Un prejuicio en torno de Jim Carrey me
hizo sufrir más de la cuenta esta espantosa comedia de Peter y Bobby
Farrelly (los mismos que estuvieron detrás de cámara en Loco por Mary).
El prejuicio no era en contra sino a favor: en El mundo de Andy
Carrey había encontrado su punto justo, a prudente distancia del monigote
espástico con el que se hizo famoso pero también del personaje
"serio", por no decir solemne, con que se consagró en The
Truman Show. Me creí que este equilibrio lo iba a acompañar por lo
menos en un par de películas.
¡Pobre de mí! Aquí vuelve
a hacer el monigote, con el agravante de que los chistes son bastante más
espásticos que él. La anécdota, llamativamente desprolija y
deshilvanada, es la de un policía que se las come todas, hasta que
un día explota y se convierte en un esquizo: mitad del tiempo el
tonto que era antes; mitad del tiempo un vivillo agresivo, sobrador
y aparentemente muy macho. Digo aparentemente porque nunca se entiende
qué es lo que quiere exactamente de Renée Zellweger. Digna actriz, dicho
sea de paso, en uno de los papeles de figurita decorativa más bochornosos
de la historia.
Guillermo Ravaschino
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