco cineastas que sean capaces de crear y
sostener a lo largo del tiempo un universo cinematográfico propio tan
autosuficiente y progresivo como el del malayo. También quiere decir que
nadie compone planos tan precisos como él, dentro de los cuales quede
establecida una relación tan eficaz entre el desenvolvimiento temporal, la
tensión dramática y la expresividad del espacio. Por eso es inútil contar lo
que pasa en sus películas. Porque importa en relación a cómo pasa, a cómo
transcurre, a cómo se carga de sentidos y se transforma ante nuestros ojos
sin que nos demos cuenta. Esto no quiere decir que no haya dimensión
narrativa o política en su cine (de hecho, el protagonista de esta película
es un inmigrante estafado que sólo recibe ayuda de otros inmigrantes y la
película cuenta su búsqueda de un lugar en el mundo), pero sí que es
indiscernible de sus decisiones formales. Como el posible uso de tecnología
digital sin un criterio naturalista y el potencial retórico de todo plano
final. Marcos Vieytes
Duelist
(Duelista. Corea del Sur,
2005. Dirigida por Lee Myung-se). Ambicioso y autoconsciente, este film
sobre una oficial de la policía y un sofisticado criminal que se van
enamorando, a la par que rompen con toda regla impuesta, no tiene límites.
Explota en todas direcciones, mezclando elementos de varios géneros a la
vez: la figura de la femme fatale (encarnada esta vez en un hombre),
el slaptick, los diálogos absurdos, el melodrama más desatado, la
combinación de texturas y colores, las artes marciales, el video-arte,
etcétera. Por momentos uno se queda afuera, preguntándose qué es lo que
busca este film. Pero cuando entra en la trama, cuando se entrega al relato,
encuentra la respuesta: una permanente pulsión por romper con todos los
esquemas. Rodrigo Seijas
For Your
Consideration
(Para su
consideración. Estados Unidos, 2006. Dirigida por Christopher Guest). Ford
decía: "Mi
nombre es John Ford y hago westerns",
o por lo menos eso es lo que la leyenda dice que Ford decía cada vez que le
preguntaban a qué se dedicaba. Lord Guest, el director de esta película,
podría decir: "Mi
nombre es Christopher Guest y hago falsos documentales",
frase que hasta dondé sé
nunca ha pronunciado pero se ajusta a la realidad de lo que hace. ¿O debería
decir: "Mi
nombre es Christopher Guest y hago comedias"?
En realidad, poco importa lo que diga y mucho lo que filme. Pero lo que
dicen sus personajes, criaturas desesperadas por ser leyenda, es la base del
humor del cine de Guest y da forma a la estructura de sus películas.
Alrededor de un elenco estable de actores y amigos que hacen las veces de
músicos, criadores de perros o cineastas independientes como en este caso,
Guest elabora ficciones basadas en los mecanismos fosilizados por el
documental estándar televisivo para retratar a individuos y colectividades
conectados
por intereses comunes cuya imagen de sí mismos y de su actividad es siempre
desproporcionada. Aquí las cosas no funcionan tan bien como otras veces,
pero el
patetismo de
ese grupo de actores supuestamente al margen de los brillos del sistema,
pero
que se obsesionan
con unas posibles candidaturas al Oscar, no excluye una dosis de ternura sin
condescendencia y más de un gag deliciosamente agrio. Marcos Vieytes
It’s Only Talk
(Sólo son habladurías.
Japón, 2005. Dirigida por Hiroki Ryuichi). Un film que, a pesar de sus más
de dos horas de extensión, atrapa con rapidez al espectador y no lo suelta.
La historia de una chica con problemas depresivos, que va saltando de
relación en relación, fluye como un río, pausadamente, a pesar de su
evidente tono trágico. En cierta forma recuerda a Million Dollar Baby.
Más todavía por su final desconsolador, aunque tremendamente coherente con
los personajes. Esta película, desde su vitalidad aun en los momentos más
oscuros, nos habla del temor a amar, a establecer contacto con otras
personas. Y lo hace desde un llamativo y paradójico optimismo. Rodrigo
Seijas
The Host
(El anfitrión.
