El segundo largometraje de Alex de la Iglesia marca un antes y un después en la historía
del cine de terror español, previa y demasiado largamente
dominada por veteranos como Paul Naschy y Jesús Franco. Con El día de la bestia
irrumpe un joven pero consumado director del género sangriento, en este caso bajo la
variante de la "comedia satánica", y retornan, más vigorosas que nunca, las
añejas tradiciones de la alicaída clase B.
"En cuestiones demoníacas,
prefiero dejar de lado a los intermediarios para tratar directamente con el patrón."
Las palabras del realizador, que contaba apenas 30 abriles a la fecha del rodaje (y un
pasado como alumno de los jesuitas que le vino de perillas), se hicieron carne en Angel
Berriartúa (Alex Angulo, su actor fetiche), un cura pequeñito y calvo que está
convencido de que el Anticristo nacerá en Madrid, durante la madrugada navideña de 1995.
La película arranca pocas horas antes. El crepúsculo de aquella tarde monopoliza las
escasas luces diurnas de El día de la bestia, que se entrega luego a las penumbras
de una noche estructural, omnipresente, que terminará imponiéndose como un personaje
más. Berriartúa quiere eliminar al Diablo, pero ignora el lugar exacto del
alumbramiento, por lo que decide emprender un raid de acciones pérfidas por los barrios
más canallas de la capital, para así atraer naturalmente a Satanás.
En pocas cuadras Berriartúa se
emborracha, envía a moribundos al infierno y, mientras busca "uno de esos discos que
emiten mensajes diabólicos si se los pasa para atrás", encuentra a su primer
aliado, José María (el director de culto Santiago Segura), un gordo hipertatuado y
fanático del heavy-metal. Poco después se les sumará el profesor Cavan (Armando de
Razza), un embaucador televisivo que se autotitula experto en magia negra. Si las primeras
maldades del cura sugieren un periplo absurdo, su persistencia y parquedad terminan
atrapando a la platea, como si el compromiso hasta el final con una causa, por
descabellada que ella fuera, tuviera como premio la complicidad del público (que tiene su
alter ego en Cavan: al principio es secuestrado por los otros dos, pero se encariña y los
ayuda luego). La suprema gracia de El día de la bestia surge de la suma de
contradicciones aparentes de esta triple alianza que, a su vez, no deja de postularse como
la mejor imagen del mundo al revés propuesto por De la Iglesia.
Pero las inquietudes del artista
también encuentran un resquicio en el espíritu documental que tiñe a los encuadres
madrileños. De la Iglesia filmó durante la verdadera Nochebuena en las auténticas
calles de la capital, pero buscando siempre las señales del Apocalipsis en la urbe
finisecular. Las criaturas más perversas que encontró provienen tanto de su imaginación
como de las crónicas policiales: unos fascistas abocados a masacrar a los sin techo.
Especie de cornetas sórdidas, anticipan sutilmente la aparición en carne y hueso del
Demonio y demuestran que no todo es risa en este esplendoroso festival. Exquisitas
composiciones de cuadro, un timming alucinante poblado de tiempos suspendidos
y un montaje eximio se combinan en El día de la bestia con una portentosa galería
de roles secundarios: Terele Pávez ("la Vincent Price española" según la
define el director, y no exagera), Nathalie Seseña (una especie de Rossy de Palma sexy en
el papel de una desopilante virgen cuya sangre será codiciada para los rituales) y la
versión más exquisitamente, es decir más espantosamente, maquillada del Maléfico que
se haya visto en mucho tiempo.
Guillermo
Ravaschino |