Hacía
mucho que no visitaba Mar del Plata y el XIX Festival Internacional de Cine,
de alguna manera, constituyó mis vacaciones tardías. Mar del Plata no es
precisamente una ciudad con un clima coherente: hizo frío, calor, soleó
y llovió a intervalos de breves minutos. Asi que que el evento
cinematográfico se impuso a cualquier impulso turístico de mi persona.
Con todo, no he visto
demasiadas películas. Había planeado ver “con toda la furia” unas treinta,
pero acabé viendo veinte, en parte porque me la pasé de reunión en reunión,
de conferencia en conferencia (y de fiesta en fiesta). Pero vayamos por
partes.
Personas y
personajes
Conocí mucha gente
en mi primer festival marplatense. Algunos de ellos hicieron las veces de
ángeles de la guarda: me explicaron muchas cosas en cuanto a la organización
y me proporcionaron consejos, a veces valiosos, sobre qué secciones atender.
Otros, como Gustavo Castagna y Jorge García, llegaron a picos insólitos de
amabilidad hacia un chiquilín como yo. Gustavo me regaló una entrada para
una cena muy paqueta en el Sheraton (donde estuvieron los miembros
del jurado Ulises Dumont y Graciela Borges, entre otros) y García me
consiguió unas cuantas para diferentes fiestas. Por extrañas razones, les
debo de caer simpático. Otros críticos que circulaban por ahí eran Fausto
Nicolás Balbi y Matías Prietto (dos tipazos), mi querida compañera Josefina
Sartora, Debora San Martín, Lorena Cancela, el uruguayo Jorge Jellinek,
Jorge Grez, Diego Trerotola y Eduardo Rojas, y un largo etcétera.
Extranjeros de todas partes (Noruega y Estados Unidos por ejemplo) también
dijeron presente, y representantes de otros festivales vinieron a explorar
el panorama. A falta de un centro de reunión realmente efectivo, las fiestas
y los cócteles fueron útiles para hacer contacto.
Dos
menciones especiales, ambas femeninas. La primera para María Iribarren,
quien amablemente me facilitó entradas que su credencial roja le permitía
conseguir con mayor facilidad (yo poseía una naranja, de menor categoría).
La segunda mención va para la bellísima actriz Alexandra Aponte,
protagonista de la película boliviana Dependencia sexual, quien supo
derretir a la mitad de los presentes –el que firma incluido– cada vez que se
acercó.
Organización
Como queda dicho,
este fue mi primer festival en Mardel, pero ya tenía referencias de
ediciones previas. Y según entiendo, este ha sido el mejor organizado. No
hubo proyecciones interrumpidas, las demoras fueron escasas y no se percibió
esa sensación de caos que hizo estragos en ocasiones anteriores. Los
inconvenientes, que los hubo, fueron normales y predecibles, y pasados los
primeros días todo se fue encarrilando. Sin embargo, nunca hubo suficiente
cantidad de entradas para satisfacer la enorme demanda de los periodistas
(por lo cual fue necesario armarse dos, tres o hasta cuatro “programas”
diferentes para cada día), la información en ciertos casos fue confusa,
faltaron catálogos y casi siempre se presentaron problemas para utilizar las
computadoras de la oficina de prensa (durante un día entero, incluso, sólo
funcionó la mitad de las máquinas). Pueden imaginar lo que significó
repartirse menos de diez computadoras entre cientos de personas. Claro que
la simpatía de muchas de las muchachas encargadas de atender a los muchachos
de prensa compensó parcialmente los tropiezos.
En cuanto
a las proyecciones y las salas, Neptuno picó en punta como oveja negra del
festival, con retrasos severos, cortes, fueras de foco y otras dulzuras. El
Ambassador con sus tres salas fue la mejor opción, a pesar de las funciones
altamente concurridas. El complejo Del Paseo y el cine Colón no
desentonaron, a pesar de ser chico el primero, y un tanto abandonado el
segundo. La Subasta, donde se exhibieron los cortometrajes y largometrajes
estudiantiles, es un bar convertido en sala cinematográfica. Al Olimpo no lo
visité.
Films
La
programación del festival no ofreció cantidad de eso que denominamos obras
maestras, pero tampoco fue de lo peor. El tono medio fue lo que
predominó.
En Punto
de Vista, todas las palmas se las llevaron los viejos. Y “la” obra
maestra fue la última película del ya fallecido Joao Cesar Monteiro, Vai
E Vem, un demandante film de tres horas, con planos fijos y una apuesta
radical al discurso. Aquí no hubo medias tintas por el lado de los
espectadores y la crítica: se la amó, pero también se la odió. Algo parecido
sucedió con Um Filme Falado de Manoel de Oliveira, probablemente la
película con el final más insólito y sorprendente de la historia, que
indignó a unos, maravilló a otros e hizo reír a muchos. De destacar han sido
la entretenida American Splendor, la disparatada La gran aventura
de Mortadelo y Filemón (adaptación del comic español), la
melancólica Narradores de Jahvé (una excelente reflexión sobre el
poder de relato) y la nominada al Oscar Evil. Recibí excelentes
referencias de Uzak, “normales” de Une Place Parmi Les Vivants
de Raúl Ruiz, malas de Veintinueve palmas de Bruno Dumont. El de
Los soñadores de Bertolucci fue un caso curioso: algunos críticos la
calificaban de Obra Maestra Absoluta mientras otros la definían como El Gran
Bodrio. Josefina Sartora (ver nota aparte) inventó una nueva categoría a la
hora de puntuarla: el número negativo.
