El crítico de arte
Elie Faure habló por los años treinta de la existencia de un cine-danza, un
cine que relegaba el desarrollo de la trama y la psicología de los
personajes para concentrarse más que nada en que todos y cada uno de los
planos estuvieran unidos y constituidos de la manera más perfecta y armónica
posible. Ejemplos de esto se encontraba por aquellas épocas en las películas
de Eisenstein y Vertov, films obviamente recargados de ideología, pero
también posibles de ser vistos sólo desde su forma, apreciando únicamente la
perfección con la que estos directores unían sus planos de manera casi
matemática, como los armónicos movimientos de un bailarín.
El
argumento de la última película de Zhang Yimou es mínimo, y gira alrededor
de un guardia de un antiguo imperio chino (Andy Lau) que decide hacerse
pasar por rebelde para seguir a una muchacha ciega (Ziyi Zhang)
perteneciente a una organización (la que da origen al título) empeñada en
matar al emperador. La casa de las dagas voladoras, exponente del
wu-xia-pian (género de artes marciales que aquí conocimos con El tigre y
el dragón de Ang Lee, pero que viene cultivándose en Hong Kong desde
hace más de treinta años), podría ser perfectamente calificada como una
película-danza, en la que la historia funciona como excusa para construir
una suerte de poesía visual.
Mismo
experimento había intentado Yimou con su anterior película, Héroe,
otro wu-xia-pian, con resultados francamente horribles. Por suerte, varios
de los defectos de esa película fueron corregidos en ésta, que es muy
superior.
En
principio La casa... no cree que la belleza se obtenga a partir de
una estética de protectores de pantalla, poniendo cada plano al servicio de
todos los colores imaginables de la escala cromática, ostentando el
presupuesto de una manera ampulosa... pasando de lo barroco a lo lisa y
llanamente grasa. El nuevo film de Yimou es de un lirismo mayormente sutil.
Como bien señala Tomás Binder en su crítica de Héroe, aquella
película adolecía de una profunda soberbia; creía en una y sólo una verdad,
de ahí que su ideología haya sido prácticamente fascista y su concepción de
lo bello profundamente exhibicionista.
La
casa... en
cambio es la obra de alguien que filma un mundo que no comprende: los
principales líderes nunca se ven, las acciones de los personajes muchas
veces no pueden ser explicadas por ellos mismos. Y lo mismo sucede con la
puesta en escena. Si Truffaut decía a propósito de Encuentros cercanos
del tercer tipo que Spielberg filmaba los hechos reales como si fuesen
fantásticos y los hechos fantásticos como si fuesen reales, Yimou logra que
sintamos una pelea de artes marciales que desafía todas las leyes de la
física como algo menos fascinante que un paisaje natural o el rostro
perfecto de Ziyi Zhang. Y esa fascinación presupone un principio de
incertidumbre. Rara vez las siluetas de los personajes pueden verse por
completo, el realizador se cuida de filmar muchas de las escenas en medio de
bosques o de una nevada, suele tomar a sus actores maquillados o cuando se
encuentran de perfil o de espaldas a la cámara como si toda la belleza (y el
poder) del mundo residiera en su capacidad de no mostrarse en su totalidad.
Sería
insensato decir que Las dagas... es un film perfecto; hay más de un
momento (cierta toma con cámara en mano, cierto abuso de la cámara lenta)
que opaca sus méritos visuales. El más flojo de todos se presenta
lamentablemente al final, en los últimos minutos, en los que un clima
artie bastante asqueroso se apodera de la película. Comienza a sonar una
música pseudonewage al compás de una gran orquesta, mientras la
pantalla se llena de colores con esa misma grandilocuencia berreta de
Héroe.
Y en
un film donde la forma lo es todo (o casi todo), una decisión estética tan
errada puede ser fatal. Digamos que si La casa... es una
película-danza, semeja la performance de un bailarín que luego de hacer una
muy buena, y por momentos excelente coreografía, termina por algún tropezón
cayendo estrepitosamente de culo. La belleza del baile existió, el talento
estuvo y el recuerdo final será en promedio bueno, pero esa danza distó
mucho de ser todo lo agradable que pudo haber sido.
Hernán Schell
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