Las 125 mil personas que circularon por los pasillos de las salas Hoyts en el Abasto, los
ascensores del Teatro San Martín, las escaleras del cine Cosmos y los halls del Lorca y
el Lorange parecen confirmarlo: la segunda edición del festival porteño de cine
independiente fue un éxito de público que permitió compartir, a lo largo de diez días
de trajín, decenas de hermosas películas, en buenas copias, junto a algunas visitas
ilustres como el realizador de Shoá Claude Lanzmann (quien presentó su más
reciente producción, Un vivant qui passe), Edgardo Cozarinsky (de quien se
proyectó una poderosa retrospectiva), el director de Pi Darren Aronofsky o Tsai
Ming-Liang, el malayo-taiwanés consagrado por la mayor parte de la crítica. También
hubo espacio para discutir sobre técnicas de producción independiente (desde cómo
conseguir equipos hasta cómo "enganchar" productores), una concurrida charla
para especialistas sobre animación japonesa y seminarios para todo gusto y pelaje.Este año la venta telefónica por tarjeta, las corridas a
las 10 de la mañana para conquistar lugares en la cola y el misterioso 5% de las entradas
que las salas Hoyts reservaron para invitados del Gobierno de la Ciudad (muchas de las
cuales no se utilizaron jamás) confirmaron fatalmente los temores de quedar afuera de las
proyecciones.
Las retrospectivas de los directores estuvieron
entre lo más valioso del evento: por primera vez las nuevas generaciones de cineastas y
cinéfilos pudieron ver La guerra de un solo hombre, Fantasmas de Tánger y La
barraca del argentino radicado en Francia Edgardo Cozarinsky, o Torrentes de amor,
Faces y Maridos de John Cassavetes, o Morir o no, El porqué
de las cosas y Actrices de Ventura Pons. Las cosas fueron distintas al año
pasado: la sección competitiva no incluyó ninguna película que fuera unánimemente
vilipendiada y, a diferencia de lo ocurrido en la primera edición, no hubo grandes
sorpresas en las secciones paralelas. El premio principal para Recursos humanos se
asemejó más a una consagración de la corrección que de la calidad fílmica. Al resto
de los premios no puede objetárseles nada: La vida no me asusta de Noémie
Lvovsky, Navrat de Sese Gedeon o Esperando al Mesías de Daniel Burman
estuvieron sin duda entre las mejores realizaciones de la muestra.
Por primera vez, y esto es de destacar, la
animación tuvo un espacio de privilegio. Y no sólo la internacional sino también la
local: pudo verse la producción del interior que hace años viene pululando por pequeños
festivales argentinos: momento de consagración para Mercano el marciano, Las
aventuras del osito que ve accidentes o Marcello G.
Para alegrìa de quienes confeccionan recuadros en
los grandes medios periodísticos, hubo encuentros nocturnos en boliches del centro, un
aburridísimo cóctel-apertura que se disolvió antes de convertirse en fiesta y miles de
fans del cine bizarro (éxito incontenible de la clásica Invasión de los usurpadores de
cuerpos de Siegel y la reciente Muertos de risa de Alex de la Iglesia
mediante) invadiendo la sala 1 del Cosmos.
Como se ve, todo estuvo en su lugar, aun más
armónicamente que el año anterior. Cabe la pregunta: ¿Qué más se podía pedir?
Algunas ideas: incorporar de manera orgánica otros espacios, como la muestra itinerante
del Festival de Rosario, muchos de los noveles trabajos que pueden verse en pantallas como
la de Uncipar en Villa Gesell, o parte de lo que viene ofreciendo El Independiente en el
Atlas Recoleta. También, un ámbito que permita sacar verdadero partido del
"encuentro" entre los realizadores independientes locales y los que vienen del
exterior, muchos de los cuales pasaron inadvertidos, más allá de algún allegado
perspicaz ("¡Mirá! ¿Ese no es...?") o alguna gacetilla depositada con timidez
sobre la mesa de la sala de prensa.
La higiene y la prolijidad de este festival
confirman hasta qué punto la gestión pública ha logrado (para bien y para mal) absorber
los mecanismos, la "cultura" y hasta las expectativas de quienes hacen y siguen
al denominado cine independiente. Por más que suene demodé, parece saludable
sorprenderse ante la proyección de las películas de Cassavetes con promociones a granel,
baldes de pop corn y parques de diversión a la vuelta de la sala (el pop corn tambíen
adentro). El rédito político de los organizadores, el oportunismo de las distribuidoras,
los arreglos de generosos dividendos entre los entes públicos y algunas, sólo algunas
organizaciones privadas: todo eso tiene muy poco que ver con la entidad que uno le asigna
si es que le queda alguna al vocablo independiente. El comentario agudo
y la crítica decente siguen pasando por la observación atenta de los numerosos títulos
en danza. Lo triste, lo endurecido, lo poco humano de un festival independiente en el
corazón de un Shopping Center forma parte de la naturaleza muerta en que se ha convertido
nuestro paisaje.
Máximo Eseverri
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