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ESCENAS FRENTE
AL MAR
(A Scene At The Sea)
Japón, 1992 |
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Dirigida por
Takeshi Kitano, con Kurodo Maki, Hiroko Oshima, Sabu
Kawahara.
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Takeshi Kitano es como la vida: te da sorpresas. No lo digo por el carácter
"no violento" de esta película que se estrenó en la Argentina con
casi una década de retraso (es del ’92), porque El verano de Kikujiro
(del ’99) ya nos había mostrado una faceta de Kitano que no es la del policía rudo,
impasible, marcial, que escupe balas
en casi todas sus películas. No. La sorpresa en este caso viene por el lado
del reparto. Es que al de Escenas frente al mar le falta nada menos
que Takeshi Kitano.
La historia es la de un joven o adolescente –debo confesar mi
dificultad por establecer la edad de ciertos japoneses– que es sordomudo y
trabaja en una empresa de recolección de basura. Claro que su vocación no
es esa, sino convertirse en uno de los intrépidos surfistas que pasean su
destreza sobre las olas frente a la pequeña localidad costera en la que
transcurre la película. A decir verdad, fuera del surf nada parece
importarle verdaderamente a nuestro muchachito. Ni siquiera su novia, que lo acompaña
a todos lados (esto es: al mar, al mar y al mar) como un perrito faldero. No
me estoy riendo. Sé que la compañía silenciosa no es monopolio de los
canes y que una mujer –lo mismo que un hombre– puede seguir gustosamente a
su pareja de aquí para allá sin otra causa que el amor. Y el amor es una
buena causa. ¿Pero qué quieren que les diga? Esta parece un perrito
faldero.
Y esto no tiene tanto que ver con ella como con las pocas pulgas de él,
que prácticamente no le da pelota en lo que dura el film.
Que no le hable vaya y pase, pero que no la bese, la acaricie ni la toque ya
es otra cosa. Es cierto que de a ratos la mira, y también es cierto que no
todos los romances tienen que transitar los –llamémoslos– parámetros
occidentales del noviazgo. ¿Pero qué quieren que les diga? A mí este
sordomudo me recuerda demasiado al protagonista de El río, esa
película de Tsai Ming-Liang en la que no había silencio, ascetismo ni
"marca de estilo" que no acabara por irse estrepitosamente al bombo.
Escenas frente al mar no es espantosa,
qué va. Mal podría serlo un film de Kitano, que sabe plantar la cámara y
–más que ninguna otra cosa– arriesgarse, jugarse por sus instintos. Pero
el asunto no termina de cerrar esta vez.
Y no termina de cerrar básicamente porque el propio Takeshi, con su
carisma y presencia, hubiera sido el único actor capaz de sobrellevar una
peripecia tan estilizada y raquítica como la que nos ocupa. Estilizada
porque nada debería tomarse exactamente como lo que es... aunque tampoco
llega a ser ninguna otra cosa. Raquítica porque todo, o casi todo, es ver al aspirante a surfista (algo
más tarde avezado en la materia) contemplando el mar, comprándose una
tabla, probándola, y a esa suerte de "contraplano" monótono dado por sus eventuales circunstantes. Que a veces lo miran
surfear, o intentar surfear, embobados e hipnóticos, y otras veces
riéndose a la pata suelta. Tanto se ríen, y de tal modo, que
evocan las risas más forzadas de la historia de la televisión argentina:
las de los alumnos de Jacinta Pichimahuida. Quién lo hubiera dicho.
Guillermo Ravaschino
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