SECCION
COMPETENCIA
INTERNACIONAL
Mother (Madeo.
Corea del Sur, 2009.
Dirigida por Bong Joon-ho).
"Madre hay una sola... ¡y justo me tenía que tocar a mí!" La famosa
frase bien podría ser el lema de
Do-joon, uno de los protagonistas de esta extraordinaria obra de Bong
Joon-ho, quien tambien fuera, aunque no parezca, director de la aplaudida
–excesivamente, diría yo– The Host. La otra protagonista es,
desde luego, su mamá. Pero... ¿qué opina este joven de 27 años de su
progenitora? No es fácil saberlo, ni sospecharlo, porque el muchacho,
misterioso si los hay, se nos presenta como una criatura de múltiples caras.
Do-joon inicialmente tiene los rasgos del "bobo cinematografico". Es decir,
no de un tonto en el sentido cotidiano sino de una de esas criaturas torpes
y bienintencionadas que en los melodramas funcionan como confidentes,
y en las comedias suelen ser resorte más o menos directo, o
evidente, de la risa. Téngase en cuenta que Mother arranca como una
comedia, con la madre en cuestión un tanto desplazada del encuadre en favor
del mencionado hijo, y éste al lado de un amigo mucho más despierto y
enfocado que él, quien lo acompaña en diversas y alocadas desventuras.
Pero esto recién empieza. El primer punto de inflexión llega cuando
Do-joon es acusado del asesinato de una jovencita con fama de promiscua. Lo
meten preso, y esto lo distancia de su amigo (y al film del esquema buddy movie con el que
venía coqueteando), pero al mismo tiempo pone un coto
a la comedia para abrir la puerta a un drama cada vez más oscuro y
enigmático, en el que la madre del preso se irá aproximando sin
prisa ni pausa a ese lugar central que el propio título preanuncia. Hablando
de inflexiones: la llamativa, exasperante parsimonia con la que Do-joon
escucha las acusaciones de los policías –sin atinar a rebatirlas, o a
negarlas– nos obliga a preguntarnos si realmente estamos ante un "bobo cinematográfico", o si se trata lisa y llanamente de
un retardado, como lo empiezan a llamar, desatando su cólera inmediata,
algunos de los otros personajes. En otras palabras: Mother cuestiona la añeja institución del bobo
mientras juega con ella, tensando un arco que va desde la ligereza de
una simpatía torpe hasta el lastimoso, y nada gracioso, retraso mental. Pero
en vez de apurarse a ofrecer respuestas acerca de la "auténtica" naturaleza
del muchacho, el film elevará la apuesta disparando nuevas preguntas: si
Do-joon es efectivamente un retardado... ¿qué clase de retardo padece?
¿Neurológico, psíco-traumático? Y en todo caso: ¿qué lo originó? Esto viene envuelto
en serenos y armoniosos planos que, magistral trabajo de composición y
encuadre de
por medio, resultan a la vez muy inquietantes, porque
las imágenes que los pueblan son casi siempre novedosas; o sea que
muestran
lo que no se había visto antes.
Volviendo a la madre: absorbente y sobreprotectora en un principio (dormía
al lado de su hijo en la misma cama), ahora está desesperadamente convencida de la
inocencia del joven, y se lanza a la aventura de investigar por su cuenta
con el fin de esclarecer los hechos, descubrir al verdadero criminal y lograr
así lo principal: liberar de culpa y cargo al vástago. O mejor quizá:
arrancarlo de la cárcel para restituirlo a su –nunca más oportuna la
metáfora– propio seno. La formidable composición de Kim Hye-ja tiende un
fascinante manto de ambigüedad sobre esa madre (me tienta decir: sobre las
madres; sobre la madre), que llega a parecer una santa pero también,
y acaso con mayor frecuencia, un bicho devastador (por cierto: un
bicho mucho más horripilante, y mil veces más sutil, que el que entraba y salía
del agua en The Host). El propio oficio de la mujer es toda una
ambigüedad en sí mismo: vende hierbas curativas y aplica acupuntura para
aliviar el dolor... pero lo hace clandestinamente, sin títulos habilitantes,
con incierta y dudosa capacidad. Con la misma inteligencia el film se valdrá
de la madre para guiarnos a través de una
trama de suspenso a la que algunos
–con razón–
tildaron de hitchcockeana, pero en la
que también resuenan ecos de Rashomon, aquel film de Kurosawa que iba
en busca de una verdad y terminaba descubriendo otras... e interrogándose
sobre todas ellas.
