PUNTA
DEL ESTE. Con bombos y platillos terminó en este balneario "Europa, un cine de Punta", cuarta edición de la muestra de
prestrenos europeos. No hubo bombos en rigor, pero sí platillos, o más
bien canapés, ya que el evento culminó en el Club de Balleneros, una
casa muy bien puesta, con jardín, piscina y vista al mar, a la que fuimos
gentilmente invitados la noche de la clausura. Vayamos a algunas de las películas
que fueron proyectadas en la sala del Cantegril durante la segunda mitad
de esta maratón cinematográfica.Los
ríos de color púrpura (Francia, 2000. Dirigida por Mathieu
Kassovitz). Este policial francés concitaba muchas expectativas, habida
cuenta de que su director es nada menos que Mathieu Kassovitz, cuyo
prometedor segundo largometraje, El odio (La Haine, 1995),
tuvo su estreno comercial en Buenos Aires. Lo que también suscitaba eran
temores, o prejuicios: se sabía que Los ríos de color púrpura
venía distribuida por una major estadounidense, que había costado muchos millones no
ya de francos sino de dólares y se temía que la personalidad y el
talento de un director independiente volvieran a quedar pulverizados bajo
el peso de los esquemas que este tipo de superproducciones casi siempre
conllevan.
Sucedió algo muy parecido a eso, pero no desde
el principio. Todo empieza vigorosamente, con un sugestivo y
bienvenidamente morboso paneo por un cadaver que fue objeto de
espantosas torturas y mutilaciones. La música, que está muy bien
compuesta, y la cámara, que depara vistosos travellings aéreos y otros
lujos, complementan el brioso arranque, instalándonos en un pueblito de
provincias en el que todo gira en torno de la universidad local. Que es la
más prestigiosa de Francia y quizá por eso cobija a toda
clase de malos bichos: docentes hipócritas, alumnos carreristas,
graduados resentidos. Allí apareció el cadáver y allí, también, se
concentra la pesquisa. Que a falta de uno, tiene a dos sabuesos como
animadores. Por un lado un comisario que es una leyenda y al que
interpreta el famoso Jean Reno (El perfecto asesino), cuyo carisma
y simpatía fueron por lo menos desaprovechados: sus diálogos y gestos
remiten a las fórmulas más gastadas de los superpolicías
hollywoodenses. Por el otro, un teniente joven, algo mejor elaborado por
Vincent Cassel. Las labores de ambos policías confluyen al promediar el
metraje, lo que da pie al no menos transitado esquema de las buddy
movies, en las que dos sujetos que no se miran con simpatía se ven
forzados a congeniar en pos de un objetivo común.
La cosa empeora cuando aparece un segundo
cadáver, en el que Reno, con una velocidad rayana en el absurdo, empieza
a leer complejas pistas plantadas deliberadamente por el asesino.
La conclusión es obvia: "este quiere que lo atrape". Estas
pistas conducen a otras, cada vez más rebuscadas, con lo que el periplo
del thriller se aproxima a una versión de La Búsqueda del Tesoro, juego que, aunque no estaba mal, tiene muy poco que ver con los policiales que
se precian. Llega un punto en que a Kassovitz todo se le va de las manos.
Entonces le da la espalda a las tradiciones del policial y a las leyes
más nobles del cine, para entregarse a otro juego, bastante más
inoportuno que el anterior: el de acumular infernales dosis de
información verbal en pocos minutos. La información, encima, es
completamente ingenua, endeble, inverosímil. Al último tramo del film le
va decididamente mal: no sólo resulta imposible seguirlo... ni siquiera
vale la pena.
