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AMOR ETERNO
(Un Long Dimanche De Fiançailles)

Francia, 2004


Dirigida por Jean-Pierre Jeunet, con Audrey Tautou, Gaspard Ulliel, Jean-Pierre Becker, Dominique Bettenfeld, Clovis Cornillac, Marion Cotillard
.



Amor eterno cuenta –en principio– la historia de Mathilde (Audrey Tautou), la esperanzada y penosa búsqueda de su prometido, Manech (Gaspard Ulliel), reclutado por el ejército francés durante la Primera Guerra Mundial y de cuyo paradero no tiene información fehaciente.

El recorrido de la protagonista no es sencillo; para descifrar lo ocurrido, Jean-Pierre Jeunet (director de la taquillera Amélie, –en la que también se ampara en el rostro de Tatou– y de Delicatessen) retoma la ya conocida concepción emparentada con la fenomenología y expresada en la precursora El ciudadano de Welles: la reconstrucción simbólica de los hechos se sustenta sobre la base de la subjetividad; la verdad se alcanza desde lugares divergentes. Y la memoria es siempre subjetiva.

Movida por la ilusión de que Manech aún sigue vivo (a pesar de que oficialmente lo han dado por muerto), Mathilde investiga los sucesos bélicos en los que él estuvo involucrado y los reconstruye a partir de distintas fuentes: recurre a un detective, indaga en archivos militares, busca testimonios de mujeres y amigos de los cinco reclutas que estuvieron en la trinchera con él; incluso el azar provoca que se cruce con gente que aporta a su causa.

Esta estructura polifónica remite no sólo a los padecimientos sufridos por nuestro héroe sino que ahonda en las historias de esos cinco soldados; sus vidas antes y durante la guerra. Para esto se sirve de numerosos saltos al pasado desde el tiempo cero de la narración (el presente del relato). A partir de otros flashbacks conocemos también el origen del amor de la protagonista, situado en la infancia, en el marco bucólico de las campiñas francesas, la orilla del mar y la magia de un faro, en donde el amor puede desarrollarse de una manera tan pura como en los cuentos de hadas.

La disposición de las partes de este rompecabezas provoca que la estructura del guión se desbande; la construcción del relato a partir de muchas voces no sólo no complejiza sino que, de a ratos (demasiado largos), desorienta. Probablemente, esto se deba a una adaptación bastante literal del libro en el que se basa el film, "Un Long Dimanche De Fiançailles", de Sebastien Japrisot. Ejemplo: las escenas en las cuales se desarrolla el personaje de la prostituta tienen tanta fuerza y tanto metraje que tienden a opacar a Mathilde; lo mismo sucede con los flashbacks de la guerra y, dentro de estos, con algunas (muy interesantes) historias personales de los soldados. De esta manera, el peso de la película cae en un lugar indefinido que suele volverse tedioso.

Amor eterno es, sin lugar a dudas, heredera de Amélie. Una voz en off que narra en tercera persona introduce a los personajes mientras en un eficaz ejercicio de condensación del tiempo, calcado de la película anterior, se suceden vertiginosos planos, incluso planos detalles, en los que se nos representa de manera concisa el pasado y la personalidad de cada uno de ellos. De modo similar operan las mezclas de texturas en la imagen (algo tan propio del videoclip): sobreimpresiones de dibujos y letras; imágenes de fondo (de corte surrealista) ajenas a la situación mostrada en el plano (y que ilustran, por ejemplo, lo que la protagonista lee o recuerda); textura de Super 8 utilizada en escenas de recuerdos y fantasías, entre otras. También remite a Amélie la producción de golpes de efecto que no logran, sin embargo, agilizar el ritmo del film: algunas escenas recurren a cambios bruscos en la velocidad (cámaras lentas que se aceleran abruptamente) en consonancia con alguno que otro shock dramático.

No sólo la estética es deudora de aquella película sino también algo que tiene más que ver con el tono de la historia: la visión del disfrute arbitrario de las "pequeñas cosas" (por ejemplo, la tutora de Mathilde repite: "pedo de perro, siempre me alegra") y cierta ironía naive manifiesta en el contrapunto de banda de imagen y banda de sonido o en algunos comentarios de la voz en off que resultan simpáticos.

Desde la dirección de arte y de fotografía se transluce un cuidado obsesivo; en cada plano se refleja la ambición por alcanzar "lo bello" al modo de las postales de época de los negocios de souvenirs. En cuanto a la luz, casi todos los colores están virados al sepia, aunque las secuencias de la infancia feliz son brillantes y las de la guerra atroz, aplomadas y grises.

Uno de los personajes a los que Mathilde busca es, como se dijo, una prostituta corsa que supuestamente conoce cierta parte oscura de la historia; mientras asistimos a las peripecias de ambas, descubrimos que la relación entre las dos mujeres va mutando desde la oposición al paralelismo. En este sentido, la película abona con eficacia la idea borgiana de "ante el dolor, todos los hombres somos el mismo hombre", idea enfatizada por la frase que la protagonista pronuncia una y otra vez: "del polvo venimos y al polvo vamos".

Así como los desajustes del guión parecen ser fruto de la falta de criterio, el uso de recursos esteticistas refleja una arbitrariedad que no siempre trabaja en favor de los climas que pretende lograr el film. El uso del Super 8 (como era de esperar) genera cierta nostalgia en las imágenes de la infancia y, por otra parte, da un gracioso tono chaplinesco a las fantasías eróticas de la protagonista. Sin embargo, en escenas que pretenden mostrar el horror de la guerra o el destino fatal de algún personaje resulta poco afortunado valerse del mismo registro caricaturesco (además, no parece ser ésta la intención: la película no busca, en ningún momento, parodiar la guerra; ni tiene el tono sostenido –nos hayan gustado o no– de films como El tren de la vida o La vida es bella).

En Amélie, el tratamiento esteticista de la imagen (de estilo publicitario, como las primeras piezas que dirigió Jeunet) y los golpes de efecto estaban en función de una historia tierna, naive. Por el contrario, en Amor eterno conviven dos mundos opuestos de los que esta mirada no puede dar cuenta: el de la protagonista y el de la guerra, el horror, la locura y el odio. Para disfrutar del film, entonces, habría que asumir de antemano una postura ingenua como la que esta visión propone, olvidando lo (dramático) que sobra. Y remitirse al título: ésta es una historia de amor en la que, por lo menos, las escenas románticas emocionan y las graciosas hacen sonreír. En el fondo sólo debería importarnos si Mathilde consigue o no lo que busca; si los amantes se reencuentran; si, a pesar de todo, el amor es más fuerte.

Sonia Budassi      

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