Qué gran película, y en tantos rubros, resultó esta. Es lamentable que haya
sido completamente ninguneada por casi todos los jurados (noble excepción:
el premio Signis), incluyendo al oficial y al de Fipresci que, para peor,
galardonaron films mucho más pequeños y, encima, fallidos (es el caso de
Vikingo, cuya crítica encontrarán ustedes unos milímetros más
abajo). Guillermo
Ravaschino
Vikingo
(Argentina, 2009. Dirigida por José Celestino Campusano).
El Vikingo es un hombre de familia.
Aficionado a las motos. Vive en un barrio humilde, con su mujer, dos hijos y
un sobrino a su cargo. Cuando encuentra a Aguirre
–un par en
gustos; un desconocido que guarda secretos del pasado–,
lo invita a su casa y lo incorpora a su mundo. Así iremos desandando el
camino de la cotidianidad de estas personas-personajes.
José Campusano cruza el documental con
la ficción y definitivamente no cuaja. Si bien la narración fluye hay
evidentes problemas de montaje y de edición, por no mencionar los registros
de actuación que son nada creíbles. Si es documental no saben hacer de sí
mismos, y si es ficción aflora el “feísmo” y una mirada sobre este mundo
bastante miserable (¿por qué lo sexual y la mostración de los cuerpos en los
pobres siempre se dan casi como animalizados por la mayoría de los nuevos
directores argentinos hombres?).
Western urbano,
del Oeste bonaerense, asombra el maniqueísmo planteado de buenos y malos,
como si una postura naif lo sostuviera. Más allá de los valores
ultraconservadores familiares que se exponen y pregonan, la simbología
crística tiene su lugar también (obsérvese las dos escenas sobre lavatorios
de pie y la posición en cruz del cuerpo de Aguirre), con una marcada
exaltación martirológica de un “héroe” al menos de dudosa calidad humana.
Extraña mezcla de Martín Fierro y Vizcacha, Vikingo consigue levantar las banderas de la tradición más rancia disfrazando el
conservadurismo con la ropa de cuero y las supuestas bondades de una tribu
urbana. Sobre los valores que ensalza, mejor hacer un análisis más profundo.
Para destacar: la escena del recital, que es la única que consigue
transmitir realidad y cine sin esfuerzo alguno.
Javier Luzi
Cinco días sin Nora
(México, 2008. Dirigida por
Mariana Chenillo).
Nora se suicidó.
Cumpliendo con un deseo de toda la vida. Su ex esposo es quien la encuentra
en la cama y quien recibe al Rabino, quien a su vez le informa que según los
ritos de la ley judaica si no se la entierra esa misma tarde, entre el
Sabbath y el Pésaj, nada se podrá hacer hasta el domingo, y recién es
jueves. Pero el hijo de ambos está de viaje en el exterior y varado sin
aviones. A medida que pasan las horas Kurtz comienza a sospechar que Nora
dejó todo organizado. Y si hasta ahí nada había expresado en sentimientos,
surgirán la
bronca, el odio, el despecho, y un ateismo y un cinismo a prueba de
corazones sensibles. Pide un servicio funerario católico, cambia los
cartelitos de los tupper en la heladera, oculta las cartas que dejó la
difunta, le ofrece pizza de chorizo y jamón al Rabino. La familia comienza a
llegar y hay secretos que pugnan por develarse.
Entre la muerte y
la vida se balancea este film de un humor negro impiadoso y fino. Diálogos
filosos y mordaces que no dejan títere con cabeza y cuestionan la religión,
las creencias, la memoria, el amor. Narrada fluida y clásicamente esta opera
prima demuestra una mirada certera y aguda y que con un simple plano entrega
información necesaria para la consecución de la historia. Urdida en detalles
y acumulando sentimientos que explotan casi en el final, no abandona el
humor ni se vuelca a la seriedad y la grandilocuencia. Un gran elenco sabe
aprovechar la construcción de cada personaje que tiene su desarrollo y su
carnadura. Hay una escena que recuerdo especialmente: Kurtz se está
durmiendo en un sillón del living y el tic tac del reloj lo molesta, intenta
apagarlo y sólo consigue descubrir una dedicatoria en su parte posterior. Se
puede negar todo, menos el paso del tiempo, y todos
esos recuerdos que todavía no afloran en ese hombre herido llevarán al
espectador a preguntarse cómo pudo haber convivido tanto tiempo con esa “malvada
mujer”. Lo bueno es que de eso tampoco da cuenta explícitamente la película
en lo que resta del metraje. Sino de los retazos que forman una vida.
