Este sigue siendo un sitio dedicado al cine. No obstante, el espesor de la
crisis socioeconómica y política que atraviesa la Argentina y ciertas
pasiones que nunca mueren alentaron a nuestro director, que se despacha con
estas líneas.
En
el país del trigo volvió a faltar pan. Faltó papel para los diarios y
revistas. Falta insulina y toda clase de medicamentos, hasta pasajes aéreos
faltan. Hoy, dos días después del entierro formal de la Ley de
Convertibilidad y dos días antes que abra el mercado libre de compraventa de
divisas, Daniel Muchnik, uno de los propagandistas más esforzados del "nuevo
modelo" impulsado por Eduardo Duhalde, acaba de establecer que todo depende
de la cotización que alcance ese dólar paralelo en sus primeros días, horas,
entre nosotros. Por supuesto que todo, lo que se dice todo, no depende ni
mucho menos de eso; sí la vida del gobierno de Duhalde.
Pero este gobierno es lo contrario del modelo novedoso que nos quiere
hacer tragar el veterano Muchnik. Duhalde no
encarna el primer tramo de algo nuevo ni tampoco una alianza
sustancialmente distinta de la que el "poder financiero" habría tejido con
el político para gobernar este país durante los últimos 25 años, sino
exactamente lo contrario. Este gobierno, su discurso, su política (su política esbozada y su despolítica real, en la
medida en que en siete días no atinó a definir una sola medida contundente)
son el último ensayo de algo viejo, muy viejo. Algo que viene de mucho antes
del ’76.
Tipo curioso este Muchnik, analista económico de Clarín, encarnizado
opositor de Domingo Felipe Cavallo durante los últimos meses y tan
convertido al apologismo que por momentos parece vocero del actual ministro,
Jorge Remes Lenicov. Muchnik dedicó la primera parte de su micro
televisivo a
elogiar la estatura humana de este funcionario: "no es un tipo que grita,
que da órdenes como Cavallo, es mucho más docente". Esta última cualidad no
impidió que, acto seguido, Muchnik se limitase a interpretar (siempre
benignamente, por cierto) un reciente discurso de Remes ante los medios.
Uno de esos discursos que se han puesto de moda por estos días y que
embaucan invariablemente a la mayor parte de los periodistas y economistas
de este país (no así a la mayor parte de los que deformaron cacerolas de
tanto golpe). Uno de esos discursos que generan expectativas y prometen
"anuncios" pero entregan vaguedades, indicios falsos. Tres cosas destacó Muchnik: que
se ha dejado de mentir a la gente, que se le ha empezado a decir la verdad y
que –textual– "se abre un panorama muy interesante que perjudicará a todos
los asalariados en general". El show no acabó aquí, ya que el propio
Muchnik, 30 segundos después, asumía que aunque se dice
que se dejó de pagar la deuda lo cierto es que la del Fondo Monetario Internacional
se sigue abonando puntualmente.
Muchnik no está solo. Oscar Raúl Cardoso, también del riñón de opinadores
del grupo Clarín, se alarmó entre otros periodistas con la idea de que las
cacerolas no pueden gobernar, agregando que equivalen a un "caos" que puede
provocar un cuartelazo. No se imaginan ustedes las penosas vueltas que dio
este hombre hasta arribar al término con que graficó el peligro resultante:
"gobierno autoritario". ¡Vaya forma de poner las cosas patas para
arriba! Los que ya no pueden gobernar son los banqueros y los monopolios, a
no ser que por gobernar se entienda seguir vaciando este país, postrando
social, cultural y económicamente al grueso de su población. El
prestigioso Cardoso, editorialista y autor de un par de libros, jamás
concibió una síntesis posible entre los que empuñan bronca y cacerolas y
otra forma de representación, un régimen de nuevo cuño, apto para
expresar sus intereses y forzosamente más dinámico, ejecutivo y vinculado
a sus mandantes que las
dictaduras militares y la democracia devaluada, decrépita, que él y sus
cofrades defienden. Con, por ejemplo, representantes revocables en todo
momento y mecanismos que habiliten el debate colectivo (organizado,
conducente) de las iniciativas concretas e importantes. En buen romance: si
esta democracia es la que ha permitido gobernar a los banqueros y los
monopolios, ¿no debería ser posible –y sobre todo, necesaria– otra
democracia? Esta otra democracia no es menos, sino mucho más democracia que
la primera aunque, por supuesto, tampoco representaría equitativamente
a todos... ya que los mentados chupasangres quedarían afuera. De eso se
trata.
