Esta es gente mala. (George Bush)
No soy abogado. No me ocupo
de aspectos legales. (Donald Rumsfeld)
Ver la
película El camino a Guantánamo es hoy una experiencia muy
movilizante, y será más intensa a medida que se conozcan más detalles sobre
la tortura que están practicando las instituciones estadounidenses sobre los
sospechosos de terrorismo. Pocos días después de verla, conocimos la nueva
ley del gobierno de Bush que acentúa el avasallamiento a los derechos
humanos y legaliza los medios coercitivos para obtener información. La
pensadora Judith Butler analiza en su libro “Vida precaria” la condición de
los sospechosos de terrorismo que sufren detención indefinida en esos
lugares que –por estar fuera del territorio de los Estados Unidos– quedan al
margen de los derechos de la ley de ese país. El Poder Ejecutivo ha
designado a funcionarios o burócratas (que ni siquiera cuentan con una clara
legitimidad) para “evaluar” unilateralmente si los detenidos –que carecen
del status de prisioneros de guerra y no están amparados por la Convención
de Ginebra– revisten alguna peligrosidad, y deciden sobre la vida y la
muerte de simples sospechosos, neutralizando el estado de derecho y
aboliendo la división de poderes. En nombre de la seguridad y emergencia
nacionales funciona allí un marco racial y étnico que considera a esas vidas
menos que humanas, privadas de sus elementales derechos legales, en un
ilegítimo ejercicio del poder.
El film
del inglés Michael Winterbottom es un vívido cuadro de situación de un caso
real: la odisea de cuatro ciudadanos ingleses de ascendencia árabe y
religión musulmana, en su largo camino hacia la abyección. En una medida
combinación de ficción y documental, el film relata el viaje que el grupo
realizó en 2001 desde Tipton, Inglaterra, a Pakistán para asistir a la boda
de uno de ellos. Por difusos motivos que tampoco para el público quedan
precisados, tal vez por una intención humanitaria de solidaridad, o por
omnipotencia juvenil, los muchachos pasaron a Afganistán poco después del
ataque a las Torres Gemelas, convencidos de que Estados Unidos no invadiría
ese país. Entonces, lo que podría haber sido una road movie de
aventuras deviene una película de terror. Desaparecido uno de los amigos,
los restantes culminan su éxodo bajo las bombas en un vehículo de talibanes.
Junto a ellos son hechos prisioneros por las fuerzas de la Alianza del Norte
y, cuando creían estar ya a salvo dada su condición de británicos, son
trasladados a la base militar estadounidense de Guantánamo. Allí son
sometidos durante casi dos años a todo tipo de torturas físicas y
psicológicas, suspendidos todos sus derechos humanos, y sufren continuos
interrogatorios por parte de funcionarios ingleses y norteamericanos, en
procura de que firmen declaraciones carentes de todo asidero real.
Si algo
podemos sintetizar de la filmografía de Winterbottom, es que la misma carece
de una sola línea. Se trata de un director versátil, que puede ocuparse
tanto del rock, como en La fiesta interminable (24 Hour Party
People), de la transposición de una novela al melodrama (Jude) y
de filmar una historia futurista (Código 46), como de abocarse a los
temas sociales, cosa que hizo en Bienvenidos a Sarajevo y ahora en
ésta, ganadora del Oso de Plata a la mejor dirección en el último Festival
de Berlín. En una actitud fuertemente postmoderna, el film transita –al
principio algo confusamente– entre las declaraciones ante la cámara de los
verdaderos protagonistas de la tragedia, imágenes de archivo y noticieros, y
la reconstrucción ficcional de sus desventuras con actores no profesionales
británicos de origen árabe. Winterbotton recreó estas escenas en Pakistán y
Afganistán, mientras que reconstruyó las jaulas al aire libre de Guantánamo
en Irán. En esas celdas los prisioneros están impedidos de pararse, caminar,
o practicar sus rezos cotidianos. Varios de ellos han conseguido quitarse la
vida, pese al celo de su vigilancia. Es llamativa la capacidad de
resistencia y serenidad de los protagonistas reales cuando cuentan sus
atroces experiencias en ese descenso a los infiernos.
En esta
oportunidad, Winterbottom codirige el film con su habitual colaborador Mat
Whitecross, quien al parecer conoce de cerca la historia de Argentina y,
como todos nosotros, sabe que dramas tan siniestros y kafkianos como éste no
son privativos de los países del Norte.
Josefina Sartora
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