De
América Latina XXI vi la mencionada Dependencia sexual, film
desparejo pero interesante que se atreve a retratar la clase media alta de
Santa Cruz de la Sierra. En el mismo segmento, Sub Terra, del chileno
Marcelo Ferrari, se ganó los favores de muchos. Más allá de estos títulos,
la sección decepcionó bastante y no alcanzó a satisfacer las expectivas de
nadie.
La Mujer
y el Cine fue la sección más pareja de todas… para bien y para mal: no
ofreció obras innovadoras ni espectaculares, pero sí una sostenida sobriedad
que la convirtió en una apuesta relativamente segura. La rusa Granny,
con su tono conmovedor sin desbordes, y la portuguesa My Baby, con su
siniestra trama que incluye un incesto (implícito), fueron lo mejor que vi.
La que me recomendaron más fervorosamente fue In My Skin, que según
dicen incluye secuencias de autofagia (esto es, gente comiéndose a sí
misma). Pero la esquivé; mi estómago es muy delicado.
De Raíces
(“El Gran Mapa del Cine Italiano”) no vi nada, pese a que tenía buenas
referencias de Velocitá Massima y L´Imbalsamatore. Si tuve
ocasión de ver La Ciociara, el clásico de Vittorio de Sica con Sofia
Loren y Belmondo. Una ligera decepción…
De Cerca
de lo Oscuro, vi la coreana A Tale Of Two Sisters, inquietante aunque
con problemas de guión. Como de costumbre en el horror oriental, sus escenas
terroríficas esconden hondos dramas familiares.
No
incursioné en Clásicos de Colección (sección de la que todos destacaron
Hasta después de muerta), ni en Ventana Documental, en la que Howard
Hawks, San Sebastián, 1972 parece haber sido lo más interesante.
Sí me
topé con un extraño corto argentino, Siempre que paró… llovió,
dirigido por Marcela Yaya: clima opresivo, incómodo, un guión ajustado y una
técnica bastante depurada. También, ciertos tropiezos en las actuaciones.
De la
Competencia Oficial sólo vi tres films, pero el destino hizo que dos de
ellos fueran ganadores. La japonesa The Blue Light no deja de ser un
atractivo thriller, aunque le falta nivel para una competencia de
estas características. La italiana Mi Piace Lavorare, sobre las
relaciones (y opresiones) laborales, es de un tono concentrado, medido,
lejano a la declamación, que la acerca a la excelente y muy mentada
Recursos humanos, del francés Laurent Cantet. La estupenda actuación de
Nicoletta Braschi ayuda. El tercer film, la argentina Buena vida delivery,
es un raro fenómeno al que me referiré más adelante.
Premios
Durante los
anuncios de la premiación me paré al lado del colega Balbi, quien –con la
precisión de un reloj suizo– cantó unos cuantos galardones antes que
los jurados los anunciasen. Tanto en el caso de La mujer y el Cine (donde
ganaron In My Skin y Silent Waters) como en los premios Acca y
de los sponsors (donde Dealer arrasó con todo), Balbi predijo con
justeza absoluta. Algo parecido ocurrió con la Competencia Oficial, y me
refiero a las menciones (Dealer y Touching The Void), el
Premio Especial del Jurado (Mi Piace Lavorare) y los Astor de Plata a
Mejor Actor (Alejandro Urdapilleta y Luis Tosar), Mejor Acriz (Nicoletta
Braschi), Mejor Guión (Buena vida delivery) y Mejor Director (Dealer).
Hasta que llegó el Astor de Oro a Mejor Largometraje. Balbi, seguro de sí
mismo, sentenció “Cold Light, no hay otra”. Pero el Jurado no le hizo
caso: Buena vida delivery se llevó el gran premio, desconcertando al
pobre Balbi y desatando la polémica, pues a pesar de estar bien filmada y
muy bien actuada, la película acusa baches de guión y arbitrariedades en la
caracterización de los personajes. Pero lo peor es el “mensaje” ideológico
que transmite acerca de los pobres, los okupas, las cooperativas y
los inmigrantes, que la acerca a la vertiente más reaccionaria de la derecha
criolla. Algunos llegaron a decir que la consagración de este film, junto
con el discurso de Kirchner en el Festival (en el que expresó un claro
espaldarazo a la vieja industria), decretó la muerte del cine
independiente argentino.
Rodrigo Seijas