A las cacerolas no hay que temerles,
porque no están de más. Lo que les falta es
vocación de poder y programa político. Estamos hablando de un proceso que
puede ser largo (cuanto más largo más doloroso, pónganle la firma) y que no
está garantizado, pero en el
que las cacerolas no sólo no están de más, sino que operan, junto a otras
formas de acción directa, como aceleradores. La vocación de poder se
afirma con cada pequeña conquista; el programa madura al ritmo del debate y
de formas crecientes de organización. Ese debate, aun de modo sutil, ya
ha empezado a producirse. Las consignas coreadas, sin ir más lejos, implican
el consenso de las gargantas y los cerebros que las impulsan. Las consignas
del 19 y 20 de diciembre han sido atronadoramente unánimes a lo largo y
ancho de esta capital. Contra Cavallo, De la Rúa, los radicales y la
oposición cómplice, contra los bancos, el FMI y las grandes empresas
privatizadas. Contra la alianza que todos ellos, más allá de cualquier
matiz, vienen fogoneando gobierno tras gobierno. Vamos, a nadie se le escapa
que las cacerolas y no
otra cosa descajetaron los tiempos, precipitaron las renuncias,
pusieron en vilo, y en algunos casos en fuga, a los miembros más
despreciados del poder judicial y la "clase política" (el hecho de que estos
mismos políticos hayan sido también los más votados en la última elección, ¡hace menos
de cuatro meses!, pone en evidencia la naturaleza global de la crisis:
económica pero también de "gobernabilidad", de poder, de régimen político).
Otro dato crucial es la velocidad que está ganando el desarrollo de la
"gente", cuya capacidad de elaboración tiende a progresar en proporción
directa a la desorientación de los opinadores profesionales. Esto sí que es
interesante, pero sólo se puede entender a la luz de las cacerolas y sus
primos-hermanos: huelgas, piquetes, manifestaciones y toda acción de masas
medianamente consciente y enfocada de los últimos días, meses, años...
décadas. Eso es la "memoria colectiva" cuando las papas queman (en otros
tiempos, suele ser un artefacto muy difuso de los académicos).
Lo que se discute pour la gallerie, como no podría ser de otro
modo, tiene muy poco que ver con lo que se discute realmente. Pesificación,
dolarización, devaluación son variantes técnicas; el fondo del asunto es
quién o quiénes pagan la crisis. El único viraje real, la única novedad de
peso
entre los últimos días de Cavallo y estos de Remes es producto directo de
las puebladas: la intención de eximir a la "clase media ahorrista" de parte
de ese costo para descargarlo más brutalmente –vía inflación– sobre los
desocupados y asalariados en general (es decir, sobre buena parte de esa misma clase media) y,
de manera harto incierta, sobre las empresas de servicios públicos
privatizadas, que resignarían transitoriamente una pizca de su astronómica
rentabilidad. ¡Pero esta intención no es igualmente intensa! Se mantendrá
muy firme en torno de la devaluación, no así respecto de la devolución de
depósitos, y mucho menos respecto de sostener en el tiempo el congelamiento
de las tarifas de los servicios. Casi todo depende de otra categoría en
desuso que viene a ser actualizada por el drama vital: la "correlación de
fuerzas". Habrá que ver qué pesa más, si la rebelión popular con sus efectos
o las coimas y presiones feroces de los pulpos económicos. Y me permito una
digresión: no por feroces, estas presiones dejan de ser clandestinas,
silenciosas, subrepticias, es decir ajenas a la cosa pública
que es el más cacareado emblema de la democracia decrépita. Otro
periodista, en este caso del equipo de "izquierdistas" que rodean a Jorge
Lanata, sentenció que si los aprietes de los pulpos económicos al
gobierno trascendieran con detalle a la población "se produciría una
revolución socialista". Y entonces... ¡justificó la ocultación! No
Tenembaum, acá vuelve a estar todo patas para arriba: si la cosa pública
bien entendida lleva a la revolución socialista habrías de sacar otra, muy
otra conclusión.
El "plan" Remes-Duhalde está agarrado con alfileres, no está llamado a
reactivar prácticamente nada, y lo saben. Pero su apuesta fuerte es otra:
desactivar la indignación generalizada y la movilización y la
organización que crecen a su calor... para que siga la fiesta. Los odiados y
famosos ajustes, como así los pagos regulares de la deuda externa, están
ahí, a la vuelta de la esquina, esperando que se aquieten las aguas para
volver a reinar.
Al gobierno de Duhalde lo llaman "de unidad nacional".
Válgame Dios. Esa unidad
nacional es ficticia, ridicula, patética. La Unión Cívica Radical, otra vez
cadáver político, vuelve al gobierno de la mano del justicialismo (antes la
había rescatado el Frepaso). Están todos, absolutamente todos los que fueron
foco de la ira del pueblo (la todavía invicta Lilita Carrió podría
ingresar en próxima fase de la crisis). En términos estrictos, es la unidad
antinacional, la unidad de los que la nación sublevada señaló como sus
enemigos, como los responsables y beneficiarios del desastre economico y
social. Legitimarse es lo que más los desvela por estas horas, y no
es seguro que lo consigan.