Javier Luzi
Dogtooth
(Grecia, 2009. Dirigida por Yorgos Lanthimos).
Película fríamente calculada. De esas donde la violencia irrumpe sin
preámbulos ni preavisos. Descarnada y brutal. Un matrimonio acomodado
mantiene encerrados a sus hijos jóvenes (dos chicas y un muchacho) en la
casa, enseñándoles un lenguaje nuevo y asustándolos con un mundo exterior
que no tiene piedad. Lentamente el mundo construido se irá resquebrajando y
entre las rajaduras la misma violencia anunciada y exterior se hará interna.
Golpes, cortaduras, sangre por doquier y marcas corporales y sexo como
moneda de cambio. Hay escenas en las que uno no puede más que leer una
perversión del director o una ignorancia del empleo del fuera de campo y su
potencia revulsiva. Típico exponente de un cine posmoderno que dice
reflexionar sobre el signo de los tiempos y apenas patina su vacuidad de
coolismo y misantropía sin fundamento, este film agobia y a veces consigue
del espectador una risa fuera de lugar, pero no como válvula de escape de la
tensión sino como pura incredulidad ante tanto morbo desbordado. Javier Luzi
El cuerno de la abundancia (Cuba-España, 2008. Dirigida por
Juan Carlos Tabío).
Juan Carlos Tabío
continúa diseccionando la sociedad cubana pos revolución. La vida cotidiana
de la gente común. Bloqueo mediante, necesidades insatisfechas, consumismo
pequeño burgués, olvidos históricos, naturalidad política sobre aquello que
la revolución trajo consigo y ahora se “lee” dado desde siempre. A través
de una historia de herencias en un pueblito perdido arma una red de
situaciones y enredos que complican a todos los habitantes y los va
desenmascarando en lo que son profunda e interiormente. Ambiciones,
traiciones, infidelidades, solidaridad se cruzan en una comedia que de a
ratos atrasa unos cuantos años pero a la que siempre salva el equipo actoral.
Efectista en los usos del humor, se moderniza en las imágenes sexuales que
siempre son mucho más “atrevidas” que las usualmente vistas y en los
conceptos que vierte sobre el estado actual de las cosas en Cuba (mercado
negro de VHS, comisionistas de alquileres, dólares, exiliados, decadencia
cuasi eterna) como demostrando que desde adentro aún se puede disentir y
exigir mejoras (su film Fresa y chocolate
–codirigido con Tomás Gutiérrez Alea–
ya transitaba esa
misma brecha). Amparándose en una voz narradora que anticipa de alguna
manera lo que viene porque ya sabe del futuro (y que es la voz de su
protagonista Bernardito), muy empática para con el espectador, de repente la
comedia de vodevil se torna farsa y luego deja paso al grotesco y uno
sospecha que Esperando la carroza se trasladó a la isla. Divertida
aunque a veces un poco facilista. Javier Luzi
Letters to Father
Jacob
(Finlandia,
2009. Dirigida
por Klaus Härö).
Una mujer
humilde recibe la conmutación de su pena de reclusión perpetua a cambio de
asistir al Padre Jacob, un cura católico anciano y ciego, que vive en una
casa de campo en las afueras de Finlandia y que aún recibe las cartas que le
envían sus fieles solicitándole su ayuda y su rezo. Hosca, con un secreto
que ocultar
–pero que adivinamos al instante de verla–, Leila irá
aprendiendo, como era de esperar, de ese hombre que sigue luchando sin
perder la fe en un mundo que parece señalarle lo contrario.
Pequeña fábula moral, que se intuye desde sus primeros fotogramas y que
si apenas sale airosa es por la entrega sincera de sus protagonistas. Como una obra de
cámara, sin pasos en falso, adornada con las bellas palabras de los
Evangelios, la película ya se encamina al consabido final de transformación y
uno agradece que al menos no sea tan larga.
Javier Luzi
The Time That Remains (Francia-Bélgica-Italia-Inglaterra, 2009. Dirigida por
Elia Suleiman).
