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EN COMPAÑIA DE LOS HOMBRES
(In The Company Of Men)

Estados Unidos, 1997



Dirigida por Neil LaBute, con Aaron Eckhart, Stacy Edwards, Matt Malloy, Emily Cline, Jason Dixie, Chris Hayes.



Los avatares de la distribución cinematográfica hicieron que En compañía de los hombres se estrenara en la Argentina después que Tus amigos y vecinos. Ambas son de Neil LaBute, quien figura entre los pocos directores americanos actuales realmente independientes: tiene inquietudes propias, filma con personalidad, no parece excesivamente preocupado por la taquilla. La cuestión es que este film no sólo es anterior en un año a Tus amigos y vecinos, sino que sus formas son mucho más ásperas, mucho más agrestes. Estoy pensando en el sonido (en la copia que me tocó en suerte, al menos, los diálogos se escuchan bien, pero es casi lo único que se escucha) y en la puesta en escena, que no está descuidada pero es demasiado estática. Esto convierte a En compañía de los hombres en una película difícil... cuando no debería serlo. Quiero decir: difícil de seguir, de digerir, hasta de soportar en algunos tramos. Y sin embargo sigue siendo un film que toca temas inquietantes, importantes, y los toca muy bien. Primera conclusión: En compañía de los hombres no deja de ser recomendable; pero lo más recomendable, si la ven, es que luego alquilen Tus amigos y vecinos (disponible en videoclubs) y disfruten de esos mismos temas (o mejor: de otros de similar calibre) acunados por más pulidas y redondas formas.

Todo empieza cuando Chad y Howard, dos empleados de una corporación cuya rama específica no se nos revela, son enviados a pasar seis semanas en otro Estado, trabajando en una sede de la misma empresa. Ya en el aeropuerto, antes de partir, los diálogos los pintan como dos patanes cuarentones. Howard es una suerte de pelele: calvo, de anteojitos, más bien tímido, todavía no puede entender que cierta mujer lo haya dejado, y sufre por eso. Chad, que fue su compañero en la universidad, es el típico bien parecido con aspecto de ganador, de trepador incluso, uno de esos tipos que parecen inmunizados contra la depresión. Claro que Howard es el "jefe de proyecto", y Chad subordinado suyo, lo que empareja un poco la situación. Las metas personales y las laborales, como así la posición que cada cual ocupa en el mundo y en la compañía, son cosas que deberían guardar ciertamente alguna relación. Pero en este film, como en la vida, están destinadas a mezclarse, a confundirse espantosamente. De aquí provienen sus vigorosos ímpetus temáticos, hasta de denuncia yo diría, aunque el tono de LaBute nunca deja de ser sutil, sobrio, distante de cualquier declamación.

Volviendo a Chad y Howard, lo que también comparten es su condición de machos resentidos. Lo que da pie al morboso trato que sellan a poco de llegar a destino, entre las muchas copas con las que se emborrachan en un bar: se comprometen mutuamente a elegir a una muchacha frágil, de esas que nunca faltan, y en el mes y medio que les queda por delante a conquistarla los dos, a llevarla a la cama... y a abandonarla antes de volver a casa, con toda la crueldad que les sea posible. De este modo saldarían sus cuentas con el género femenino y, de paso, se divertirían en grande. La víctima perfecta es Christine, una mecanógrafa de agencia que trabaja en la misma compañía. Es joven, bella... y no podría ser más frágil: sorda desde los ocho años, se las arregla para leer los labios pero hace lo imposible para no hablar, ya que le sale una voz –en palabras de Chad– de retrasada mental. El plan se pone en marcha, pero ya no les cuento más.

Lo que deben haber deducido es que hay un segundo filón temático, de índole afectivo-romántica, bien que condimentado con toda la sordidez y el patetismo que dos machos como estos, y semejante pacto, implican. A su manera, sin embargo, este filón nos aproxima a muchos de los rasgos que acompañan los primeros tramos de tanto romance más o menos típico que se cuece por estos días (y no sólo entre colegas de oficina). Las verdades a medias, las mentiras solapadas, los intereses diversos, acaso incompatibles, de dos seres que sin embargo fueron llevados a unirse. La mayor virtud de En compañía de los hombres está en el modo en que ambos temas se entrelazan. Las locuras "de corporación" meten la cola en las románticas: ahí está Howard, haciendo valer su jerarquía y sus contactos para forzar alguna cita con la muchacha. Y las locuras románticas potencian a las otras, toda vez que una separación equivale a una tragedia para alguien que no tenía otra certeza, otra seguridad a la que aferrarse, que su puesto laboral. Sobre todo si ese puesto ha dejado de pertenecerle...

En este sentido, el título permite dos lecturas: son las seis semanas de Christine en compañía de los hombres, de estos dos hombres, pero también es la temporada de los tres en la Compañía de los Hombres; es decir, en este mundo, en el que las corporaciones ya no se limitan a planificar cronogramas y organigramas internos, sino que han pasado a digitar buena parte de los rituales de la vida social, afectiva y amorosa de la gente. Así nos va.

Guillermo Ravaschino     

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