Mal que le pese a Oscar Raúl Cardoso, el caos y la anarquía están en las antípodas
de los cacerolazos, y aun de los saqueos de comida. Estos son la
reacción, consciente o desesperada, ante la desocupación, la expropiación, la
enfermedad y el hambre, es decir ante el caos y la anarquía que el capitalismo
desparrama por este lado del mundo. La superación del caos, por lo tanto,
depende de la claridad y evolución de las acciones que encaren las masas. Esa es la cuestión.
El gobierno de "unidad nacional" y las calamitosas consecuencias que,
de un modo u otro, está llamado a provocar sobre las condiciones de vida de
este pueblo sugieren que dentro de días, horas quizá, este conspicuo
seleccionado de engañadores profesionales (¡el quinto en dos semanas!) puede
llegar a caer bajo el rugido de estas, nuestras calles. En las que
millones de compatriotas, muchos de ellos más que nunca y muchos más que
esos por primera vez, han empezado a madurar la idea de que la única
oposición real, viable, sustentable, son esencialmente ellos. Sólo ellos. Lo
que no han hecho claramente es disponerse a dejar de ser oposición. Para eso,
además de un programa y vocación de poder les será preciso armar su propio
seleccionado: poner en pie una dirección. En este sentido, cabe apuntar que
lo único que no se ha devaluado en la Argentina es la materia gris.
Jugadores sobran, se los aseguro.
Hay otra unidad nacional y es la que se está forjando
entre la clase obrera ocupada y desocupada y la clase media, en buena medida
desocupada también. No pasa por las manifestaciones y acciones callejeras,
ya que el freno de la burocracia sindical (otra que está siendo más odiada
por estos días) todavía consigue mantener a esos pueblos
geográficamente distanciados. Sin embargo, estos sectores ya habían sido
objetivamente aproximados por la orientación económica de los últimos
años: por un lado nominalmente (deterioro general de las condiciones de
vida), y sobre todo por oposición al polo "concentrado" que se les ha ido
alejando a la velocidad de la luz. Pues bien, ahora se empezaron a acercar
subjetivamente, a partir de la incorporación por la clase media de
cierta determinación, arrojo y métodos históricamente asociados con el
proletariado. Con esos que, casi por definición, "no tienen nada que
perder".
El otro día escuché al tal Tognetti, creo que se llama Daniel,
despreciando los cacerolazos porque es la misma clase media que votó a Menem
por las cuotas, y ahora salta porque le tocaron el culo con los plazos
fijos. ¿Y con eso qué Tognetti? El problema de este joven es que no percibe
que la clase media (de la que, digámoslo, quizá ya haya empezado a despegar
luego de tanto tiempo en la televisión) está luchando, y está luchando
así, porque se dio cuenta que el capitalismo empezó a expropiarle su
último capital. Dicho capital son cinco mil, diez mil, veinte mil dólares que fueron amasados durante años y a veces décadas. Que tal
vez hayan sido más, varios miles más, en algún tiempo, pero que menguaron
durante los últimos al compás del desempleo creciente, de la
desprotección de los ancianos (que requieren sostén de sus hijos), del
aumento de tarifas y otras variables que socavaron el salario real obligando
a tocar los ahorros. Esos pocos miles de dólares, pues, son en
esencia el único capital de una amplia franja de gente degradada,
agobiada, condenada por el sistema. Por cierto que en estas condiciones ese
capital es nulo, ficticio, es decir igualmente condenado a extinguirse en el
altar del otro capital (el de los "grupos concentrados", o mejor: el de
aquellos que sobrevivan). Pero no deja de ser un capital y, más aun, dinero,
o sea el fetiche de la riqueza y la prosperidad en el sistema capitalista, y
no cualquier dinero sino el más preciado, el más solvente de los que se
conocen por aquí: dólares estadounidenses.
Dicen que las jornadas revolucionarias siempre enseñan algo. Yo tal vez
haya aprendido que aquello de que la gente sale a la calle "cuando no
tiene nada que perder", proclamado en tono de análisis o de consigna por
tantos revolucionarios (y no tanto) de la clase media de los ‘70, es una
idea falaz. Los que enfrentan las balas de goma siempre tienen dignidad, y
eso puede perderse. A la calle se sale a ganar, a
recuperar, a conquistar por vez primera algo, y no por descarte. La clase media argentina ha salido a pelear porque sí tiene algo
que perder, y ese algo no es cualquier cosa sino lo único que le queda... y
se ha hecho piquetera.
En rigor de verdad, hay otra cosa que la clase media tampoco perdió del
todo: ilusiones en el capitalismo. Es decir en diversas, y aun extremas,
variantes de ese sistema que no vaciló en sacrificar una vez más su Ley
Suprema (la Constitución Nacional) y su dogma sagrado (la propiedad privada)
para salvar a un puñado de pulpos mediante el famoso corralito
bancario que sigue y seguirá.
Habrá que ver qué pasa con dichas ilusiones. Por lo pronto, algo de ellas se evapora con cada cacerolazo.
Guillermo Ravaschino, 8
de enero de 2002 |