HOMEPAGE
ESTRENOS
VIDEOS
ARCHIVO
MOVIOLA
FORO
CARTELERA
PRENSA
ACERCA...
LINKS















EL ASADITO

Argentina, 2000


Dirigida por
Gustavo Postiglione, con Gerardo Dayub, Tito Gómez, Héctor Molina, Raúl Calandra, Carlos Resta, David Edery, Daniel Briguet.



El asadito es todo lo que se ha dicho por ahí, lo que varía son las proporciones. Ha sido rodada de un tirón, durante las veinte horas que unieron la tarde del 30 de diciembre de 1999 con la madrugada del "último día" del siglo XX, y es la historia de esas mismas veinte horas. Que se consumen en el departamento "tipo casa" de Tito, próximo al centro de Rosario. Entre su patio y terraza transcurrirá este asado que comparten siete amigos nacidos en aquella ciudad. Un poco por la fecha, otro poco porque hace tiempo que, viejos amigos como son, no coincidían en un mismo lugar (incluyendo a ese que vive en Buenos Aires y cae sin aviso), no se trata de un asado cualquiera. Tiene visos, justamente, de reunión, y en cuanto tal se muestra propicio para evocar tiempos idos. O para ensayar, consolidar, o cuanto menos considerar, una mirada hacia el pasado. Un balance.

Estamos hablando de una reunión de hombres más o menos cuarentones. Y esto ya no es cualquier cosa, sino una de las cosas más sabrosas (el olor del asadito torció mis habituales metáforas) y complejas que puede abordar el cine argentino contemporáneo. Porque una reunión de cuarentones (y precisemos más: de clase media urbana venida a menos, culta) sobre el filo del 2000 está casi obligada a asumir una expresión muy trágica. Los que tienen más o menos cuarenta en el 2000 tenían entre quince y veinte cuando la dictadura más sangrienta de la historia de este país empezó a decapitar a varias generaciones. Y entre otras, a la de El asadito. Cuando digo a decapitar digo a cortar cabezas, pero no sólo de un modo literal. La dictadura no fue tan torpe como asesina: quiso matar a lo mejor, descabezar a esas generaciones, y lo consiguió en buena medida. Los que comparten este asado no son ni lo mejor ni lo peor (que Dios me libre: se parecen a muchos de nosotros); son los que quedaron. Los que la dictadura nos dejó.

Tito, el Turco, Héctor, Raúl, David, Daniel y Carloncho hablan de los temas que convocan a cualquier grupo de varones desde casi siempre: coches, minas, fútbol, cine, plata... hasta política. Y sin embargo eso otro, eso de lo que hablábamos, ya desde el principio parece hacerse un lugarcito ahí, entre ellos. Y planea como una ausencia sobre las primeras mesas y sobremesas de este largo encuentro a siete voces, filmado cámara en mano, fotografiado en un blanco y negro notoria, quizás excesivamente granulado. Es mérito de la dirección de actores (y del esquema de improvisaciones libres sobre temas prefijados) que esta tensión emerja sutilmente, naturalmente, para sostenerse durante la primera mitad del relato. Más allá de unos pocos diálogos que flaquean, la credibilidad de las criaturas que no dejan de charlar ante nosotros es notable. Con lo que nos alejamos del "costumbrismo" para acercarnos al "naturalismo": reconocerse en ellas no es difícil; reconocerlas es más fácil aun. Ahora bien, al cabo de un rato de naturalismo alguien podría decir: muy bien, estos tipos son como mis amigos y yo, se nos parecen... ¿pero qué hacen en esta película? O más bien: ¿qué hace esta película con ellos?

Acá quería llegar. Ya queda dicho que a poco de empezar los planta con credibilidad y firmeza, y que los envuelve en cierto halo de tragedia que se percibe sutilmente. No es poco. Pero una vez logrado esto, no hace muchas otras cosas con ellos durante demasiado tiempo. Tito y sus invitados vuelven sobre sí mismos, se reiteran, sin que el film alcance a traducir la mayor parte de esa acumulación en drama (o en tragedia, o en comedia). En otros términos, los 72 minutos de El asadito se hacen largos. Otra cosa que hace la película viene un poco de la mano de ese rosarino doblemente aporteñado: porque vive en Buenos Aires, pero también porque su liviandad, su falta de lealtad, sus fríos "principios" (más entre comillas que nunca) aparecen algo más que subliminalmente asociados con la capital de este país. Como si el Turco se hubiese contagiado de Buenos Aires. ¿Será un prejuicio?  En el mejor de los casos resulta contradictorio con la –aventuro– mayor revelación de esta película: los otros personajes, rosarinos de pura cepa (como así sus intérpretes)... ¡podrían pasar perfectamente por porteños, tanto en acento como en "melancolía" y tópicos!

Lo último que hace El asadito es de lo más lamentable. Sube el tono dramático mediante la introducción de un dato que habla de una traición, o cuanto menos de una bajeza de uno de los presentes. El problema no es que los demás lo consientan, sino que el film también parece plegárseles. Como si este final de fiesta cabizbajo, amargo, derrotado, desleal, se le hubiese pegado a las ropas. Y el olor de la resignación es más persistente que el del asado.

Guillermo Ravaschino      


Enviá tu crítica al Foro  |  Leé otras opiniones en el Foro