Esta película de Kiarostami tiene genealogía, por no decir pedigree. Su matriz es
Viaje en Italia, de Rossellini, con Ingrid Bergman y George Sanders,
en la que la crisis de una pareja terminó consolidando la crisis de la forma
clásica de hacer cine. Pero esto pertenece al campo de la crítica, la teoría
y la historia cinematográficas, del mismo modo que las referencias a la idea
del teatro como emblema del mundo de Jean Renoir, y a la idea de la película como
fraude, como un eslabón más en la extensa cadena de falsificaciones que
constituyen la historia del arte y de la cultura, instalada definitivamente
por Orson Welles en F for Fake. Estas abstracciones, sin embargo,
pueden concretarse más o menos felizmente según el caso, y aquí lo hacen de
manera brillante y sensual, en parte gracias a Juliette Binoche, luminosa
por demás, expresiva e, incluso, excesivamente inquieta. Ese rasgo suyo, de
continuo y a menudo fastidioso nerviosismo, es usufructuado por Kiarostami
para expresar el dilema de una madre que debe criar a su hijo sola y
aprender a desligarse de él a medida que crece, tanto como el de una mujer
decidida a enamorarse, que no enamorada. El hombre en cuestión, por no decir
el afortunado, es el autor
de un ensayo cuyo título es el de la película que estamos viendo,
inaugurando la primera de unas cuantas series de reflejos significativos
pero sutiles y nada exhibicionistas. El encuentro entre ambos transcurre en
Italia, pero aquí es donde las precisiones –geográficas, temporales y, sobre
todo, lingüísticas– comienzan a develarse como puntos de
partida sobre los cuales introducir alteraciones al modo de una
improvisación musical. Para indicar lo que sigue es mejor plantear alguna
que otra pregunta retórica. ¿Y si ese hombre y esa mujer se conocían
previamente? ¿Y si son marido y esposa? ¿Y si lo fueron? ¿Fingen ser una
pareja o fingieron no haberlo sido? En el centro de la película, promediando
la duración total, hay una larga secuencia conmovedora sobre la que pivotea
su sentido, su estructura, su orden cronológico. Pero más allá de todas esas
consideraciones, subsiste la emoción de un reconocimiento tardío, el
misterio de un secreto dicho al oído y jamás develado, el contacto de una
mano que se apoya en el hombro de otro.
Marcos Vieytes
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