Pocas figuras
públicas consiguen trascender fronteras. Hay vidas que bien valen la
construcción de mitos y mitos que sepultan toda vida. Nuestro mundo
posmoderno acuñó la frase “impriman la leyenda” y el capitalismo hizo el
resto: remeras, pines, looks. Ernesto “Che” Guevara, además del espíritu
idealista, que sólo se espera de la juventud, consiguió mostrar que era
posible el cambio (a través de la lucha armada, sí, seamos coyunturales, la
violencia era sino de los '60), el entregarse por los otros, el vencer las
propias limitaciones físicas y, aunado a todo eso, su asesinato joven
terminó de cerrar el halo de fascinación por su imagen.
De familia
patricia, asmático, médico, latinoamericanista, preocupado por la humanidad,
revolucionario por conciencia y vocación, de armas tomar y defensor de la
letra, eterno extranjero, su historia fue y será material de guionistas.
Basándose en sus diarios escritos en Bolivia, Steven Soderbergh y Benicio
del Toro encararon este ambicioso proyecto que tiene menos de típica
biopic que de relato de aventuras épico.
Che
es un díptico que consta de El argentino y Guerrilla
(anunciada para los primeros meses del 2009). Esta primera parte abarca el
derrotero de Guevara desde su encuentro con Fidel Castro hasta las fiestas
de 1959 con una Cuba liberada del régimen dictatorial de Fulgencio Batista.
Todo contado mediante saltos temporales, utilizando flashbacks y
flashforwards.
Lo que Che (El
argentino) logra es mostrar, sin solemnidad ni el bronce estatuario, a
un hombre en busca de lo que cree, peleando por ello, poniendo el cuerpo. Si
hay algo que sobra es fisicidad en el film. Presencia que consigue aligerar
algunos diálogos un tanto explicativos o literarios, un poco armados y
artificiales (el reportaje en off de la periodista norteamericana es quizá
el recurso más flojo, aunque se entiende su uso como una forma de acercar
información a un público masivo que sólo maneja generalidades). Las escenas
en la selva acercan un grupo humano, más que la construcción de una
individualidad, aunque también hacen posible desarrollar la evolución que
atraviesa el médico argentino Guevara hasta convertirse en el Comandante
Che. Y es en esa elección de lo grupal por sobre el individuo que Soderbergh
y compañía aciertan. Los miedos, las esperanzas, las miserias, las
traiciones, la sorpresa de lo inesperado se dan naturalmente, y fluyen ante
nuestros ojos esas viñetas que forjaron a un hombre y a una ilusión que se
volvió realidad. Entre solidaridad, ingenuidades, chistes, lecciones éticas
se constituye un ejército popular que no se pinta sólo como la quintaesencia
del bien. El Che brega por un cambio radical para el cual es necesario
resignar lo propio ante lo colectivo, modificar mentes y cultivarlas. Por
eso la culminación del célebre discurso en las Naciones Unidas es un digno
colofón para la parte pública del film que igualmente se juega por un cierre
más íntimo y a escala pequeña en un acto que pinta al líder revolucionario
más que todas las palabras juntas.
Un elenco de lujo
y de varias nacionalidades se luce en cada escena dando aun más realce a una
caracterización (desde el acento hasta la postura y los gestos) de Benicio
del Toro que, más allá de una constitución física más corpulenta que la del
personaje real, consigue estremecer en su rol. Arriesgada apuesta de un film
que viniendo de Hollywood se juega por estar hablado en español en su mayor
parte, y hasta se burla de ciertos snobismos que no tienen barreras
epocales.
Gran producción de sentido acercamiento ante su tema que, aunque no quede en
los anales de la cinematografía, alcanza honestamente sus objetivos. Y en
varios aspectos es más de lo esperable.
Javier Luzi
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