Suleiman filma poco, y casi siempre lo mismo: Palestina ocupada
por Israel, las fronteras arbitrarias –físicas y de las otras–
que separan a las partes, la casa familiar, los parientes, los vecinos, a sí
mismo, a los jóvenes. Su cine está hecho, sobre todo, de planos filmados con
cámara fija y cortes de montaje que evidencian la discontinuidad. Pero las
brechas aparecen también dentro del plano, compuesto al milímetro y de modo
tal que ciertos objetos
–como columnas, árboles o marcos– lo dividan
estratégicamente. Pariente ético-estético de Tati, pero también de
Kaurismaki o de Kiyoshi Kurosawa, además de los franceses De Kervern y
Delépine, presentes en el festival con Louise-Michel (ver la reseña
en la otra larga página de esta cobertura), Suleiman es uno
de esos cineastas en los que la deliberación formal –multiplicación de los
encuadres, reiteración de situaciones, familiaridad con los personajes– no
inhibe la emoción sino que la potencia. La suma de elecciones que se
descubren detrás de cada encuadre lo carga de significados, de signos que el
ojo no abarca ni descifra conscientemente en una primera visión pero que la
mirada no ignora por completo, acongojada por una estrategia de acumulación
imperceptible de residuos emotivos. The Time That Remains es un
tejido cuyo dibujo global ya está contenido en cada punto. Mirar las partes
ya es ver el todo y viceversa, pero les recomiendo por ello no olvidarse de
Intervención divina, estrenada en nuestro país y editada en DVD, ni
de Crónica de una desaparición, disponible con subtítulos en inglés.
Marcos Vieytes
Room and a Half
(Rusia, 2009. Dirigida por Andrey
Khrzhanovsky).
Biopic del
escritor ruso Joseph Brodsky (basado en sus propias memorias). El director
Khrzhanovsky se toma su tiempo (un exceso real que multiplica su peso
simbólico) para retratar la vida de Brodsky en cuadros que mezclan la
animación, la reconstrucción de época del cine de qualité, el melodrama, las
imágenes de archivo, lo onírico. Lo que comienza siendo llevadero en la
infancia del escritor en ciernes, a medida que éste va creciendo se atrofia,
mientras el guión
aplana los personajes y reduce todo a un simplismo que parece
creer que un poema recitado en off debe ser acompañado por las
imágenes redundantes que lo ilustran ya que como resultado de ello el espectador
se conmoverá sin más.
Cine que a pesar de los recursos modernos ya es viejo por donde se lo mire.
Que echa mano a un fellinismo que le queda grande y que jamás
consigue hacernos sentir amor por los personajes que pinta. El hijo vuelve a
la casa tras haber sido exiliado por el Partido y cuando se encuentra con sus
padres, en ese hogar de siempre, ya todos son fantasmas y uno se pregunta
qué hizo ese hombre por los seres que le dieron la vida. ¿Siendo premio
Nobel jamás pudo pedir para ellos algo mejor? ¿Por qué llora? ¿Por qué
habríamos de sentir algo nosotros? ¿Y su vida? ¿Su formación intelectual,
sus gustos literarios? ¿Sus amores? Ciento treinta minutos parecen no haber
alcanzado
para desarrollar algo más que lamentos de exiliado y miradas superficiales o
estereotipadas. Javier Luzi
Mal día para pescar
(Uruguay-España,
2009. Dirigida
por Alvaro Brechner).
Esta es una película ambiciosa desde su aparente pequeñez. Hay una pulsión
de fidelidad muy grande hacia el universo del escritor Juan Carlos Onetti y
sus personajes, enclavados en ese no-lugar (que al mismo tiempo es todos los
lugares juntos) que es Santa María. Esto es lo que permite que el film sobreviva a ciertos momentos de trazo grueso. Lo que queda,
por encima de todo, es una profunda sensación de inestabilidad y nostalgia,
de evocación de esa adorable e insólita pareja despareja que conforman el
luchador Jacob van Oppen –el hombre más fuerte del mundo–
y su
representante, el “príncipe” Orsini –justo premio al Mejor Actor para Gary
Piquer–. En cierto sentido, el film de
Alvaro Brechner extrae
características de todos sus protagonistas: el orgullo de Van Oppen, la
silenciosa sensibiidad de Orsini, incluso la particular rudeza del personaje
de Adriana (Antonella Acosta). Un film raro en su falta de concesiones, en
su sutil coherencia. Rodrigo
Seijas
Francia (Argentina, 2009. Dirigida por Adrián Caetano).
