Advirtamos desde el principio: Clean no es Irma Vep. El
mencionado en segundo lugar sigue siendo el mejor film de Olivier Assayas
hasta el momento, pleno de búsquedas y propuestas cinematográficas
interesantes. En el que nos ocupa ahora, el director francés y ex crítico de
Cahiers du Cinéma se ajusta a las características del melodrama, en una
historia de ribetes moralistas que no alcanza aquel nivel. Emily Wang
(Maggie Cheung), cantante en un mundo de drogas, sexo y rock and roll,
pierde a su marido muerto por sobredosis, y ella debe purgar sus propias
culpas con seis meses de prisión. Sale de allí con el propósito de enderezar
su vida y contradecir una imagen de esposa fatal y (auto)destructiva,
similar –y peor– a la de Yoko Ono. Sin embargo, la mujer apenas puede
consigo misma y deja a su pequeño hijo en Canadá bajo la custodia de sus
suegros, mientras ella inicia un camino de limpieza y redención hacia París,
donde intenta retomar su carrera como cantante y recuperar su maternidad.
Volvemos a ver el tema del hijo negado y recuperado, que Assayas ya había
tratado en L'Enfant De L'Hiver (1989).
La
historia que narra Clean, del personaje que recorre un camino
expiatorio desde las oscuras profundidades hasta un luminoso estado de
pureza, ha sido contada innumerables veces por el cine norteamericano, y no
es tema privativo de las road-movies. Sin embargo, Assayas se ocupa
de imprimirle su personal tratamiento, cuidándose de no caer en una
emocionalidad desbordada. Pero peca por lo opuesto: su abordaje resulta tan
ajeno y distante que no llega a conmover, aunque ciertamente no sea ésta su
intención. El film nos dice que los glamorosos y perturbadores '80 quedaron
atrás, y ha llegado la era de la purificación. Los fuegos de la apertura,
que salen de chimeneas industriales mientras los personajes se drogan,
filmados éstos con complicados movimientos de una cámara agitada difíciles
de seguir, han de transformarse en aguas purificadoras, en tanto que la
cámara se aquieta casi por completo. La música también progresa del rock a
las baladas, atravesando el estado suspensivo de las composiciones de Brian
Eno. Si bien el film es correcto, corre peligro de dejar al espectador fuera
de una historia globalizada, que pasa de un país a otro así como atraviesa
los varios idiomas que habla la cosmopolita Maggie Cheung.
Por
otro lado, es lamentable que, contando con tres de las mejores actrices que
hoy trabajan en Francia –Cheung, Beatrice Dalle y Jeanne Balibar–, Assayas
no saque partido de todas ellas, permitiendo sólo el lucimiento de su ex
mujer (la hongkonesa está casi siempre en pantalla), quien con esta
performance ganó en Cannes el premio a la mejor actriz. Nick Nolte como el
suegro luce medido, y desarrolla su personaje tutelar con una sobriedad
pocas veces vista. Es curiosa la presencia de músicos de rock reales: James
Johnston, Tricky y Emily Haines, quienes darían verosimilitud a la historia,
aunque cuesta creer la súbita transmutación que vive la protagonista.
Josefina Sartora
|