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    El 
    primer diario de Bridget Jones finalizaba con la muchacha finalmente junto 
    al abogado Mark Darcy. El segundo comienza de la misma manera, un mes y 
    medio después. Ellos están felices, tienen muchas "revolcadas", como ella 
    misma se encarga de aclarar, y todo va viento en popa. O no. Porque gordita, 
    fumadora y acomplejada como es, Bridget está segura de que en cualquier 
    momento alguna linda chica va a llegar para arrebatarle a su novio. A sus 
    miedos contribuyen sus amigos, que no son precisamente los mejores 
    consejeros.
 
    De eso trata básicamente 
    Bridget Jones: al borde de la razón. De los miedos y dudas de Bridget 
    (interpretada nuevamente por Renée Zellweger), quien no tiene nunca nada 
    claro y parece estar buscando siempre una nueva excusa para pelearse con 
    Mark e incluso coquetear con la idea de acostarse con hombres que ya antes 
    le habían demostrado que no valían la pena. 
    El argumento parece arbitrario 
    y en realidad lo es, no sólo porque las situaciones están traídas de los 
    pelos (y coronadas por un más que anunciado final), sino porque el film se 
    complace en presentar toda clase de estereotipos. Por cierto que existen 
    mujeres como Bridget, que no pueden convencerse de su propia felicidad y 
    necesitan imperiosamente buscarse problemas, pero la idea que se nos sugiere 
    es que todas las mujeres son así... y si no son así es porque son muy lindas 
    o lesbianas. 
    Con los hombres sucede lo 
    mismo. O son los mejores tipos del mundo, o irresponsables y mentirosos 
    absolutos. No hay términos medios. No hay grises. Según la visión de 
    Bridget Jones: al borde de la razón, la "sociedad occidental 
    primermundista" parece dividirse en categorías claramente distinguibles, lo 
    que constituye una falacia gigantesca. 
    Decíamos sociedad 
    primermundista porque a mitad del metraje, el guión se permite introducir 
    sin justificación alguna un viaje a Tailandia, en el que se retrata a las 
    mujeres del "Tercer Mundo" como putas y criminales (aunque relativamente 
    simpáticas, eso sí) y a los hombres de esas pobres latitudes como 
    rufianes que pegan y prostituyen a sus mujeres. 
    De aquí surge un fuerte 
    mensaje conformista en el peor sentido, y lo podríamos glosar así: ama al 
    prójimo no por lo bueno o virtuoso que es, sino porque podría ser mucho 
    peor. No importan los defectos, con tal de que sean menores (el grado 
    de los defectos lo juzga el film, no los espectadores); ama al otro porque 
    es inglés y civilizado, y no un feo criminal tailandés. Y cásate rápido con 
    él, porque eso es lo que manda la sociedad occidental y cristiana, ya que al 
    fin al cabo la soberbia y la dificultad para expresar afecto (críticas que 
    Bridget formula a su novio Mark en un pasaje del film) son cosillas sin 
    importancia. 
    Todo eso transmite Bridget 
    Jones: al borde de la razón al público que va a verla, adocenado con 
    canciones de Robbie Williams y Swing incluidas sin sentido cinematográfico o 
    musical alguno, imágenes de Tailandia dignas del más elemental documental 
    turístico y un par de chistes más o menos buenos. Todo envuelto en un 
    prolijo paquetito que no se sabe si es inglés, hollywoodense o ambas cosas 
    al mismo tiempo. Pero qué más da: mejor ni enterarse. Rodrigo Seijas       
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