Corea del Sur, 2006. Dirigida por
Bong Joon-ho).
¡Viva el cine industrial asiático! ¡Viva el imprevisible cine de género
coreano, abierto a zonas de opacidad y desmesura, cambios de ritmo y
combinaciones refractarias a la interpretación!
¡Viva The
Host, My Sassy Girl y Shall I Cry?
(que acaba de competir en el Festival de Mar del Plata)!
El director de Memories Of Murder y Barking Dogs Never Bite,
entre otras, se ha despachado aquí con una monster movie indefinible
para ver en pantalla grande y
con
sistemas de
sonido de última generación. Como la criatura que asciende del río
para asolar
medio Seúl sembrando pánico, desorden y fascinación, convirtamos a The
Host en la cabeza de playa del mainstream asiático en nuestro
país. ¡Que tome por asalto las salas de los shoppings, los equipos sonoros y
las cadenas de distribución estadounidenses que copan la parada en esta
parte del mundo! Porque The Host, no sé si se los dije,
va a tener estreno comercial.
Sí, señores, The Host se
va a estrenar
y será
hora de llenar los cines con la alegría de ver un espectáculo a la vez
majestuoso, desprejuiciado y significativo. El de un enfrentamiento a muerte
entre una familia y un monstruo que son, a la vez, creación y víctimas de un
ente mucho más poderoso, inasible y siniestro, cuyo centro está en todas
partes y su circunferencia es ninguna. Quien
quiera averiguar a qué me refiero, que no se pierda ni el principio ni el
final de esta maravillosa película. Marcos Vieytes
Ferien
(Vacaciones.
Alemania, 2006. Dirigida por Thomas Arslan). El año pasado el Bafici ofreció
una retrospectiva sobre la obra del alemán Thomas Arslan. Allí descubrí A
Fine Day, una de las mejores películas que pude ver y reseñé para este
sitio. Ahora ya seguro elegí Ferien y no me defraudó. Durante unas
vacaciones en una bella casa de campo, los integrantes de una familia se
revelarán secretos que podrían cambiar sus destinos. Cuatro generaciones se
cruzarán para contar historias conocidas que sólo la justeza y precisión de
la dirección y la puesta en escena de Arslan consiguen distinguir y sacar
fuera de lo común. Parecería que las escenas se deconstruyen y vuelven a
reconstruirse delante de nuestros ojos sin alardes, sin gritos ni gestos
exagerados. Discusiones, peleas en medios tonos o dolores que se muestran
sin llantos acongojados simplemente con tres mujeres que se van sentando a
una mesa y se toman de las manos. El minimalismo que relata sin necesidad de
suplementos o accesorios. Una historia donde abundan las palabras justas y
los silencios que dicen y donde la música casi no aparece.
Javier Luzi
Monkey
Warfare
(La guerra del
mono. Canadá, 2006. Dirigida por
Reginald
Harkema). La
película del canadiense Reginald Harkema fue acollarada por los
programadores del festival junto a La Chinoise, de Godard. La
política llevada al cine y el cine como una política de las formas
audiovisuales que no pretende establecer una certeza ideológica sino dar
cuenta de un malestar o desconcierto. Monkey Warfare lo consigue
gracias al humor y los cero grados de arrogancia que exhibe. La gran
pregunta que se plantea la película es qué lugar le cabe en el presente al
activismo político más o menos violento.