Adrián Caetano es, a diferencia de muchos cineastas argentinos, alguien que para sus historias
suele elegir mundos o
circunstancias que conoce. Cuanto menos se aparta de ese camino que parece
excesivamente seguro aunque en verdad es todo lo contrario (el contar lo que
se conoce obliga y conduce a una reflexión mucho más profunda
–a
menudo tan
iluminadora como dolorosa–
porque nada es tan difícil como hablar de uno
mismo y lo que lo rodea), mejor le va. De ahí que Pizza, birra, faso,
Bolivia y Un oso rojo sean sus puntos más altos. Esta nueva película tiene un
carácter más irregular y ambiguo: cuando se centra en el punto de vista del
trío protagonista (una pareja separada y su hija, obligados a vivir bajo el
mismo techo por una serie de circunstancias fortuitas), la mirada es
enriquecedora, plena de empatía, alejada de todo juicio de valoración. Cuando entran en juego otros personajes y
circunstancias, el film recurre a chiches de montaje innecesarios y se pone
sentencioso, como si quisiera decir “algo importante”. Por suerte Caetano
se da cuenta a tiempo, y logra retomar el camino más
arduo y fructífero. Y los minutos finales son tan melancólicos y
tristes como divertidos y esperanzadores. Con todas sus imperfecciones,
Caetano todavía tiene mucho para dar.
Rodrigo Seijas
V.O.S.
(España, 2009. Dirigida por Cesc Gay).
Cesc Gay parece ser una especie de
versión catalana de Richard Linklater, tal es su profundo conocimiento de los
géneros que aborda, el cariño por los personajes y su despliegue intelectual
que nunca cae en la pedantería o el exceso. Aquí aborda la comedia romántica
a partir de una obra de teatro, y consigue que lo teatral, a partir de la
planificación al detalle en la puesta en escena y el montaje, fluya
cinematográficamente. La autoconciencia (incluso de su propia filmografía)
explota en cada plano, pero con el mejor de los espíritus críticos. Gay es
un cineasta que se pregunta sobre su profesión, sobre las codificaciones y
reglas del género romántico. Sus preguntas son siempre arriesgadas, lo mismo
que muchas de sus conclusiones. Y es romántico en el sentido más político
del término: pocos se atreven a incluir un diálogo donde un personaje afirma
con absoluta convicción que quiere tener hijos, “pero sin el rollo del
matrimonio”. O a especular con total desparpajo sobre
las expectativas receptivas del público cuando va a ver una historia de
amor. Y todo eso, para mejor, sin ser jamás autoritario o sentencioso. Lo que se dice un cine
democrático y feliz.
Rodrigo Seijas
Nothing Personal
(Holanda-Irlanda,
2009. Dirigida
por Urszula Antoniak).
Drama intimista de
transformación. De esas cintas que apuestan por los silencios y las elipsis.
Que descreen del psicologismo como fundamento explicativo de cualquier
acción. Una joven mujer (¿viuda?, ¿abandonada?) deja su casa en Amsterdam y
se lanza al mundo mostrando su cara más arisca y hosca a quien se le cruce
en el camino. Uno intuye que encontrará la horma de su zapato, el San Martín
que a cada chancho le llega, y no se equivoca. Arribada a Irlanda conoce a
un viudo que le ofrece un intercambio posible: trabajo por alimento y
hospedaje. Es en esa previsibilidad de la construcción narrativa donde el
film encuentra su punto más flojo. Dos caracteres en pugna permanente que
se necesitan para reencontrarse o cerrar el círculo.
Una película bien
filmada pero que vuelve una y otra vez a lo remanido de las relaciones
contrapuestas, además musicalizadas poco personalmente y en exceso
(recurrencia a la música clásica y encuadres que desaprovechan los sonidos
naturales del exterior: vientos, lluvias, silbar de los campos sembrados,
al empastarlos de música exógena). Las actuaciones son la fuerza que
sostiene un andamiaje que de otra manera no llegaría a correcto.
Javier Luzi
SECCION
COMPETENCIA ARGENTINA
TL-2: La felicidad es
una leyenda urbana
(Argentina, 2009.
