Los primeros acordes de la
“Marcha de la Revolución Libertadora” acompañan la exhibición de la cabeza
cercenada, con un agujero de bala en la sien, de ese personaje turbio y
marginal que fue Juan Duarte, el hermano de Evita y secretario del
presidente Perón. Esta obertura anuncia toda la parafernalia del kitsch
peronista que va a desplegarse después.
En su
última épica del peronismo, Héctor Olivera presenta el apogeo del cuñado del
general Juan Perón –coincidente con la etapa más triunfadora de su
gobierno– y su implacable y calamitosa caída tras la muerte de su hermana y
protectora, cuando sale a la luz su participación en ciertos negociados
ilegales con la carne y el presidente le retira su apoyo. La carne es lo que
perdió a Juancito, portador de una bragueta incontinente que lo supo
vincular íntimamente con dos actrices rutilantes, además de una legión de
jovencitas que sabían que el camino hacia la fama pasaba por la cama de Juan
Duarte, arquetipo del aventurero porteño.
La
película estimula la reflexión acerca del modelo cultural que fundó el
peronismo, establecido durante las primeras presidencias de Perón y
replicado y actualizado durante las recientes de Carlos Menem. El mismo
Olivera ha declarado que Juan Duarte tuvo su réplica en María Julia
Alsogaray, y ha puesto el énfasis en el modelo del político corrupto que
cree gozar de completa y eterna impunidad gracias a su familiaridad con las
más altas figuras del poder. Aunque las similitudes entre ambos regímenes
son múltiples, en este caso está bien desarrollado el modelo de la cultura
del espectáculo que impuso el primer peronismo y que fuera reciclado por la
farándula del menemato. Modelo que, por otra parte, impregna nuestra
política cultural actual, ya que estableció costumbres muy arraigadas y que
costaría mucho transformar (si es que hubiera hoy un proyecto político que
pretendiera intentarlo).
Por el
lado cinematográfico, resulta muy difícil la representación del peronismo.
Olivera, que ha abordado varias veces la historia argentina (en La
Patagonia rebelde, No habrá más penas ni olvido, La noche de
los lápices y El caso María Soledad), se lamenta porque el primer
período peronista es un tema poco abordado por el cine. Es muy difícil la
representación de los mitos, y si hay dudas al respecto, basta con consultar
los films de Eduardo Mignogna, Juan Carlos Desanzo o Alan Parker. ¿Cómo
trasponer a Perón y Evita? No tengo la respuesta, pero sí sé que no se logra
por la vía de actores muy conocidos, porque éstos nunca han de resultar
creíbles. ¿Cómo acceder al verosímil de un Perón interpretado –muy
sobriamente– por Jorge Marrale, portador de una nariz que va virando de
color según pasan los planos? ¿O a la Evita de Laura Novoa, estereotipada en
lo putañera? En cambio Adrián Navarro resulta el actor más creíble, tal vez
porque para el personaje de Juancito sí se realizó un buen casting, o
tal vez porque no recordamos tan vívidamente la figura de ese personaje real
que actuó más en las sombras de la historia.
De todas
maneras, la narración tiene un importante punto de apoyo en las aventuras
erótico-sexuales del protagonista, sobre todo con sus dos amantes que
representan a las dos Argentinas enfrentadas: la aristocrática y estable
(Inés Estévez encarna a una posible Elina Colomer), y la oportunista y
triunfadora (de la sobreactuación de Leticia Bredice como Fanny Navarro
mejor no hablar). Y en cuanto al discutido final de Juan Duarte, la película
dice su palabra.
Esta era
una buena oportunidad para trazar un cuadro del peronismo a través de un
personaje muy atractivo. Lo más notable es que el guión de Olivera y José
Pablo Feinmann dio como resultado una película gorila, que no oculta
el aspecto fascista y corrupto del régimen, ni sus arbitrariedades en el uso
indiscriminado del poder. La recreación de época es el mayor logro del film,
bien realizada, tanto en lo visual (vestuario, decorados y ambiente recrean
el kitsch del peronismo) como en lo moral, con algunas licencias
lingüísticas. Aunque el film parece tan encapsulado en sus planteamientos
estéticos como lo estaba la cultura peronista.
Las
únicas imágenes documentales de la época –las del entierro de Evita, ni más
ni menos– son lo más fuerte e impactante de todo el film, que al lado de
ellas pierde consistencia. Y el peronismo sigue esperando su película.
Josefina Sartora
|