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COMO UNA IMAGEN
(Comme Une Image)

Francia, 2004


Dirigida y protagonizada por Agnès Jaoui, con
Marilou Berry, Jean-Pierre Bacri, Laurent Grévill, Virginie Desarnauts, Keine Bouhiza, Jacques Boko.



La realizadora francesa Agnès Jaoui y su marido, el actor Jean-Pierre Bacri, son un tándem reconocido en el cine francés por los guiones de algunos films de Alain Resnais (como Conozco la canción y Smoking/No Smoking), y por su película El gusto de los otros. Como una imagen es su segundo largometraje, y ganó el premio al Mejor Guión en la última edición del Festival de Cannes.

Al igual que El gusto de los otros, esta es una "comedia de costumbres": de lo que se trata es de aglomerar una serie de personajes y dejarlos interactuar (como sucede especialmente hacia el final en la casa de campo adonde todos se reúnen... y hay que decir que la película no sería diferente si toda la acción hubiese transcurrido en ese único espacio).

Podemos delinear a los personajes como en una (clásica) obra teatral:

–Etienne Cassard: exitoso escritor demasiado narcisista, que trata a las personas que lo rodean como si fueran objetos cuya única función es girar alrededor suyo, sólo por haber llegado adonde está: el pináculo del mundillo literario con el que se codea, y al que paradójicamente critica por su hipocresía...

–Lolita Cassard: joven estudiante de canto que se siente rechazada por su padre, ya que no cumple su ideal de talento y belleza.

–Pierre Miller: escritor en crisis que lucha por el reconocimiento, que le llega de la mano de Cassard, tras lo cual –como un Fausto módico– Pierre va dejando de lado sus principios para acceder a la cima, por un camino que –se adivina– será el mismo que debió atravesar Cassard.

–Sylvie Miller: profesora de canto y esposa de Pierre; cree en él y en su talento más que en sí misma, del mismo modo que idolatra a Cassard y sólo se interesa en Lolita para aproximarse a él.

Alrededor de ellos tenemos una pequeña galería de personajes secundarios: Sébastien, el pretendiente de Lolita que cambia su nombre para disfrazar su origen árabe; Karine, la joven, bella y superficial esposa de Cassard; Vincent, el viejo amigo del escritor devenido en secretario y víctima –como todos– de sus humillaciones...

(Atención: los que aún no hayan visto la película pueden saltear los próximos dos párrafos para volver a ellos cuando lo hayan hecho, ya que contienen un par de spoilers. Quedan avisados.)

Sylvie (el personaje que se reservó la directora) y el joven Sébastien son los únicos personajes que terminan rebelándose: en cierta escena ambos abandonan la casa de campo –y a sus respectivas parejas–, aunque después Lolita correrá tras Sébastien al comprobar que su amor es desinteresado. Ese abrupta felicidad final –impostada y falsa "como una imagen"– viene a demostrar que la película tampoco puede escapar a las expectativas complacientes que ella misma parece criticar por un lado (y postula por el otro).

En su huida final, Sylvie abandona la casa despertando a todo el mundo con la grabación del canto de Lolita  (que su padre no ha querido oír). Y la película encuentra en esa escena su verdadera conclusión. Porque –al igual que Lolita– no es que no haya logrado encontrar su voz, sino que esa voz no es interesante. Sencillamente, no logra despertar (ni pensamientos morales ni juicios estéticos). No llega a ser más que una "comedia", o ni siquiera eso.

La "comedia de costumbres" suele ser un género satírico (es decir: pretende ejercer cierta crítica social), aunque a veces no es "comedia" ni "de costumbres" (cosa que ocurre a menudo en el cine francés, en el que la comedia no alcanza a romper sus academicismos). En Como una imagen hay más costumbrismo que humor, y la película se instala –con más comodidad que eficacia– en esa larga tradición del cine francés (de Renoir a Rohmer) dedicada al examen de la (pequeña) burguesía. Pero este discreto análisis de la burguesía resulta tan superficial como aquello que denuncia (sin llegar nunca a la burla de Luis Buñuel, la ironía de Denys Arcand, la acidez de Todd Solondz o –al menos– el afecto de Woody Allen).

En cierta critica que repite un lugar común (del lenguaje, de la crítica, de las películas), puede leerse que Como una imagen sería "... el retrato de las relaciones humanas, de la hipocresía y la vacuidad de los valores que rigen tanto nuestra vida social como el reconocimiento superficial de los individuos, basados en el culto a la imagen". Hipocresía, vacuidad, superficialidad: esta es la "hoguera de las vanidades" que suele denunciarse (por los mismos medios que la alimentan). Y todo puede resumirse en una sola palabra: conformismo (más irritante aun cuando lo ejerce quien supuestamente viene a criticarlo). El problema de Como una imagen es precisamente su medio tono: lo que muestra exige un proceso de demolición, pero la película se contenta con una mirada furtiva a la suciedad bajo la alfombra.

No es que Como una imagen sea una mala película, sino –simplemente– que no es buena. Logra sus mejores momentos cuando da en el blanco con algún detalle certero (en los diálogos y las actuaciones), pero en general los personajes y las situaciones son tan prototípicos como la "imagen" que pretende enjuiciar. Y no hay nada inquietante en esa imagen. Porque no alcanza con mirarse impiadosamente en el espejo: la mirada crítica también puede ser un acto narcisista.

"No una imagen justa, sino justo una imagen", pedía Godard hace tiempo, en las antípodas del viejo cine francés, hoy tan actual.

Nicolás Prividera      

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