Un puñado de grandes películas colocan al norteamericano Jim Jarmusch entre los pocos
realizadores de aquel país que realmente merecen ser calificados de independientes.
Exploró y tensó las formas del relato fílmico en Extraños en el paraíso, un
film hecho de los más exquisitos planos-secuencia (escenas de una sola toma) que se
recuerden. Combinó la comedia con el policial en Bajo el peso de la ley, con
resultados vigorosos y una yapa de emoción que raras veces acompaña a dicha clase de
películas. Alumbró nuevos sabores para el formato documental y otras, muy variadas
cruzas en diversos títulos. También dio pasos en falso, empezando por una comedia
tontolona del '91 que dio en llamarse Una noche en la Tierra. Es bueno
recordarlo, ya que consagrar inopinadamente, en bloque, a una filmografía como la de
Jarmusch no sólo equivale a inflar su lado oscuro, sino y esto es más grave
a opacar su arista luminosa. El camino del Samurai no está tan cerca de las
luces como de las sombras de Jim Jarmusch. No es lo peor que ha entregado hasta la fecha,
pero tiene más agujeros que un colador. Y mucho dista de perfilarse como su mejor
película, como se apuraron a titular ciertos amigos y colegas con audacia digna de
mejores causas.Ghost Dog (Forest Whitaker) no
es un asesino a sueldo cualquiera. Su lectura favorita es el Hagakure, o Libro del
Samurai, algo así como la biblia de quienes, mucho tiempo atrás, ejercían ese mismo
oficio en el Lejano Oriente. Los párrafos del libro se intercalan permanentemente con la
acción, en grandes cartelones que revelan los estrictos códigos que regían a los
"predecesores" del protagonista, mientras una voz en off los recita con
serenidad marcial. El camino del Samurai ofrece personajes, situaciones y
subtramas cómicas y unos cuantos homenajes (el más curioso le hace a repetir a
un personaje cierta frase pronunciada en Obsesión, de Brian De Palma). Pero la
persistencia de los cartelones, los colores de la voz en off, la oscuridad de la
música (el hip hop que inunda la banda de sonido es de un ambientalismo introspectivo,
grave) y la fotografía crepuscular (como así muchas secuencias de montaje) son
los que establecen el tono dominante. También, por cierto, ese auténtico americano
impasible que es el Ghost Dog de Whitaker.
Estamos, pues, ante una "honda ceremonia
formal" con contrapuntos múltiples. Lástima que casi todos ellos se quedan cortos
de sustancia y largos de banalidad. En cuanto thriller, El camino del Samurai
resulta mayormente rutinario y previsible. En cuanto alegoría existencial, no se eleva
por encima de eso que se conoce como New Age: un pragmatismo profanador de
"estilos". Ayer absorbió a los punks, hoy le vienen bien los samurais.
Mañana volverá a alimentarse de ángeles.
Desde que Robert De Niro filmó Ronin se
sabe que la primera ley de un Samurai es la lealtad hacia sus jefes o
"maestros", y Ghost Dog, que por esas cosas del azar le debe la vida a un
mafioso italiano de New Jersey, decidió empezar por ahí. Será su servidor, caiga quien
caiga y cueste lo que cueste. Lo que incluye changas mortíferas que Ghost,
consumado experto en el arte de matar sin dejar huellas, concreta sin mayores
inconvenientes. Pero una de estas changas se complica. Y aunque no sale del todo mal, ya
sabemos cómo reaccionan los mafiosos cuando no quedan del todo conformes con sus
mandaderos. A poco de empezar, entonces, ya se desata la persecución. Que será larga y
dura, como la vida, pero harto más anunciada.
El camino del Samurai ofrece lo mejor de
sí durante los primeros veinte minutos. Cuando los párrafos del libro milenario, a
pantalla completa, todavía crean climas. Cuando Forest Whitaker alcanza el tono
justo de ese matador sereno, solitario y melancólico que todavía no se parece al que
interpretaba Jean Reno en Un perfecto asesino. Da gusto, en un principio,
contemplar la facilidad con que Ghost roba Mercedes Benz flamantes para acometer sus
encargos, no sin antes disfrutar del paseo nocturno acunado por el silencio del motor
(¡qué motor!) y los hits más sutiles del hip hop (el hombre siempre tiene a
mano sus compactos) sonando en el autoestéreo. Y hasta se puede saborear la calidad con
que descula alarmas y pincha líneas de teléfono, aunque lo haga en base a un
consabido maletín repleto de artefactos de última generación que ya fueron vistos en
demasiadas películas. El problema es que los paseos, los descules y las pinchaduras se
reiteran. Tanto que dejan de sugestionar (y por supuesto, de informar) y empiezan
a fatigar. Con los cartelones del Hagakure ocurre lo mismo. Llega un momento en el que ya
no pueden crear climas... y empiezan a engordarlos, descendiendo al nivel de una
latosa, ¡y aun así incompleta!, introducción al orientalismo.
La filosofía de salón no faltó a la cita. Y es
curiosa. La condición de Samurai de Ghost, netamente embellecida por la producción, no
parece serle útil para comprender o aproximarse a los humanos... sino a las palomas.
Ghost cobija a cientos de plumíferas en su terraza, con las que se "conecta"
silenciosamente y a las cuales utiliza de mensajeras. Peculiares mensajeras estas, ya que
no son "de ida" como las del mundo real sino que van y vuelven, y a distintos
destinos, cual si hubieran sido entrenadas por el Federal Express. Es un
"detalle", claro, pero no está solo. Meticuloso como es, cuesta creer que Ghost
sustraiga la patente de otro automóvil... para calzarle a este la del suyo, con
lo que podrán rastrearlo fácilmente los uniformados. Pero "quedaba bien", era
simétrico. Los efectos, como piedras, entorpecen el camino de este Samurai.
Hay un trío de capomafias italianos que canaliza
con eficacia el particular humor de Jarmusch (parecido al de Tarantino: se lo puede
disfrutar con o sin risas). Está Isaach De Bankolé, quien compone a un heladero francés
con el que Ghost se comunica, y del que se considera amigo, aunque ninguno entiende una
palabra de las que pronuncia el otro. Esta subtrama es mucho más generosa que la me
permítiré denominarla así milonga del Samurai. Que, dicho sea de paso, también
aspira a convertirse en el objeto de una alegoría de la decadencia que iguala al aprendiz
con los matones italianos. "Somos parte de una cultura que dejó de existir", le
susurra Ghost a su mandante. Lo que no existe son mafiosos como Vargo (Henry Silva), que
se atrasan con la renta del aguantadero exponiéndose a que los denuncien... y al mismo
tiempo bancan mansiones despampanantes. Que quieren matar pero se anuncian
y amenazan, como si quisieran "apretar" nomás. Que marran los disparos y caen
como moscas...
La etapa final se apropia largamente de los esquemas
de Un perfecto asesino. Lo que incluye a una niña (está en la foto) que es la
versión morena de la que hiciera buenas migas con Jean Reno y a un negro, ese es
Whitaker, que vuelve a componer a un matador part time (en horas libres, niño).
Pero atención: la última hora de El camino del Samurai también resulta
enteramente previsible para quienes no hayan visto el film de Luc Besson.
Guillermo Ravaschino
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