Y si la
respuesta es más bien negativa, no ha sido formulada desde la decepción o el
cinismo. La pareja compuesta por Dan (Don McKellar, visto en Clean,
de Olivier Assayas) y Linda ya no protesta contra las guerras y sólo se
dedica a restaurar y vender por Internet objetos que encuentra en la basura,
hasta que conocen a Susan, una dealer curiosa que empieza a venderles
marihuana y a
cuestionar su
actual pasividad, esa mezcla de ecologismo light y coleccionismo
revolucionario que cultivan con simpático pero inocultable desgano. Esos
elementos también son usados por Harkema para darle estructura formal a la
película y oponer dentro de ella misma el furioso inconformismo setentista
(expuesto poderosamente en la secuencia de títulos en rojo del comienzo
sobre el fondo de un vigilante incendiado por una bomba casera) a la
fragmentada realidad social contemporánea (los hermosos planos tomados en la
calle de mujeres andando en bicicleta conviven con los aviones anónimos que
surcan el cielo a lo largo del relato y se tornan inquietantes debido a la
repercusión simbólica del 11-S). El primer final de la película (porque hay
otro después de los créditos)
es un
tanto conservador. Todavía no sé si la comicidad del segundo refuta o
enfatiza al anterior,
pero su
despreocupada
incertidumbre nos explota en la cara como una molotov. Marcos Vieytes
Retribution
(Sakebi.
Japón, 2006. Dirigida por
Kiyoshi
Kurosawa). Sigo
con el juego de palabras que empecé en otro lado para hablar de esta última
película del tocayo de Akira (Kairo, Bright Future, Suit
Yourself Or
Shoot Yourself: The Hero).
Retribution es un color que hace ruido, un grito que desentona, un
recuerdo que no combina. Combinación puede que sea una de las palabras clave
del cine de Kurosawa. El suyo es un arte de la combinación incesante en el
que las variaciones en la composición del plano abren portales a infinitos
universos. Hay pocas cosas más temibles en el cine contemporáneo que las
aberturas de un film de Kiyoshi Kurosawa. Cuando digo aberturas me refiero,
naturalmente, a puertas y ventanas, pero también a recipientes, espejos y
pantallas. O a manchas de humedad indescifrables, o a superficies líquidas
misteriosa y repentinamente estriadas. Y cuando me refiero a ellas como
temibles también podría aplicarles el adjetivo fértil. Porque menos que al
horror, esos portales convocan al asombro, la duda, la curiosidad, la
sorpresa y la incertidumbre. Como si el mal, los fantasmas y la muerte que
aparecen en aquellas películas suyas en las que se maneja según las
convenciones del cine de terror, fueran cada vez más abstractos: motivos
estéticos, reincidencias melódicas que nos invitan a jugar con los sentidos
y desmitificar los miedos más atávicos. Por eso hasta el clisé del crimen
cometido por el protagonista y perdido entre los pliegues del pasado no
lastra aquí la película, sino que sirve como punto de partida para el juego
y reflexión sobre las arbitrariedades de la memoria y el poder siempre
parcial de su representación. De hecho, el color que mencioné al principio
es el rojo que viste a la aparecida muerta, el ruido que desentona es un
grito agudo que dura más de un minuto (una eternidad) y obliga a taparnos
los oídos, pero el recuerdo que no combinaba no era un recuerdo, sino un
olvido. O un recuerdo ausente, acaso una mala jugada del cerebro, una
tergiversación de la culpa. Sobre esa fragilidad del significado Kiyoshi
Kurosawa construye su cine. Marcos Vieytes
Hana (Japón,
2006. Dirigida por Irokazu Kore-eda).
Los
personajes de esta película son sucios y feos como los de Scola, pero buenos
como el pan sin levadura. Quiero decir que los habitantes de la villa
miseria de la ficción de Kore-eda
nos hacen derretir por su humanidad. No importa que vivan en el Japón del
siglo X o sueñen con ser samurais, los sentimos cercanos a nosotros y ese es
un mérito que tienen en común esta película y la inolvidable After Life,
ganadora del primer Bafici.
Acaso el mayor defecto de esta película sea, igual que en Nadie sabe
(estrenada no hace mucho en
la Argentina),
su tendencia a la manipulación sentimental para transmitir un juicio sobre
el presente y la realidad exterior al film. Por eso la actitud del
protagonista hacia la venganza y la violencia parece hija de una concepción
pacifista anacrónica y extra diegética más que de la evolución ética de un
personaje. Pero ello no significa que la película pierda toda credibilidad,
lo que habla de un director que acaba imponiendo su lógica algo naif y
simplista, pero encantadora, merced al sutil trazado de rasgos domésticos
comunes a todos. Marcos Vieytes
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