La realizadora
francesa Agnès Jaoui y su marido, el actor Jean-Pierre Bacri, son un tándem
reconocido en el cine francés por los guiones de algunos films de Alain
Resnais (como Conozco la canción y Smoking/No Smoking), y por
su película El gusto de los otros. Como una imagen es su
segundo largometraje, y ganó el premio al Mejor Guión en la última edición
del Festival de Cannes.
Al igual que El gusto
de los otros, esta es una "comedia de costumbres": de lo que se trata es
de aglomerar una serie de personajes y dejarlos interactuar (como sucede
especialmente hacia el final en la casa de campo adonde todos se reúnen... y
hay que decir que la película no sería diferente si toda la acción hubiese
transcurrido en ese único espacio).
Podemos delinear a los
personajes como en una (clásica) obra teatral:
–Etienne Cassard:
exitoso escritor demasiado narcisista, que trata a las personas que lo
rodean como si fueran objetos cuya única función es girar alrededor suyo,
sólo por haber llegado adonde está: el pináculo del mundillo literario con
el que se codea, y al que paradójicamente critica por su hipocresía...
–Lolita Cassard: joven
estudiante de canto que se siente rechazada por su padre, ya que no cumple
su ideal de talento y belleza.
–Pierre Miller: escritor
en crisis que lucha por el reconocimiento, que le llega de la mano de
Cassard, tras lo cual –como un Fausto módico– Pierre va dejando de lado sus
principios para acceder a la cima, por un camino que –se adivina– será el
mismo que debió atravesar Cassard.
–Sylvie Miller:
profesora de canto y esposa de Pierre; cree en él y en su talento más que en
sí misma, del mismo modo que idolatra a Cassard y sólo se interesa en Lolita
para aproximarse a él.
Alrededor de ellos
tenemos una pequeña galería de personajes secundarios: Sébastien, el
pretendiente de Lolita que cambia su nombre para disfrazar su origen árabe;
Karine, la joven, bella y superficial esposa de Cassard; Vincent, el viejo
amigo del escritor devenido en secretario y víctima –como todos– de sus
humillaciones...
(Atención: los que aún
no hayan visto la película pueden saltear los próximos dos párrafos para
volver a ellos cuando lo hayan hecho, ya que contienen un par de spoilers.
Quedan avisados.)
Sylvie (el personaje que
se reservó la directora) y el joven Sébastien son los únicos personajes que
terminan rebelándose: en cierta escena ambos abandonan la casa de campo –y a
sus respectivas parejas–, aunque después Lolita correrá tras Sébastien al
comprobar que su amor es desinteresado. Ese abrupta felicidad final
–impostada y falsa "como una imagen"– viene a demostrar que la película
tampoco puede escapar a las expectativas complacientes que ella misma
parece criticar por un lado (y postula por el otro).
En su huida final,
Sylvie abandona la casa despertando a todo el mundo con la grabación del
canto de Lolita (que su padre no ha querido oír). Y la película encuentra
en esa escena su verdadera conclusión. Porque –al igual que Lolita– no es
que no haya logrado encontrar su voz, sino que esa voz no es interesante.
Sencillamente, no logra despertar (ni pensamientos morales ni juicios
estéticos). No llega a ser más que una "comedia", o ni siquiera eso.
La "comedia de
costumbres" suele ser un género satírico (es decir: pretende ejercer cierta
crítica social), aunque a veces no es "comedia" ni "de costumbres" (cosa que
ocurre a menudo en el cine francés, en el que la comedia no alcanza a romper
sus academicismos). En Como una imagen hay más costumbrismo que
humor, y la película se instala –con más comodidad que eficacia– en esa
larga tradición del cine francés (de Renoir a Rohmer) dedicada al examen de
la (pequeña) burguesía. Pero este discreto análisis de la burguesía resulta
tan superficial como aquello que denuncia (sin llegar nunca a la burla de
Luis Buñuel, la ironía de Denys Arcand, la acidez de Todd Solondz o –al
menos– el afecto de Woody Allen).
En cierta critica que
repite un lugar común (del lenguaje, de la crítica, de las películas), puede
leerse que Como una imagen sería "... el retrato de las relaciones humanas,
de la hipocresía y la vacuidad de los valores que rigen tanto nuestra vida
social como el reconocimiento superficial de los individuos, basados en el
culto a la imagen". Hipocresía, vacuidad, superficialidad: esta es la
"hoguera de las vanidades" que suele denunciarse (por los mismos medios que
la alimentan). Y todo puede resumirse en una sola palabra: conformismo (más
irritante aun cuando lo ejerce quien supuestamente viene a criticarlo). El
problema de Como una imagen es precisamente su medio tono: lo que
muestra exige un proceso de demolición, pero la película se contenta con una
mirada furtiva a la suciedad bajo la alfombra.
No es que Como una
imagen sea una mala película, sino –simplemente– que no es buena.
Logra sus mejores momentos cuando da en el blanco con algún detalle certero
(en los diálogos y las actuaciones), pero en general los personajes y las
situaciones son tan prototípicos como la "imagen" que pretende enjuiciar. Y
no hay nada inquietante en esa imagen. Porque no alcanza con mirarse
impiadosamente en el espejo: la mirada crítica también puede ser un acto
narcisista.
"No una imagen justa,
sino justo una imagen", pedía Godard hace tiempo, en las antípodas del viejo
cine francés, hoy tan actual.
Nicolás Prividera
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