Capusotto y Alberti ("Todo x dos pesos") tienen un alma gemela
que incursiona en el cine. Se llama José Glusman y su película, Cien
años de perdón, podría considerarse un genuino producto de los ex
Cha Cha Cha... si no fuera por la pretendida seriedad con la que se
plantea.
Cien años de perdón parece el cortometraje de un estudiante de
cine de primer año sin demasiadas luces, con el agravante de que dura
más de una hora. La historia transcurre en un pueblo de Entre Ríos donde
dos familias entran en conflicto por viejas deudas. De un lado los
acreedores, Mauricio (José Glusman) y su idishe mame enferma y
angustiada por la situación. Del otro, la familia que debe: el padre
débil, la madre loca, la hija que acaba de regresar de la capital (Noemí
Frenkel) y Huguito, el hijo (Pompeyo Audivert). Cuando Mauricio va a
cobrar su deuda, Huguito (que parece un miembro escapado de la familia
antropófaga de El loco de la motosierra) lo golpea, lo secuestra y
pide a su madre un rescate de 50 mil dólares. Hasta el desenlace, el
espectador tendrá que soportar interminables escenas en las que no pasa naranja.
A un tiempo, no podrá menos que reírse ante la precariedad general de
la realización.
Las evidentes fallas técnicas quizá se deban a que Glusman,
efectivamente, contaba con dos pesos para hacer la película. Pero quizá
no. Su concepto del sonido, por ejemplo, parecería que no existe. Cien
años de perdón sólo contiene voces, la musica de un piano muy
lejano y muy pocos ruidos de escena. Los personajes están insertos en
ambientes sin sonido ambiente (y eso que están en el campo). Ni un
grillo, ni el viento o los pájaros. Como si la gente de ese lugar de
Entre Ríos viviera dentro de un estudio de grabación insonorizado en el
que, por suerte, al menos pueden escucharse cuando hablan.
Con respecto a la iluminación, es inevitable recordar los sketchs de Todo
x dos pesos. Audivert encara breves acciones al cabo de las cuales la
noche se convierte en día o lo que es más grave, afuera es de noche pero
en la vivienda ¡la luz ingresa a borbotones por ventanas y puertas
abiertas!
No se entiende bien la utilización de la cámara en mano. Los
actores no parecen personajes sino caricaturas de actores intentando
componer personajes. Tampoco los ayuda la deficiente definición de estos
últimos y de sus formas de actuar. El guión provee informaciones que de
nada sirven a la historia que se nos quiere contar (el comienzo del film, por
ejemplo) y como si todo esto fuera poco, la película no busca el chiste
directo ni la parodia. Es un serio intento de "comedia negra"
que de cómico no tiene nada y de negro... el brillo.
Eugenia Guevara
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