Alaska.de (Alemania,
2000. Dirigida
por Esther Gronenborn). Este es uno de esos films independientes en el
plano industrial (básicamente por su bajo presupuesto), e industriales o
de fórmula en el plano artístico. Cuenta la historia de Sabine y
Eddie, dos adolescentes cuyos destinos se cruzan en un barrio marginal de
las afueras de Berlín. Un barrio muy parecido al de El odio (del
Mathieu Kassovitz arriba mencionado), tanto en su topografía hay una terraza
prácticamente idéntica a la del film aquel como en los perfiles de los
jóvenes que lo habitan. La muerte violenta de uno de
esos jóvenes es el gran disparador de la odisea de Sabine, ya que la
chica, quien
hizo más que buenas migas con Eddie, cree ver al asesino, el amigo más pesado
(y tosco) de él. El mayor problema de Alaska.de tiene que ver con
la estética, o más bien con la cosmética. No se trata de
crucificar las cámaras movidas, los desenfoques, los empalmes
"rítmicos" (al compás de canciones de moda) ni cualquiera de
los otros rasgos que caracterizan al videoclip, pero el film de Esther
Gronenborn está atestado de ellos. Y no sólo resultan gratuitos,
desligados del tono dramático, sino que contrastan, por éxóticos,
con la pasmosa ordinariez de la trama. Que avanza y se resuelve del modo
más previsible del mundo.
El pequeño Tony
(Holanda, 1998. Dirigida por Alex Van Warmerdam). Esta es una comedia
negra bastante inusual, dirigida, escrita, producida y protagonizada por
un mismo hombre, el holandés Alex Van Warmerdam. Que anima a Brandt, un campesino
analfabeto que vive con su esposa, una mujer muy gorda y de modales
brutos. La peripecia se esboza cuando Brandt contrata a una maestra para que le
enseñe a escribir: esta muchacha tiene todo lo que le falta a su esposa
(o mejor: ¡carece de todo lo que le sobra!) y Brandt no tarda en mostrarse
atraído. Hete que a la gorda, al tanto de la
situación, se le ocurre proponerle a su marido la siguiente farsa: simular que
no son cónyuges sino hermanos, para que él concrete un amorío con la
maestra... hasta que se le pasen las ganas. Cierto que suena ridículo, pero es una
comedia y está llevada con bastante gracia. El personaje de Warmerdam no
deja de ser simpático, y las dos féminas lo acompañan sin desafinar. Eso
sí: la película se hace algo larga (aunque dura apenas 95 minutos) y el
costado negro, que es siniestro pero también grotesco, acaba sacándole varios cuerpos de ventaja al
cómico.
La comunidad (España, 2000. Dirigida por
Alex de la Iglesia). Este film suscitó aun más temores y expectativas
que el de Mathieu Kassovitz (ver más arriba). No era para menos: Alex de
la Iglesia es el director de El día de la bestia, una película
genial, una exquisita mezcla de humor y horror como se han visto muy, pero
muy pocas. Pero también es un cineasta al que las garras de Hollywood (en
las que cayó con Perdita Durango) lo dejaron muy maltrecho. Por
fortuna, en este caso la mayor parte de los temores se diluyeron con la
proyección.
Todo empieza cuando Julia
(Carmen Maura, que debuta al mando de Alex) encuentra una millonada de
pesetas escondidas en el departamento de un anciano
recientemente muerto. Empleada de una inmobiliaria, ella trataba de vender
el piso de abajo de ese
mismo edificio. Y decide quedarse a vivir ahí hasta idear el modo de sacar
una valija con el dinero. Por supuesto que las cosas se complican. La
pobre Julia pasará en el edificio muchos más días y calvarios de los que
jamás imaginó.
Como cabía esperar de este
director, el relato ofrece una llamativa mixtura de ingredientes fílmicos.
El consorcio del edificio en cuestión está integrado por unos seres
pérfidos y oscuros, que meten tanto miedo como los que deambulaban por El
inquilino (Roman Polanski, 1976); hay un gordito que se disfraza de
Darth Vader (el de La guerra de las galaxias); varios tramos de la
partitura y unos cuantos encuadres remiten a Alfred Hitchcock, y sigue
la lista. Pero lo que importa lo es la lista de los guiños sino el hecho
de que no son gratuitos, de que se integran más o menos ajustadamente con
la trama.
Aunque no ofrece tanto horror ni
tanto humor como El día de la bestia, La comunidad se las
rebusca para salir airosa en ambos campos, tan
difíciles de combinar. Tiene un ritmo
sostenido, una puesta en escena muy sólida. Y a una Carmen Maura que
reedita la frescura y algunos de los mejores pasos de sus días junto a
Pedro Almodóvar.
Guillermo
Ravaschino
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