Dirigida por Tetsuo Lumière).
Tetsuo Lumière vuelve a explotar las ideas y los recursos que convirtieron a
TL-1: Mi reino por un platillo volador (2004) en uno de esos inesperados y
bienvenidos hallazgos que cada tanto nos depara el cine nacional.
TL-2: La felicidad es una leyenda urbana
confirma la admirable capacidad de este emprendedor (además de
director suele ser guionista, productor, escenógrafo y montajista de sus
películas) a la hora de reciclar con humor, espíritu de homenaje y una pizca
de melancolía muchos rasgos del cine de ciencia ficción de bajo presupuesto
de hace 50 años, y gran parte del imaginario del cine mudo que se hacía más de un
siglo atrás. Se lo ha tildado de excéntrico, y lo es: no hay otro que
encare con ingenio y perseverancia esta clase de experimentos (en este sentido, más que Lumière debería llamarse Méliès). Pero
también es egocéntrico, y en la ocasión –como si todo lo demás fuese poco-
vuelve a hacer de actor, para ocupar el centro en la piel de un realizador que se le parece... aunque no es igual: el de la
ficción quiere ganar fama y dinero con una película de platos voladores,
pero no consigue ninguna de las dos cosas, mientras que el auténtico Lumière
ya ha ganado, cuanto menos, bastante fama. Dentro y fuera de la pantalla,
por lo demás, no sólo se muestra bien, sino múltiplemente
acompañado.
Lumière es como el árbol que de las penas hacía flores: convierte
las limitaciones presupuestarias en resortes creativos. Que el añejo cine al que
homenajea y regulgita también se haya hecho bastante
a pulmón le facilita las cosas. También, por cierto, la tecnología digital
actual que, bien usada, logra mucho con muy poco. Aparte de los voladores,
otros platos del menú Lumière son las cámaras rápidas, los
virados cromáticos, trucas de todo tipo (empezando por las de
sustitución), maquetas, máscaras y esa música “de cine mudo” que acompasa
buena parte de lo que se ve. También se evoca un cine
mudo no tan viejo (el de los grandes clásicos del período industrial
silente), del cual Lumière parece haber estudiado escenas y secuencias
completas.
Todo hilvanado por un falso documental con testimonios del
camarógrafo, las actrices y otros colaboradores del protagonista.
TL-2...
exhibe una estructura más integral, más propiamente de largometraje, que su
antecesora (la cual no disimulaba su condición de collage de cortos).
Más allá de eso, y de las destrezas y el ingenio anteriormente referidos, se extraña la
novedosa frescura de la primera película.
La novedad, ahora, está más
bien desdibujada, lo cual provoca que los aciertos impacten menos, que los
errores pesen más (como las flojas actuaciones de quienes hablan a
cámara en el falso documental), y que algunos de los 85 minutos del metraje
se nos hagan un poco largos. Guillermo Ravaschino
Padres de la Plaza: 10 recorridos posibles
(Argentina, 2009. Dirigida por Máximo Joaquín Daglio).
En una entrevista
reciente a Estela de Carlotto en la que pude participar se asomó en una
respuesta suya la idea que cuenta este documental. ¿Qué pasó con los Padres?
¿Por qué ese colectivo de género no logró consolidarse? Máximo Daglio salió
a la calle con la intención de encontrar a esos hombres que acompañaron a
sus mujeres en la búsqueda de sus familiares desaparecidos durante la última
dictadura, para que contaran su historia.
Es evidente que, a
esta altura del tiempo, nada de lo que digan sonará novedoso. Ni aportará datos reveladores. Pero es necesaria e
imprescindible su voz. Porque es la otra cara de la historia de esas
familias desintegradas que recién ahora cuentan sus sentimientos.
Ver a un hombre
llorar en cámara conmueve, quizá por esa tontera que nos han inculcado sobre
que los hombres no lloran y no deben mostrarse
vulnerables. Escuchar estos testimonios entonces conmueve doblemente porque
un hombre habla y por lo que recuperan al recordar el accionar asesino y la
saña con la que se llevó a cabo, por la impotencia desplegada, por el dolor
acumulado y el duelo que ya se sabe imposible. Es como un estribillo que se
repite en las entrevistas la marca de la imposibilidad del duelo en ausencia
del cuerpo. Hay quien se aferra a la reflexión, quien se quiebra. Hay
historias de vida en los sobrevivientes. Hay un hondo penar que se trasluce
en la pantalla.
Como primer intento de acercamiento el material desplegado es pura
humanidad. En lo formal algún corte de edición, alguna búsqueda más
personal, u original,
no hubiera estado de más.
Javier Luzi
El hombre de al lado
(Argentina, 2009. Dirigida por
Gastón Duprat y Mariano Cohn).
Luego
del mundo del arte contemporáneo con El artista, Cohn y Duprat siguen
metiéndose con universos snobs relacionados con las formas: en este caso, el
diseño y la arquitectura. Leonardo (Rafael Spregelburd) es un reconocido
diseñador, dueño de la única casa que Le Corbusier hizo en la Argentina.
Víctor (Daniel Aráoz) es su vecino, un hombre con muchas menos luces, quien
en busca de unos “rayitos de sol” hace una ventana en la medianera,
situación que termina molestando a Leonardo.
El
hombre de al lado
puede ser vista como eso, una comedia que coquetea con el thriller acerca de
un hombre común que lentamente se irá convirtiendo en una figura invasiva y
amenazante para el otro. Pero también como una relectura que Cohn y Duprat
hacen del costumbrismo argentino, tamizado por un filtro de cine
contemplativo y distante. En esa fricción entre los “boludo” que suelta a
los gritos Aráoz y el cuidado formalismo con el que se registra la vida de
Leonardo hay una tensión de registros que explota por la vía humorística.
Esta
dualidad tirante deja en evidencia la elección para nada inocente de los
protagonistas. Spregelburd, que viene del teatro y la dramaturgia, se
enfrenta a ese otro mundo más llano y liso del humor simple y directo
representado por Aráoz, que ha sido mucho más frecuentador de la TV. Evidentemente Cohn y Duprat, conscientes del lugar
que ocupan en el panorama de la cinematografía argentina, no hacen ni Nuevo
Cine Nacional ni comedia populista: hacen algo diferente que se parece
bastante a un experimento antropológico.
Desgraciadamente el final de El hombre de al lado no está a la
altura. No sólo porque resulta abrupto y arbitrario, y desde lo formal
desentona con el resto, sino porque además se esfuerza por darle un
significado a las imágenes. La necesidad de decir algo sobre el mundo les
juega en contra a los directores, quienes buscan un compromiso que excede al
registro distanciado con el que se habían manifestado durante todo el
relato.
Mauricio Faliero
SECCION
COMPETENCIA LATINOAMERICANA
Huacho
(Chile-Francia,
2009. Dirigida
por Alejandro Fernández Almendras).
“Huacho” es guacho, hijo de padres fallecidos. Pero en Chile, hogar del
debutante Alejandro Fernández Almendras, “huacho” es una forma cariñosa de
referirse a una persona, y, desde Huacho, es también una de las
mejores películas, sino la mejor, de lo que se comenzó a denominar
“nuevo cine chileno”. Con sensibilidad y respeto AFA retrata
un día en la vida de cada uno de los cuatro miembros (abuela, madre, hijo y
abuelo, en ese orden) de una familia de las afueras de Chillán. Su férrea
estructura episódica logra evitar uno de los lugares comunes más comunes
(valga la redundancia) del cine latinoamericano reciente: la deriva, el
naufragio narrativo, el tiempo muerto por el tiempo muerto. Y de esa
estructura y de los maravillosos no-actores de Huacho, AFA extrae
apuntes sobre las diferencias generacionales, la forma en que cada una de
ellas accede a la información y la tecnología y el desigual poder que ese
acceso conlleva. Pero también es un extraordinario fresco de la relación
campo-ciudad en Chile, de la fuerza de las tradiciones y de la forma en que las
distintas generaciones se relacionan con ellas. Por si todo eso fuera poco,
Huacho tiene momentos de humor (las largas historias del abuelo, que
suenan como música de fondo para el diálogo más “terrenal” de la madre y el
hijo) y una belleza formal fugaz y elemental, en las antípodas de la más
artificial y recargada El cielo, la tierra y la lluvia de José Luis
Torres Leiva, film similar a Huacho aunque decisivamente inferior. Esta
notable ópera prima de AFA augura un realizador interesante e inteligente, a
quien seguiremos con expectativa y especial atención.
Hernán Ballotta
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